Opinión
octubre 2009

Configurar juntos la globalización

Incluso después de la cumbre de jefes de Estado que se celebrara en Lima el 16 y 17 de mayo, el futuro de las relaciones europeo-latinoamericanas continúa siendo incierto. Si bien se insistió una y otra vez en la «importancia vital del diálogo birregional», frase repetida hasta el cansancio como un mantra, la declaración final no contiene nada que vaya más allá de los buenos deseos, ni medidas concretas ni la aprobación de instrumentos financieros.

<p>Configurar juntos la globalización</p>

Incluso después de la cumbre de jefes de Estado que se celebrara en Lima el 16 y 17 de mayo, el futuro de las relaciones europeo-latinoamericanas continúa siendo incierto. Si bien se insistió una y otra vez en la «importancia vital del diálogo birregional», frase repetida hasta el cansancio como un mantra, la declaración final no contiene nada que vaya más allá de los buenos deseos, ni medidas concretas ni la aprobación de instrumentos financieros. En cuanto a las tareas ciclópeas autoimpuestas por la cumbre, como las de combatir la pobreza y proteger el clima y el medio ambiente, no pudo arribarse a ningún resultado. Los jefes de gobierno se conforman con declaraciones de la boca para afuera. Mientras tanto, crece la presión de los mercados globales sobre los estándares sociales y se agota el tiempo para tomar medidas tendientes a combatir el cambio climático que aún puedan surtir algún efecto.

Las negociaciones de la Unión Europea (UE) con la Comunidad Andina parecen estar experimentando un avance; en cambio, el acuerdo con el Mercosur parece seguir en el freezer, entre otras cosas debido a que la UE no cumple con su mandato moral de reducir el proteccionismo agrario. Es indudable que las encendidas discusiones sobre la crisis alimentaria y los agrocombustibles no contribuyeron a generar consenso, y que las diatribas populistas de Hugo Chávez atrajeron más la atención de los medios que los resultados concretos más bien magros de la cumbre, pero lo cierto es que no podemos seguir dándonos el lujo de continuar celebrando cumbres que no arrojen resultados tangibles.

Es la misma lección que ya nos diera el estancado Proceso de Barcelona: lo que debemos hacer no es distanciarnos, sino intensificar la cooperación. Europa tiene que dejar de condenar a América Latina a la postergación, que volvió a ponerse de manifiesto en esta oportunidad con la ausencia de 12 mandatarios europeos y de Nicolás Sarkozy, futuro presidente del Consejo de la UE. En lugar de cambiar constantemente los ejes temáticos, Europa necesita desarrollar una estrategia latinoamericana coherente, tal como lo exigiera el Parlamento Europeo ya en 2001. Ahora bien, lo que nunca se definió es cómo debe entenderse exactamente esta alianza estratégica entre ambos bloques regionales. Y esa indefinición contribuye a que se generen expectativas disímiles a ambos lados del Atlántico, lo cual no hace más que anunciar decepciones de antemano. Y además impide que los países miembros de la UE apunten a las mismas metas en lo referente a las negociaciones para formar alianzas, al diálogo político en la cumbre y a la ayuda al desarrollo. ¿Cómo puede combatirse la pobreza de manera efectiva si los acuerdos económicos terminan en una negociación feroz de tasas?

Tal como lo exigiera el Parlamento Europeo antes de la Cumbre, una fórmula exitosa podría haber consistido en implementar un fondo solidario provisto de recursos suficientes como arma para combatir la pobreza. En ninguna otra parte del mundo la brecha entre ricos y pobres es tan grande como en América Latina, donde 200 millones de personas viven por debajo del límite de la pobreza y la inestabilidad política crece. La estrategia económica neoliberal, que confía en los poderes curalotodos del mercado, demostró su incapacidad para solucionar los problemas sociales. En lugar de ello, las desigualdades sociales a ambos lados del Atlántico aumentan cada vez más. Lo que la gente necesita no es una competencia por ver en qué lugares se consiguen las tasas impositivas más bajas y los trabajadores con menos derechos laborales, sino una reforma y un fortalecimiento del marco regulatorio social. Ni Europa ni América Latina lograrán superar en forma individual los desafíos sociales y de política climática que se les presentan.

Los mandatarios aplazaron hasta el año que viene las negociaciones tendientes a acordar posiciones conjuntas para el período post-Kyoto. Si ambas regiones cerraran filas, la meta de configurar el orden climático mundial según nuestras propias convicciones quedaría al alcance de la mano. Europa no debe dejar a Brasil solo en su papel de potencia protectora de la selva amazónica, ya que la conservación del “pulmón del mundo” es un compromiso de todos. La deforestación constituye la principal causa aislada del calentamiento global. Para lograr una desaceleración eficaz del cambio climático, nada mejor que detener definitivamente el desmonte de la selva tropical.

A pesar de todas sus diferencias de opinión, Europa y América Latina son aliados naturales. Además de las redes económicas que unen a Europa con los países de la región y que convierten al Viejo Continente en su principal inversor y donante, como así también en un importante socio comercial, lo que constituye el pilar fundamental de las relaciones entre ambas regiones es el consenso de valores. A partir de sus valores democráticos y constitucionales, íntegramente compartidos, y de una cosmovisión similar, surge una variedad de intereses convergentes y de posiciones políticas coincidentes. Europa no encuentra en ninguna otra región del mundo una repercusión semejante cuando exige una regulación más fuerte de los mercados financieros y una reforma de las Naciones Unidas. Si se logra reflotar la alianza estratégica, ambas regiones acumularán el capital político necesario para configurar conjuntamente la globalización guiándose por principios sociales y ecológicos. Europa y América Latina y el Caribe disponen juntos de 1000 millones de personas, un 25% del Producto Bruto Social Mundial, 60 países, actualmente siete escaños en el Consejo de Seguridad y un tercio de los votos en la Asamblea General de las Naciones Unidas. Si ponen a jugar en la balanza todo ese peso político mundial, lograrán imponer sus metas. Y ha llegado el momento de aprovechar de una buena vez ese enorme potencial.



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