Entrevista
diciembre 2017

¿Cómo percibimos la corrupción en América Latina?

Entrevista a Alejandro Salas

El último informe de Transparencia Internacional sobre la percepción de la corrupción en América Latina arroja resultados alarmantes en muchos países. El director para las Américas de Transparencia Internacional, Alejandro Salas, explica la situación del continente en una entrevista exclusiva con Nueva Sociedad.

<p>¿Cómo percibimos la corrupción en América Latina?</p>  Entrevista a Alejandro Salas

El último informe de Transparencia Internacional sobre la percepción de la corrupción en América Latina arroja resultados alarmantes en muchos países. En principio, se muestran disparidades importantes. Mientras que Uruguay es el país en el que los ciudadanos perciben menores niveles de corrupción, Venezuela es en el que la percepción de corrupción es mayor. ¿Cuáles son los motivos de esta disparidad? ¿Qué tipo de causas pueden deducirse según las conversaciones tenidas con los encuestados de ambos países? ¿Cómo es la situación de América Latina en esta materia y como la valora usted?

La corrupción es un fenómeno global, independientemente de si un país es pobre o rico, si se ubica en el Sur o en el Norte, si hay una religión dominante u otra, en fin, lamentablemente es un fenómeno universal. América Latina no es excepción, por el contrario, la percepción de corrupción que medimos desde Transparencia Internacional cada año mediante el Índice de Percepción de la Corrupción (IPC) nos muestra como la región, junto con África, es una de las más afectadas.

Esto no se debe a que los latinoamericanos seamos más o menos corruptos que el resto del mundo o que sea un problema que traemos incorporado de nacimiento, desde luego que no, lo que observamos es que la fortaleza de las instituciones democráticas es posiblemente el factor más determinante de por qué hay más o menos corrupción en un país. En América Latina, si bien tenemos sistemas políticos democráticos que en mayor o menor medida funcionan en lo electoral desde hace algunas décadas, con elecciones y alternancia en el poder entre partidos, las instituciones en muchas ocasiones son frágiles y están sujetas a manipulación política.

El ejemplo claro es Venezuela. En nuestra medición de percepción de corrupción es el país de la región que obtiene la peor nota. No es un país pobre, o por lo menos no lo era hasta hace unos años. Con gran riqueza en recursos naturales y una clase media extendida y con un buen nivel de educación, la pobreza no explicaría los altos niveles de corrupción. Estos más bien se entienden por la captura casi total de las instituciones por parte de un grupo político en el poder. Cuando la justicia, las autoridades electorales, la contraloría, las fiscalías, la prensa, las fuerzas de seguridad, etc. responden a la política partidaria no hay contrapesos reales y efectivos al poder casi absoluto del Ejecutivo y el partido político en el poder. En un ambiente como ese, la corrupción puede crecer sin límites.

En el extremo opuesto se encuentran países como Chile y Uruguay, donde desde luego también hay problemas de corrupción, pero en menor escala. Por ejemplo, en Chile instituciones importantes como la policía o la justicia son muy respetadas por la ciudadanía y operan de manera profesional en el caso de la primera y de manera autónoma como sucede con la justicia. Esto es lo que marca la diferencia.

¿Cuáles son los factores determinantes de la corrupción en América Latina? ¿Incide de manera particular el hecho de que en algunos países las instituciones democráticas funcionen mejor que en otros?

Como comentaba antes, la fortaleza de las instituciones es posiblemente el factor más determinante para mayores o menores índices de corrupción, pero no es el único. Hay temas también de educación y valores, por ejemplo. También está la presión de la desigualdad en el ingreso de las personas y familias, no olvidemos que somos la región con mayor desigualdad en el mundo.

De particular interés me parece la actitud de las personas. Muchas veces los latinoamericanos nos vemos como víctimas de la corrupción, como si fuera un mal inevitable ante el cual no podemos hacer nada. Esto es falso. La corrupción no es un terremoto o tsunami ante el cual no podemos hacer nada por tratarse de la fuerza de la naturaleza, es un fenómeno humano. Hay cosas muy simples que podríamos hacer. La más simple, por ejemplo, dejar de votar por individuos corruptos. A mí me llama la atención como muchas veces seguimos votando por políticos que tienen casos comprobados de corrupción.

Un par de ejemplos. En Sao Paulo hay un político, Paulo Maluf, que tiene una orden de captura internacional, no puede salir de Brasil porque lo detendría la Interpol, pero sigue teniendo niveles de votación altísimos. Incluso existe el término popular «Malufar» para referirse a corrupción. Hace un par de décadas estaba Fujimori en Perú, que renunció desde Japón vía fax ante las pruebas de corrupción registradas en horas de videos que mostraban pagos de sobornos sistemáticos en su administración. ¡Las encuestas de opinión publica en ese momento le daban la mayor intensión de voto! Es más, en años recientes miembros de su familia son altamente votados en las elecciones de ese país. Así, los ejemplos se repiten en toda la región, en elecciones locales, parlamentarias o presidenciales. Es un absurdo al cual podríamos ponerle un alto de manera simple. Votemos por lo limpios y honestos.

¿Qué pasa con la impunidad? ¿Cuál es la sensación general de los ciudadanos de América Latina en relación al juzgamiento de los casos de corrupción y de la visibilidad de los mismos por parte de los medios de comunicación?

Este es un tema bien importante en la región, que bueno que lo menciones. Históricamente la impunidad, en particular en casos de corrupción, había sido la gran protagonista con índices de impunidad cercanos al 100% en países como Guatemala y México y con casi ningún detenido de la elite política y económica en la región.

Esto hacia que los esfuerzos llevados a cabo por varios países de la región por mejorar las leyes y las instituciones en América Latina encontraban su peor enemigo en la impunidad, pues todo el gasto e inversión por una mejor infraestructura anticorrupción resultaban inútiles y decepcionantes en los ojos de la ciudadanía si de todas maneras políticos y empresarios podían seguir abusando de su poder mediante la corrupción sin ser castigados.

Esta tendencia está cambiando de manera importante en la región. Cada vez son menos excepcionales o anecdóticos los casos de políticos y empresarios poderosos detenidos y juzgados por casos de corrupción, para convertirse en una manera de hacer las cosas bien. Las fiscalías en muchos casos están recuperando su valor y su autonomía. El caso reciente más emblemático es el de Brasil, en particular el escándalo de corrupción alrededor de Petrobras que se destapó hace poco más de dos años, y la subsecuente investigación que surgió como respuesta llamada «Lava Jato». Pero hay otros en Guatemala, Honduras, El Salvador, Colombia y Perú, solo por nombrar algunos.

Yo creo que reducir la impunidad por casos de corrupción es fundamental, los crímenes deben ser castigados, Sin embargo, hay que ser cuidadosos también con la opinión publica pues ante el aumento de casos de corrupción que salen a la luz se genera una sensación en cuanto a que la corrupción va en aumento y esto puede generar decepción en la gente.

Al leer en las noticias sobre casos de corrupción todos los días nos da una sensación que esta aumenta y que esta fuera de control, desde el llamado caso de la «Casa Blanca» del presidente Peña Nieto en México hasta las acusaciones contra familiares de la presidenta Bachelet en Chile, pasando por Otto Pérez Molina en Guatemala, Ricardo Martinelli en Panamá, los Kirchner en Argentina, Toledo en Perú y muchos más, vemos a diario casos de corrupción en los medios y esto da la sensación de que todo empeora. Sin embargo, nadie puede decir a ciencia cierta si hoy hay más corrupción que la que sufríamos hace cinco, veinte o cincuenta años. Lo que pasa ahora es que tenemos menos tolerancia. Es un tema de las agendas públicas nacionales y la agenda global. La prensa investiga y reporta mucho más.

Durante la década de 1990, América Latina fue considerada una región altamente corrupta. En numerosos países se evidenciaron escándalos importantes vinculados a sobornos y prebendas. ¿La situación actual tiene niveles más extensos que en aquella época? ¿Qué percepción tienen los ciudadanos al comparar ambos períodos históricos?

En línea con lo que comentaba en la pregunta anterior, no te podría afirmar si hay más o menos corrupción ahora o en los noventas, sin embargo soy optimista (o tal vez soy muy naife) pero creo que la región está teniendo progreso importantes en los últimos años.

Muy posiblemente la percepción no lo registra, pues a simple vista parece que hay más corrupción por todos los escándalos que se hacen públicos, pero si uno analiza más a fondo, vemos como hay avances en algunos países y en algunos sectores. Por ejemplo, la región ha dado grandes avances en lo que es acceso a la información pública, la cual es un requisito indispensable para la transparencia. Vemos avances también en la puesta en marcha de sistemas de gobierno electrónico, en mejores sistemas de monitoreo de gasto público, sistemas de compras públicas y otros.

Ya hablábamos antes también de la mejora en la lucha contra la impunidad, no solo algunas fiscalías, pero también algunas policías como la federal brasileña o algunos jueces.

Desde luego hay grandes déficits también, sobre todo en cuanto al dinero que entra a la política, que muchas veces se traduce en la compra de políticos mediante el financiamiento de las campañas y de las decisiones de políticas públicas por parte de grupos poderosos, ya sean legales como los grandes monopolios o corporaciones o ilegales como los carteles del narcotráfico. También hay países que hacen muy poco, por ejemplo, Nicaragua o la Republica Dominicana, este último a pesar de las marchas multitudinarias de ciudadanas y ciudadanos en contra del abuso del poder y la corrupción, no se ve mucha reacción por parte de las autoridades.

Transparencia Internacional realiza un trabajo importante visibilizando la corrupción existente no solo en América Latina sino en el mundo. ¿Qué tipo de medidas recomienda su organización para reducir los niveles de corrupción existentes? ¿Hay modelos que nuestra región pueda tomar o adoptar para mejorar su situación en esta materia?

Desde luego no hay una solución única (ojalá la hubiera) sino un conjunto de acciones, pues la corrupción es un fenómeno complejo y que está muy presente en varios ámbitos. La corrupción no se elimina por decreto, sino que se necesitan varias medidas, entre ellas es muy importante tener una infraestructura anticorrupción adecuada, es decir, la institucionalidad de la cual hablábamos antes, con acceso a la información pública efectivo, sanción efectiva a los corruptos, el respeto al principio de pesos y contrapesos entre instituciones del estado, y protección adecuada a quienes denuncian corrupción.

Finalmente, me gustaría resaltar como muy importante que se necesita que la mayoría de personas que queremos una mejor América Latina seamos activamente agentes anticorrupción. El Barómetro Global de la Corrupción: América Latina y el Caribe de Transparencia Internacional encontró que casi la tercera parte de los usuarios de servicios públicos pagó sobornos, lo cual equivale a más de 90 millones de personas pagando sobornos en los 20 países incluidos en la encuesta. Si hipotéticamente juntáramos a todos los pagadores de sobornos y los pusiéramos a vivir juntos tendríamos el tercer país más grande de América Latina, solo detrás de Brasil y México. Esto es escandaloso. Estoy seguro que una gran mayoría de estas personas pudieron haber evitado pagar ese soborno. Si la mitad de estos decidieran no pagar el soborno, las cosas mejorarían drásticamente. A esto me refiero al decir que todos podemos ser agentes de cambio.


Alejandro Salas es director regional para las Américas de Transparencia Internacional.



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