Opinión
noviembre 2018

Bolsonaro: ¿el fin de la democracia brasileña?

Con Jair Bolsonaro, Brasil corre el riesgo de caer en el autoritarismo. El país tiene ahora el presidente más extremista de todas las naciones democráticas. Unido a sectores de la extrema derecha y a religiosos del mismo cariz, amenaza con minar las libertades públicas de la nación.

Bolsonaro: ¿el fin de la democracia brasileña?

El hecho de que un presidente electo enfatice que respetará la Constitución y la democracia no es, en verdad, nada para destacar. ¡Pero sí en el Brasil de hoy! En la segunda vuelta, celebrada el domingo 28 de octubre, el ex-militar ultraderechista Jair Bolsonaro se impuso con 55% de los votos válidos frente al candidato del Partido de los Trabajadores (PT), Fernando Haddad. Bolsonaro no había ocultado previamente su admiración por la dictadura militar, su desprecio por las instituciones democráticas y su odio a los opositores políticos. A pesar de ser obligatorio concurrir a las urnas, más de 31 millones de brasileños, esto es, 21,3% de los ciudadanos habilitados para votar, no lo hicieron.

El resultado de la elección confirma la eficacia del discurso antipolítico, que favorece a los candidatos que se presentan como «no políticos» o «outsiders de la política». Bolsonaro logró, con su discurso sobre «limpiar la política», romper el predominio de los dos partidos principales, el Partido de la Social Democracia Brasileña (PSDB) y el PT. Desde 1994, fueron los únicos dos partidos que triunfaron en las elecciones presidenciales. El nuevo Congreso tendrá muchos parlamentarios inexpertos, será un poco más joven y más femenino, pero también bastante más conservador. Se fortalecen las bancadas multipartidarias relacionadas con el agro, los evangélicos y los defensores de una política de seguridad de «mano dura».

El partido de Bolsonaro, el hasta ahora insignificante Partido Social Liberal (PSL), ya se había convertido en la segunda bancada más numerosa tras las elecciones legislativas celebradas el 7 de octubre. La segunda vuelta consolidó la supremacía del sector político de Bolsonaro. El presidente electo obtuvo la mayoría de los votos en 16 de los 27 estados. Sus aliados gobernarán en los tres estados más grandes del país: San Pablo, Minas Gerais y Río de Janeiro. Y dos estados, Roraima, en la frontera con Venezuela, y Santa Catarina, en el pudiente Sur, cayeron en manos de militares que se postularon por el PSL.

¿Se puede confiar en los tonos más conciliadores de Bolsonaro posteriores a las elecciones, o existe realmente un peligro para la democracia de Brasil? Muchos de los que no fueron a votar o anularon su voto están seguros de que la política del nuevo presidente electo no será tan radical como su discurso. Sobre todo, el espectro liberal espera que las instituciones sean lo suficientemente fuertes como para mantener a Bolsonaro dentro del Estado de derecho. Con estas expectativas han justificado su posición «neutral» especialmente los principales medios de comunicación, los «intelectuales liberales» y los que terminaron terceros en la primera ronda electoral. Pero las instituciones que este «centro neutral» espera que refrenen al candidato radical han estado mostrando claros signos de degeneración durante bastante tiempo.

El sistema de justicia electoral no demostró estar a la altura de su función como juez imparcial y controlador del proceso electoral. Por un lado, prohibió a Folha de S. Paulo y a El País entrevistar a Luiz Inácio Lula da Silva antes de las elecciones, con el argumento de que este podría manipular a los votantes. También prohibió al PT utilizar un vídeo proselitista en el que hablaban víctimas del torturador Carlos Alberto Ustra, estimado por Bolsonaro, esgrimiendo que esto podría molestar a los votantes. Por otro lado, no tuvo ninguna prisa cuando Folha de S. Paulo reveló que algunas empresas privadas habían gastado millones para difundir entre los votantes un sinnúmero de noticias falsas sobre el PT y sus candidatos. La presidente del Tribunal Superior Electoral comentó que siempre han existido noticias falsas. Con respecto a las demandas presentadas contra la publicidad proselitista ilegal y difamatoria de Bolsonaro, afirmó que la Justicia necesitaba tiempo: en este caso, por lo menos hasta mediados de 2019. La directora de la Misión de Observación Electoral de la Organización de Estados Americanos (OEA), Laura Chinchilla, ex-presidente de Costa Rica, no está de acuerdo. En su opinión, la forma en que se usó masivamente WhatsApp para la multiplicación de noticias falsas no tiene precedentes. Ciertamente, tuvo no poco impacto en el resultado electoral. En Brasil usan WhatsApp 120 millones de personas. Durante semanas fueron bombardeadas con informes falsos y mentiras.

Hacia el final de la campaña electoral, Bolsonaro había vuelto a agudizar su agresivo discurso de desprecio de la democracia, exaltación de la violencia, misoginia y racismo. Amenazó con una «limpieza» como el país nunca había experimentado. Instó a sus oponentes políticos a elegir entre el exilio y la cárcel. Dijo que perseguiría a los movimientos sociales como organizaciones terroristas y eliminaría el activismo de la sociedad civil. El próximo presidente también amenazó a la prensa independiente. La violencia física contra los oponentes de Bolsonaro ya había caracterizado las semanas previas a la segunda vuelta electoral.

La victoria de Bolsonaro en las elecciones tiene como telón de fondo una ola autoritaria y antidemocrática en la población. Una encuesta realizada por el instituto de encuestas Datafolha a principios de octubre mostró que 41% de los encuestados está a favor de que los sindicatos sean intervenidos, mientras que 33% considera justificado prohibir los partidos políticos y 23%, la censura estatal en los medios de comunicación. Además, 16% no tiene reparos contra el uso de la tortura para obtener confesiones o información. En esta elección que marcará el destino de Brasil, es posible que los «neutrales» pronto se echen en cara el haber sido ayudantes irresponsables en la senda al autoritarismo de Brasil.

El resultado de las elecciones es una dolorosa derrota para el PT, que termina un ciclo de cuatro elecciones consecutivas en las que se alzó con el triunfo. Sin embargo, más dura que la derrota de su candidato Haddad es el hecho de que el resultado de la elección expresa un «antipetismo» muy generalizado y violento. Bolsonaro ganó las elecciones, en no menor medida, porque demostró ser el más fuerte anti-Lula y anti-PT. Este antipetismo se alimenta en gran medida de las denuncias de corrupción contra el partido, algunas de las cuales están bastante fundamentadas, pero han sido tan sobredimensionadas por los medios de comunicación que el PT apareció como el «partido más corrupto» de Brasil. La aversión al PT también se alimenta de caricaturizaciones histéricas –difundidas masivamente a través de las redes– como «peligro comunista» o incluso promotor de prácticas no heterosexuales, de una «ideología de género» que destruye la imagen tradicional de la familia y de actitudes antirreligiosas. Desafortunadamente, la falta de una distancia crítica frente a la Venezuela de Nicolás Maduro o a la Nicaragua de Daniel Ortega en muchos sectores del PT (aunque no es el caso de su candidato Haddad) facilitó a sus adversarios colocar al partido en la esquina de una izquierda antidemocrática.

Pero a pesar de este fuerte antipetismo, el PT ha podido afirmarse como fuerza política. No solo logró llevar a su candidato a la segunda vuelta. También es el partido que obtuvo la mayoría de los votos en todo el país en las diversas elecciones (Cámara de Diputados, Senado, cargos de gobernador). En la Cámara de Diputados será la bancada más numerosa. El PT también consolidó su bastión en el nordeste del país, donde ganó las elecciones para la gobernación en cuatro estados.

El resultado de las elecciones refleja un país dividido. Sin embargo, no se trata de ninguna manera de la polarización entre un populismo de derecha y uno de izquierda que tanto les gusta señalar a los principales medios de comunicación, para los que, en última instancia, esos populismos no son más que dos caras de la misma moneda antidemocrática. Bolsonaro cuenta con la clara ventaja de la simpatía que despierta especialmente en las ciudades y regiones ricas del centro y del sur, predominantemente de población blanca. Por el contrario, el electorado de Haddad se concentra en ciudades con niveles de ingresos por debajo del promedio y con una población mayoritariamente de color. Y finalmente, la ventaja electoral que ha sacado el próximo presidente se debe a su fuerte apoyo entre la población masculina. Aquí quedan expuestas las diferentes expectativas que despiertan los proyectos políticos: en Bolsonaro, el cuestionamiento a los programas sociales, los derechos de los trabajadores y las políticas de discriminación positiva; en Haddad, la continuación de una política de inclusión social y la ampliación de derechos.

En las elecciones, como suele suceder en las democracias, se ha expresado la decisión mayoritaria. Para sacar a Brasil de su crisis política y económica, será necesario el diálogo democrático. La duda es si Bolsonaro, el presidente electo, está dispuesto y puede encararlo. Brasil tiene ahora el presidente más extremista de todas las naciones democráticas. Y debemos hacer fuerza, como escribe el periodista Celso Rocha de Barros, para que Brasil siga siendo una nación democrática, porque pronto podría dejar de serlo.


Traducción: Carlos Díaz Rocca

Fuente: https://www.ipg-journal.de/regionen/lateinamerika/...



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