Tema central
NUSO Nº 201 / Enero - Febrero 2006

Apuntes sobre la identidad y lo latino

¿Cómo puede alguien articular su autofiguración en un espacio en el que el lenguaje, los signos culturales y otras tecnologías de expresión lo ubican en un lugar de marginalidad, de un no yo o de un yo incompleto? A partir de una escena de la película Brokeback Mountain, Ben Sifuentes-Jáuregui analiza aquí los nuevos rumbos que han tomado los estudios latinos: el repaso crítico por algunos de los ensayos incluidos en este número de NUEVA SOCIEDAD funciona como epílogo de la edición y permite, a la vez, obtener nuevas conclusiones sobre el complejo lugar de lo latino en Estados Unidos.

Apuntes sobre la identidad y lo latino

En la recién estrenada y controvertida película de Ang Lee, Brokeback Mountain (difundida en América Latina con los títulos En terreno vedado y Secreto en la montaña), basada en un cuento de Annie Proulx, hay una escena que me causó mucha ansiedad. No me refiero a las escenas románticas entre los protagonistas, Jack y Ennis, que desataron un debate homofóbico en los círculos de la derecha estadounidense, sino al momento en que Jack decide viajar a la comunidad fronteriza de Ciudad Juárez para encontrar «what he needs» (aquello que necesita). Al llegar, encuentra a un joven guapo, quien después de un intercambio de miradas lo llama «señor», y ambos desaparecen en un callejón oscuro. El desasosiego que me causó esta escena tiene que ver con el hecho de que, dentro del imaginario político, social, cultural y sexual de Estados Unidos, México –y quisiera precisar más aún, la frontera como espacio liminal– funciona como el lugar para delimitar la diferencia misma y la otredad. ¿Por qué la frontera sigue funcionando como metáfora de la transgresión? Formulo esta pregunta a manera de introducción a otra serie de cuestiones: ¿cómo se logra una agencia propia, cómo articula un sujeto su autofiguración en un espacio hegemónico cuando el lenguaje, los signos culturales y otras tecnologías de expresión están siempre orientados a marcar su marginalidad, ese espacio oscuro de un no yo, o de un yo incompleto? En el caso de la película, vale preguntar: ¿podría el anónimo joven mexicano verse y apreciarse como sujeto (y ciudadano en su plenitud) si fuera él quien cruzara la frontera hacia EEUU? En otras palabras, la direccionalidad del cruce permite que cualquier sujeto lleve consigo un sinnúmero de identidades, pero también que adquiera y ponga en movimiento otras que faciliten o limiten cualquier expresión yoica o sentido de agencia individualista, lo cual es irónico, ya que es este individualismo lo que clásicamente ha definido lo americano (American-ness) por excelencia. He decidido usar este ejemplo de Brokeback Mountain para enmarcar algunos comentarios sobre esta colección de artículos sobre los latinos en EEUU, no para descartar el potencial del filme como una obra maestra cinematográfica, sino para que recordemos y consideremos que en este momento, después de tantas décadas –más de un siglo– de migraciones desde América Latina hacia EEUU, lo latino permanece como «lo otro». Y pensando en esta condición es posible matizar la importancia central de los estudios latinos (Latino Studies) en la academia estadounidense, pero también ver sus implicaciones para el resto de América Latina, en el contexto de una globalización avasalladora.

El trabajo crítico de los estudios latinos ha sido ciertamente interdisciplinario. No está vinculado a una de tantas disciplinas tradicionales –historia, literatura, antropología, ciencias políticas, entre otras– sino conceptualizado temáticamente y sobre la base de los cruces entre dos o más disciplinas. Es fundamental entender que el análisis crítico de los estudios latinos parte precisamente de estar «entre dos espacios», de hacer las veces de un encabalgamiento, que no solo provoca sino que requiere de lo dialógico. Los temas se enfocan en debates y discusiones sobre las migraciones y la colonialidad, la identidad o, si se prefiere, las identidades, la expresión y la producción cultural y artística, los espacios urbanos como contexto social, y la política. En los artículos de Duany, Flores, Negrón-Muntaner, Poblete, Escalante Gonzalbo y Yúdice, el tema de la identidad y los latinos aparece como algo de suprema importancia. Es sobre esto que me gustaría organizar mis comentarios.

Identidad e identificación

La identidad, como tantas otras cosas, nada más «ocurre» y es difícil de entender. Yo argüiría que entender la identidad, su figuración y su circulación es gran parte de la tarea intelectual y política de los grupos latinos en EEUU, o de cualquier grupo étnico o minoritario. Ciertamente, podemos pensar cómo los cubanos en Miami, los puertorriqueños en Filadelfia o el Bronx o los chicanos en Los Ángeles o Chicago han concebido identidades culturales basadas en sus países de origen y luego, recientemente, han comenzado a indagar el potencial político de una identidad panlatina. Este proceder de lo particular a lo universal es solamente una parte de la ecuación, ya que las estrategias para reclamar una identidad son muchas, y a veces hasta contradictorias. Sin embargo, podríamos proponer que cualquier articulación de la identidad está destinada a ser reducida a una de dos tendencias. Por un lado, entramos en el ejercicio de afirmar una identidad, para luego compactar la comunidad o el grupo, sacrificando así la importancia del yo; por otro lado, observamos una valorización del sujeto (de un yo) relacionado mediante un proceso interminable de reconocimiento, diferenciación o negación del otro. Ambos acercamientos o conceptualizaciones de la identidad parecen estar atados a esos dos polos: yo y grupo, o a alguna variación entre los dos, «yo» como/contra/ante/etc. (las preposiciones son interminables) «el grupo». Nos preguntamos entonces: ¿cómo se puede negociar o evitar el dilema de tener que seleccionar entre o limitarse a las macronarrativas de la identidad (social, política, sexual, nacional, etc.) que poderosamente urgen cierta prioridad como fundacionales a la integridad del yo? En lugar de fijarse en la identidad, Diana Fuss teoriza el proceso mismo de la identificación, un concepto psicoanalítico que se define como la internalización del otro, que reemplaza un objeto perdido desde adentro. Siguiendo la obra de Jean-Luc Nancy, Fuss define la identidad como «‘el yo que se identifica a sí mismo’. La identificación es el mecanismo psíquico que produce el autorreconocimiento. La identificación habita, organiza y hace que la identidad se vuelva algo concreto». Por ejemplo, podemos fácilmente argüir que la identidad latina es multifacética y compleja, y también que la idea y el ideal de ser «latino» son puestos en marcha de manera diferente por cada uno. En otras palabras, la manera en que cada uno se identifica (o no) con la, en apariencia, estable identidad de latino o latina necesariamente va a variar. Esta variación o fluidez corresponde exactamente al trabajo de la identificación. Por lo cual, Fuss anticipa que

la identificación pone en movimiento una dinámica compleja de reconocimiento y méconnaissance que realiza un sentido de la identidad y, a la vez, pone en tela de juicio esa misma identidad. La capacidad asombrosa de las identificaciones de poder invertirse y esconderse, de multiplicarse y oponerse una a otra, de aparecer y reaparecer años más tarde, hace de la identidad algo profundamente inestable y perpetuamente susceptible de cambio radical.

Esta diferenciación entre la identidad (que podríamos ver como una meta política) y la identificación (como el proceso relacional para alcanzar esa meta) es primordial para nuestro entendimiento de la política cultural y social. Me atrevo a decir que la osada necesidad de una identidad «estable y coherente», que «nunca cambia», es en gran medida regulada por una política bastante conservadora; mientras que la identificación, con su potencial transformador, contribuye a crear nuevas coaliciones sociales y políticas, en general como la labor de una política diferente y progresista. Lo que es importante recordar de todo esto es que las identidades nunca son estables y que el proceso de identificación no tiene fin. También agregaría que, al discutir una identidad latina, ésta quedará fragmentada, y que las identificaciones con «lo latino» corren el riesgo de ser constantemente interrumpidas o desviadas. ¿Qué sucede cuando la mera identidad que uno desea para sí es «tan diferente» o considerada «inferior», o cuando las estrategias de la identificación son deficientes, no son elegantes o se ven como subversivas? ¿Qué queda por hacer? Recordemos al anónimo joven mexicano de la película: ¿qué identidad asumiría él si cruzara la frontera rumbo a EEUU? ¿Con qué propósito asumiría tal identidad? ¿En qué idioma y discurso se articula tal identificación? En este contexto teórico, ofrezco a continuación algunos comentarios sobre los artículos anteriores.

Nuevos rumbos en los estudios latinos

Fernando Escalante Gonzalbo observa que «las identidades son por definición imaginarias», en alusión a la obra de Benedict Anderson y a su definición de la nación como una comunidad imaginada. El adjetivo «imaginario» no se usa para referirse a una ficción, algo prefabricado que se puede luego descartar, sino al hecho de que todo sujeto puede contribuir a «imaginar» o «imaginarse» y crear un concepto propio e íntegro de su identidad. Lo imaginario, en este contexto, se redefine como algo potencialmente liberador, y al mismo tiempo como algo que siempre complica la posibilidad de hablar de una entidad en singular. Escalante pasa entonces a criticar el proyecto historicista de Samuel Huntington, quien ve a los latinos como una «amenaza» para esa singular identidad americana: aquí Huntington sí busca resucitar una «ficción» de lo estadounidense (nótese la actitud englobadora de este esencialismo) que ya ha sido bastante desgastada y criticada por los académicos en EEUU. Mi pregunta al texto de Huntington es mucho más simple: ¿por qué vuelve a surgir este discurso esencialista, que narra y romantiza una identidad estadounidense como estable, fuerte y sólida en el actual panorama intelectual y social? Sin lugar a dudas, propondría que tal necedad (no se me ocurre una palabra mejor) se debe a que el contexto político de EEUU bajo la administración Bush (h) promueve tales intervenciones y propuestas. Es el mismo contexto que ha militarizado la frontera México-EEUU como reificación de la ideología que teme lo latino y lo representa como una «amenaza» para la nación.

En su ensayo, Escalante también destaca el desdén con que Huntington critica el multiculturalismo como algo falso y opuesto al grand récit que –insiste– es la identidad estadounidense. En este sentido, es importante recordar que algunos intelectuales latinos habían ya articulado una crítica al multiculturalismo. Entre ellos, el performer Guillermo Gómez-Peña advierte que es necesario evitar el «culto al multiculturalismo», en el que se cree que promoviendo a Ricky Martin o a Salma Hayek o el realismo mágico se resolverá todo conflicto social. La de Gómez-Peña es una crítica al liberalismo (en el sentido estadounidense) que a menudo trata de resolver la discriminación simbólicamente, mediante un «tokenismo» barato, y que no enfrenta directamente las diferencias materiales entre grupos sociales, raciales o étnicos como fuente de problemas más amplios y graves. Menciono la crítica de Gómez-Peña porque me parece importante señalar que, antes que Huntington y otros referentes de la derecha, los intelectuales y artistas latinos ya habían concluido que «el liberalismo no es tampoco necesariamente la respuesta»; no obstante, su crítica iba por otro rumbo.

Al hablar de nuevos rumbos, es importante entender cómo la creciente heterogeneidad de los latinos en EEUU ha llevado a complicaciones respecto de lo que significa ser «latino». Una excelente muestra de esta complejidad es el ensayo de Jorge Duany. Las nuevas olas de migrantes que llegan a EEUU no se localizan en las mismas regiones hacia las que esos grupos nacionales viajaban anteriormente; es decir, los mexicanos ya no solo se instalan en California o Texas; los cubanos ya no solo van a Miami y a Union City; y los puertorriqueños ya no optan exclusivamente por Nueva York. Duany analiza rigurosamente la nueva migración o diáspora puertorriqueña hacia la Florida, que se explica por motivos económicos, sociales y culturales, y que también produce otra versión de lo que significa ser puertorriqueño en EEUU. Esta nueva versión de lo puertorriqueño lleva a dos tendencias que afectan su identidad: ya no es posible (si es que alguna vez lo fue) hablar de una identidad diaspórica puertorriqueña única o singular. Pero, además, esta nueva identidad entra en una relación dialéctica con otras identidades «latinas». Se podría sugerir que en esta dialéctica podemos localizar un potencial para crear nuevas políticas latinas que vayan más allá de los particularismos nacionales, y que respondan más efectivamente a las prácticas culturales y políticas hegemónicas. A través de este proceso de unificación y diálogo entre comunidades e identidades latinas, junto con las identidades estadounidenses, quizás se pueda entonces hablar de una identidad norteamericana que sea verdaderamente inclusiva (y no exclusiva, como quiere Huntington).

El ensayo de George Yúdice también nos lleva por nuevos rumbos. Sostiene que es importante proveer una genealogía de la función del concepto «cultura» para marcar jerarquías y finalmente posicionarlo como una matriz de inteligibilidad que estructura y regula ciertos efectos: «identidad, conciencia, imagen, sentimientos de comunidad, etc.». A Yúdice le interesan las migraciones y los desplazamientos que producen una situación de identificación compleja: no solo habrá que ver las identidades latinas que se producen fuera del país de origen, sino también analizar cómo se redefine la nación de origen (la mexicana, la salvadoreña, la venezolana) desde la perspectiva del nuevo sujeto latino. Tomando como referencia a Néstor García Canclini, Yúdice se pregunta en qué medida América Latina es una producción transnacional: ¿cómo es definido México por los latinos de Chicago, o El Salvador por los latinos de Los Ángeles, o Venezuela imaginada por los latinos de Miami? Cobra aquí mucha importancia el concepto de diáspora, que presenta «una serie de prácticas que constituyen la base de una identidad coproducida a distancia». Estas versiones transnacionales tienen consecuencias muy serias para las Américas; sin duda, es obvio que la Cuba con la que EEUU está lidiando en su política actual no es la Cuba de los cubanos, sino la Cuba de los latinos en Miami. Hay aquí tremendos ecos de esos memorables versos de Rubén Darío; es casi perverso citarlos: «Amo más que la Grecia de los griegos / la Grecia de la Francia, porque en Francia, / al eco de las risas y los juegos, / su más dulce licor Venus escancia.»

En otras palabras, toda negociación entre EEUU y América Latina está –nos guste o no– influida y mediada por la creciente presencia latina en ese país. Yúdice señala esta experiencia en términos menos poéticos y más urgentes: «Acaso la experiencia más importante para los migrantes latinoamericanos (…) es su transformación en latinos estadounidenses, con todo lo que esto implica en términos de gestión de servicios, participación en la política estadounidense, relaciones interculturales con otros grupos latinos y no latinos e impacto en las relaciones intergeneracionales (…)».

Vale destacar un punto central que señala Yúdice en cuanto a la racialización de los migrantes latinoamericanos por parte de la sociedad receptora: ésta «por su lengua y, en muchos casos, su fenotipo (…) siempre ha etnicizado y racializado a los migrantes-obreros (…)». El autor se pregunta: «¿repercutirá esta etnización entre los familiares que permanecen [en América Latina]?». En otras palabras, ¿facilita la etnización de los latinos en EEUU un diálogo en torno a cuestiones de etnia y raza en América Latina? La influencia de este tipo de remesas intelectuales y culturales surgidas en la batalla de identidades latinas en EEUU es difícil de calibrar; sin embargo, estas remesas intelectuales complementan las económicas. Citando a Amparo Marroquín Parducci, Yúdice concluye que «las remesas [sociales y culturales] ‘cambian el rostro de la localidad y crean una nueva marca, una nueva seña de identidad’».

Continuando con el debate acerca de las implicaciones del doble movimiento migratorio –ese vaivén de identidades transnacionales–, Juan Poblete examina cómo la literatura de una nueva generación de autores latinos obliga «potencialmente a la literatura nacional estadounidense (pero también a la literatura latinoamericana) a enfrentar su carácter de formación literaria heterogénea y, por lo tanto, a aceptar la inevitabilidad de la traducción cultural y lingüística como uno de sus elementos constitutivos». Poblete aplica las teorías de Antonio Cornejo Polar sobre la formación cultural colonial y la «literatura heterogénea» para acercarse a la literatura latina en EEUU, señalando cómo estos autores «elige[n] hacer de esta heterogeneidad un elemento constitutivo de la trama y de la densidad formal y semántica de su[s] texto[s]» para así enfrentar «el desafío de hablar con cierta fidelidad sobre la situación de los migrantes [latinos] para un público metropolitano que aplicará sus propias formas de traducción e inteligibilidad». En otras palabras, Poblete intenta discernir en la literatura latina nuevas estrategias de expresión que representen las nuevas identidades latinas, y que resistan cualquier imposición por parte de un público metropolitano y hegemónico, estadounidense o latinoamericano. En el contexto de mi discusión anterior sobre las identificaciones, la literatura resulta ser ese espacio de experimentación que revela la anatomía y los mecanismos de la identificación como un tanteo interminable de autofiguración. El ensayo de Poblete insiste en que este «intento por explicar/referir/representar literariamente el nuevo (des)orden de lo nacional ocurre ahora, además, en condiciones de alta globalización de la cultura y en medio de la cultura de la globalización». En otras palabras, los vínculos que el yo crea frente al otro que consume cruzan fronteras nacionales, culturales, lingüísticas y globales, entre otras. Estos cruces múltiples obligan al crítico literario a hacer caso a toda una nueva serie de contextos y pretextos en la articulación de la identidad. Según Poblete, estos cruces y nuevas encrucijadas «evidencian una renovación del potencial cultural crítico de los textos literarios ficcionales y no ficcionales nacionales en tiempos de globalización». Si bien la literatura ofrece un campo de articulación para nuevas identidades e identificaciones, la música también provee un espacio para observar otras tensiones culturales y artísticas. Juan Flores muestra las maneras en que la música –en particular, la salsa– lleva consigo esa marca de hibridez cultural: «La salsa es el equipaje musical, la remesa estilística de la diáspora en su retorno a la isla». Es interesante notar cómo se representa aquí la salsa mediante la metáfora del «equipaje», una envoltura que carga con nuevas posibilidades de ser. Flores insiste, al igual que otros críticos, en que la migración es bidireccional, estableciendo así una relación entre la isla de Puerto Rico y los lugares a los que se migra. La subjetividad del puertorriqueño/«nuyorican»/latino surge a partir de las pulsiones de esta bi- o multidireccionalidad migratoria, o bien de esta multidireccionalidad identificatoria. Flores concluye que la salsa «se ha convertido en la insignia de identidad expresiva del Caribe hispano (…) Más que la extensión directa o la imitación de estilos nativos de Cuba o Puerto Rico, es la fuente de una nueva adaptación, un híbrido criollizado de esos estilos, mezclado y en interacción con otras maneras de hacer música». Volvemos a notar cómo Flores reúne el concepto de identificación con el contexto diaspórico: «en interacción con otras maneras de hacer música» (yo agregaría «y de crear identidades»).

En sus conceptualizaciones del yo político, literario y musical, Yúdice, Poblete y Flores muestran que las influencias contextuales afectan la identidad. El caso de la hibridez musical que presenta Flores resulta fascinante, ya que las nuevas fusiones musicales tienden a reflejar y corresponden al agregado racial y cultural de las comunidades que las producen. Un nuevo ritmo es motivo de una nueva identidad.

Finalmente, para comentar el movimiento del cuerpo a esos nuevos ritmos es necesario referirse al cuerpo de J-Lo reflejando (y reflejado en) el cuerpo de Selena. Si las identificaciones se llevan a cabo en un nivel abstracto de la política y la cultura, Frances Negrón-Muntaner nos enseña cómo la identificación empieza por (y desde) lo corporal, a un nivel físico y táctil. El yo latino se identifica en la corporalidad misma: cuerpo, fenotipo, color de tez, pelo, etc. Es interesante, y en absoluto accidental, que Negrón-Muntaner elija el trasero como el objeto de identificación: el trasero representa lo abyecto y su (re) valorización es paralela a la de la subjetividad latina en general. Si las identidades latinas batallan para ser valorizadas en una cultura que enaltece cuerpos como los de Marilyn Monroe, Jayne Mansfield, Pamela Anderson Lee (y su silicona), la corporalidad latina debe entrar en esta batalla presentando sus propios puntos de referencia como estrategias de pelea. El cuerpo latino, racializado, no blanco, híbrido provee una nueva estética, otra manera de decir, una identidad. Cómo se lleva ese cuerpo, cómo se mueve y se menea a nuevos ritmos marca otros espacios de identificación y de placer.

Reflexiones finales

Para retomar las ideas sobre la identificación de Nancy y de Fuss, habría que agregar que la identificación es más que el proceso de consumir al otro; hay que subrayar también que ese proceso queda marcado por el entorno social, cultural, nacional y político en el cual se realiza ese consumo. La identificación no solo es afectada por el tiempo (es decir, por la historia), sino también por el espacio. Esto explicaría –para volver a mi ejemplo de Brokeback Mountain– por qué Jack puede viajar a México para realizar su identidad queer, mientras que el joven mexicano no necesariamente obtendría los mismos privilegios de autoafirmación identificatoria –la posibilidad de definir su identidad libre y plenamente– si fuera él quien cruzara a EEUU, ya que allí se vería afectado por una nueva serie de presiones para la articulación de su identidad. Las negociaciones de intercambio psíquico, social y cultural son siempre asimétricas: el sujeto no solo se define a sí mismo, también se ve siempre involucrado en la operación de ser definido por la hegemonía del otro. Éstas son las pautas que dictan las formaciones de la identidad latina.

En la escena entre Jack y el joven mexicano se oye como trasfondo la canción «Quizás, quizás, quizás»: «Y así pasan los días / Y yo, desesperando / Y tú, tú contestando / Quizás, quizás, quizás». Aunque la canción alude a la relación imposible de Jack y Ennis, quisiera pensar también que alude a otra relación, aquella que expresa el deseo de representar las identidades latinas que aún están por escribirse, cantarse, vivirse o realizarse: «Y así pasan los días / Y yo, desesperando / Y tú, tú contestando / Quizás, quizás, quizás».

Este artículo es copia fiel del publicado en la revista Nueva Sociedad 201, Enero - Febrero 2006, ISSN: 0251-3552


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