En las preliminares para la cumbre del G20 en
septiembre en Hangzhou, China, se ha hablado mucho sobre la necesidad
de fortalecer la cooperación macroeconómica global y reformar el
sistema monetario internacional. Si bien de ningún modo es la
primera vez que se plantean estos temas (por ejemplo, en 2011 Francia
propuso la reforma monetaria, pero le salió al paso la crisis de la
eurozona), puede que ahora sea el momento para dar pasos genuinos.
La economía global de hoy está plagada por la
incertidumbre. Últimamente, la inconsistencia de los datos ha
sembrado dudas sobre la solidez de la economía de Estados Unidos. En
el caso de Japón, la información es todavía más errática. La
Unión Europea (UE) no sólo se enfrenta a una recuperación que
sigue siendo débil, sino también a la posibilidad de perder a Gran
Bretaña como miembro.
Mientras tanto, el mundo emergente vive una aguda
desaceleración económica. En particular, China implica un riesgo
importante, ya que muchos temen que su desaceleración sea más
acusada de lo previsto. Esta situación ha motivado a que muchos
saquen sus capitales del país, generando una fuerte presión a la
baja sobre el renminbi.
Esto subraya otra fuente de incertidumbre actual:
los tipos de cambio. Las principales monedas del mundo han tenido
problemas en los últimos años: el euro sufrió un importante
descenso en 2014-15, el dólar estadounidense bajó después de que
la Reserva Federal diera señales de querer postergar el aumento de
sus tipos y ahora la libra británica ha ido cayendo por la
incertidumbre en torno al referendo sobre su calidad de miembro de la
UE. Incluso ha habido quienes han planteado sospechas de que existe
una devaluación competitiva.
En tiempos que los cambios en la política de un
país repercuten en toda la economía global, podría ser vital
fortalecer la cooperación para mejorar la estabilidad general. Y de
hecho, en cierta medida los líderes mundiales ya han reconocido este
imperativo.
Desde el inicio de la crisis financiera mundial en
2008, se han emprendido muchas iniciativas para reforzar la
cooperación macroeconómica. Por ejemplo, el G20 lanzó el Proceso
de Evaluación Mutua, por la cual se evalúa a los países miembro
siguiendo indicadores acordados en común. También ha mejorado la
supervisión de las políticas macroeconómicas por parte del Fondo
Monetario Internacional, con la implementación de un nuevo conjunto
de herramientas de supervisión multilateral centradas en las
economías principales. Se ha dicho que estas reformas constituyen el
sistema de cooperación macroeconómica multilateral más elaborado
de la historia.
Y, aun así, al G20 le resulta extremadamente
difícil cumplir el objetivo acordado en 2009 de «actuar en
conjunto para generar un crecimiento global sólido, sostenible y
equilibrado». Entre de los obstáculos más importantes se
encuentra la incapacidad de motivar a algunas economías en superávit
a impulsar políticas de estímulo del crecimiento para compensar los
efectos recesivos del ajuste en los países deficitarios.
Esto se ve de manera bastante clara en la eurozona,
donde Alemania y Holanda no han reducido sus superávits, a pesar de
que las economías deficitarias han aplicado ajustes masivos. Como
resultado, la eurozona ha pasado de tener un déficit general en 2008
a ser una importante zona con superávit, generando un shock
que ha reducido la demanda global en cerca de un 1%.
Está claro que es necesario hacer que la
cooperación macroeconómica sea más eficaz. Pero, tal como ha
mostrado la reciente volatilidad de los tipos de cambio, incluso eso
no bastará para estabilizar la economía global. También se
necesita una reforma monetaria.
En ella podría reconsiderarse el papel
desproporcionado del dólar estadounidense en el sistema monetario
internacional. En un mundo cada vez más multipolar, ¿no tendría
más sentido crear un sistema multidivisas y hacer
mayor uso de la única moneda global que se ha creado hasta hoy,
los Derechos Especiales de Giro del FMI?
Si se estableciera como moneda de reserva mundial
principal se lograrían muchos beneficios de largo alcance. Todos los
países (no sólo las principales potencias económicas) disfrutarían
de «señoreaje», o las utilidades que aportara la emisión de
moneda. Más aún, como sugiriera hace ya algún tiempo el economista Jacques Polak, el FMI (al que él pertenece) podría financiar sus programas
emitiendo SDR, eliminando así las engorrosas negociaciones para
asegurar créditos o elevar las cuotas de los miembros. Asimismo, los
SDR podrían apoyar el desarrollo: por ejemplo, se los podría
asignar en mayores proporciones a los países en desarrollo, que
tienen mayor demanda de reservas en moneda extranjera.
La Presidencia del G20 por China podría ser el
impulso necesario para este cambio. Zhou Xiaochuan, Gobernador del
Banco Popular de China, fue de los primeros en cuestionar el papel
del dólar hace unos siete años, y China ha trabajado con constancia
para internacionalizar el renminbi, logrando que en 2015 la Junta del
FMI aceptara añadir el renminbi a la canasta de monedas
internacionales que determina el valor del SDR.
Más allá de su mayor uso en los programas del FMI,
los gobiernos podrían emitir bonos denominados en SDR. Además, los
bancos privados podrían aumentar el uso de esta unidad monetaria,
tal como algunos bancos europeos hicieron uso de la llamada Unidad
Monetaria Europea que ayudó a comentar el camino para el euro.
La Cumbre del G20 en China es una oportunidad
importante para mejorar la cooperación macroeconómica y adoptar
reformas de peso para el sistema monetario internacional. Convendría
no desperdiciarla, para beneficio tanto de los países en desarrollo
como de los desarrollados.
Traducido del inglés por David Meléndez Tormen
Fuente: Project Syndicate