Tema central
NUSO Nº 243 / Enero - Febrero 2013

A Bogotá le encanta la independencia

A comienzos del siglo XX, Bogotá fue llamada por su cultura letrada la «Atenas sudamericana»; luego devino «la tenaz», una de las ciudades más inseguras del mundo, y llegó al siglo XXI convertida en la mágica ciudad de cultura ciudadana, movilidad novedosa, mucho espacio público y ganas de inclusión social. En este nuevo siglo, diversos alcaldes de izquierda han intentado convertirla en una ciudad social, humana, progresista, equitativa y sensible. El resultado: un buen discurso y logros significativos, pero muy malas prácticas de gobierno.

A Bogotá le encanta la independencia

Bogotá es una ciudad modelo para el mundo. Modelo de cómo esta urbe sudamericana se transformó y se convirtió en la ciudad de la cultura ciudadana, del espacio público y de la seguridad urbana. Modelo de cómo la corrupción –que no tiene ideología pero sí políticos– es capaz de destruir en poco tiempo logros ciudadanos que toman mucho tiempo. Modelo de lucha entre la ciudad gestionada por el Estado y la ciudad ganada por lo privado. Pero, sobre todo, modelo de ciudad donde los ciudadanos piensan con cabeza propia y siempre se arriesgan a la hora de elegir a sus gobernantes, por eso en los últimos 20 años han elegido la independencia. ¡Bienvenidos a Bogotá: la ciudad capital! La ciudad más importante de Colombia, que aporta 25% del PIB nacional y concentra 20% de la población y cuyo presupuesto es igual al de las siguientes ocho ciudades de Colombia reunidas. ¡Bienvenidos a Bogotá: la ciudad de la independencia!

Prehistoria democrática

Bogotá ha pasado por grandes transformaciones desde que se aprobó, en 1988, la elección popular de alcaldes y gobernadores. A partir de ese momento, ya no fue el presidente de la República quien decidió en manos de quién quedaba la ciudad, sino que fueron los mismos ciudadanos quienes pudieron escoger el rumbo que querían para Bogotá. Al comienzo, los «elegidos» siguieron con la misma idea de ciudad: la capital de la República y el centro burocrático que a nadie le importaba. De hecho, era la ciudad para odiar porque al final no era de nadie. El primer alcalde elegido por voto popular fue el conservador Andrés Pastrana Arango (1988-1990), quien luego sería presidente de Colombia (1998-2002); su mayor obra fue un concierto de rock que duró más de 12 horas (¡inolvidable hasta hoy!). Luego vino el liberal Juan Martín Caicedo Ferrer (1990-1992), quien terminó destituido por corrupción, y finalmente otro político liberal-conservador llamado Jaime Castro (1992-1995), a quien se le reconoce el Estatuto Orgánico de Bogotá de 1993 con el que la ciudad empieza a tener un poco de orden y algo de autonomía como ente territorial.

Con Bogotá no pasaba mucho, pero con un escándalo televisivo en el que el rector de la Universidad Nacional de Colombia, el filósofo y matemático Antanas Mockus, se bajó los pantalones para mostrar el culo, las cosas empezaron a cambiar. Mockus tuvo que dejar su cargo y decidió convertirse en candidato a la alcaldía de Bogotá. Y desde ese preciso momento los bogotanos han empezado a elegir más allá de los partidos y las burocracias y se han arriesgado a apostar por modelos alternativos de ciudad. Así, Bogotá dejó de ser la ciudad odiada para pasar a ser la ciudad deseada, la modelo, la que se hizo distinta siendo ella misma.

La historia espectacular: Mockus-Peñalosa-Mockus (1995-2003)

Cansados de la política tradicional que no daba ninguna solución a los problemas de la ciudad, los bogotanos eligieron a un candidato independiente, con la certeza de querer un cambio en el tipo de personas encargadas de la tarea. En 1995, el controversial Mockus fue elegido alcalde de Bogotá, y con él se eligió la antipolítica. Ganó con una campaña en la que solo gastó ocho millones de pesos colombianos (5.000 dólares estadounidenses) y fue elegido alcalde sin tener una carrera política previa ni el apoyo de un partido tradicional. Como recuerda Ernesto Cortés, periodista editor general de El Tiempo y experto en temas de Bogotá, ese fue precisamente su gran atractivo. Cuando llegó a su mandato, no muchos sabían cuál era su propuesta de ciudad, pero con el paso del tiempo se pudo ver que su idea era ir más allá de los proyectos de infraestructura y cemento y que aspiraba a ser el pedagogo de los bogotanos, para que aprendieran a cumplir con las normas de convivencia de manera voluntaria. «Su idea era lograr que los bogotanos se sintieran sujetos activos en la transformación de la ciudad y se apropiaran de su papel como ciudadanos», afirma Cortés1.

Sin recurrir al aumento de las penas ni de los castigos, la política de Mockus se basó en buscar la autorregulación y el cumplimiento de las normas a través de proyectos simbólicos. Por ejemplo, para enfrentar la violencia que se estaba viviendo en la ciudad, el alcalde creó una campaña de «vacunación» en la que cerca de 45.000 bogotanos llevaron un globo con el nombre de la persona que más les había hecho daño y descargaron su rabia en ese globo para desahogarse y evitar así hacerle un daño real a la persona «odiada».

Este fue solo uno de muchos actos simbólicos para mandar mensajes concretos y generar cambios de comportamiento en los ciudadanos; otros fueron la «hora zanahoria», para cerrar bares temprano y aprender a gozar sin emborracharse; la «noche de las mujeres», para demostrar que la violencia era masculina; los mimos para amonestar al infractor de la movilidad. Según Jaime Iregui, profesor de la Universidad de los Andes que trabaja en proyectos de arte urbano, con Mockus «el espacio público dejó de ser un sitio de encuentro para convertirse en un lugar performático en donde el mismo alcalde se convirtió en un personaje de una obra que mezclaba arte, cultura y publicidad no aparatosa»2. Mockus asumió un papel más cercano al de un profesor que al de un político y los ciudadanos se convirtieron, felices, en sus estudiantes.

Con estas campañas, los bogotanos empezaron a sentirse parte de algo, vinculándose ellos mismos como promotores del cambio y, lo mejor, empezaron a querer a su ciudad. De hecho, llegaron a pagar voluntariamente 10% más de impuestos para apostar por la ciudad que querían, sabiendo que sus dineros iban a ser bien usados y no se perderían en las redes de corrupción.En verdad, no se concretaron grandes obras que mostraran cambios profundos en la infraestructura de Bogotá, ya que Mockus no negoció con los políticos el presupuesto de la ciudad para así cerrarle el espacio a la corrupción acostumbrada. El alcalde transformó la ciudad a partir del símbolo, de eso que llamó «cultura ciudadana». Su éxito residió en que logró un proyecto que incluía cultura cívica, honestidad, «querer a Bogotá» y ciudadanía activa con ganas de hacer cosas, todo lo cual se tradujo en una percepción distinta de los ciudadanos sobre lo que era la capital. Según Miguel García, profesor de Ciencia Política de la Universidad de los Andes y experto en temas de opinión pública, «Mockus es el paradigma de una articulación perfecta entre un proyecto, una gestión y buenas campañas de comunicación»3.

En las elecciones siguientes, los bogotanos se encontraron con dos candidatos: uno era Enrique Peñalosa, un tecnócrata de la clase alta de Bogotá, quien ya había perdido las elecciones frente a Mockus, y el segundo era Carlos Moreno de Caro, un político conservador a quien se veía como el candidato del «payasismo», por su histrionismo. «En Colombia el populismo es un insulto, y por eso cualquier cosa es mejor a elegir a alguien que lo represente», dice Juan Carlos Flórez, académico y actual concejal de Bogotá4. Frente al miedo que representaba Moreno de Caro –no hay que olvidar que las decisiones electorales se mueven ante todo por las emociones–, los bogotanos eligieron al tecnócrata antipolítico. La idea de volver a tener un alcalde independiente volvió a manifestarse en 1997.

Peñalosa centró su obra en proyectos para recuperar el espacio público –entre ellos, reducir espacio a los autos en las calles para dárselo en andenes a los peatones–, imaginó ciclovías y renovó los parques de la ciudad. Al principio su apuesta no fue muy bien recibida: «al terminar su primer año de administración, las notas que le daban los capitalinos eran terribles. Solo 9% de los ciudadanos consideraba buena su gestión», constató el periodista Daniel Coronell5. Su política de espacio público fue muy agresiva, ya que no contó con el aval ciudadano; por ejemplo, puso unos bolardos –dícese de unas horribles y agresivas torrecitas de cemento de casi un metro de altura– en los andenes para impedir que los usaran como estacionamiento; además de ser feos, mostraban un rostro belicoso para con los automovilistas.

Lo interesante es que Peñalosa convirtió el espacio público en una religión de igualitarismo, ya que estas medidas afectaban más a los más ricos. Un ejemplo fue la expropiación de las canchas de polo de un club social privado para crear un parque público. Parte del bloque de los críticos fueron las organizaciones de buses colectivos que se vieron afectadas con la aparición de un sistema masivo de transporte más organizado y moderno, el Transmilenio. Pero en este conflicto la ciudadanía quedó del lado del alcalde.

«Como la administración de Mockus ahorró mucho para evitar la corrupción, Peñalosa llegó con el mejor de los mundos posibles», dice Cortés, uno de los periodistas que más conocen Bogotá6. «La ciudad empezó a organizarse alrededor del cemento», dice el artista Jaime Iregui7. Y así, de la Bogotá de cultura ciudadana (ciudad simbólica) se pasó a la ciudad cemento (ciudad del espacio público).

En su segundo año de gobierno, tanto Peñalosa como los bogotanos empezaron a adaptarse. Miguel García afirma que mientras el alcalde optó por medidas más sutiles para recuperar el espacio público –por ejemplo, construyendo andenes más altos para así evitar el parqueo de los carros sin utilizar los bolardos–, la gente empezó a ver que sus impuestos se estaban traduciendo en obras concretas: cemento, mucho cemento. Y obras –como se sabe– son amores. Hubo un sentimiento general de que, por primera vez, la ciudad se estaba organizando –así no fuera de la manera en que todos querían–, y esta se convirtió en un modelo de urbanismo en el que lo público era la norma y lo individual debía ceder ante la gestión colectiva tecnocrática.

Así, a la ciudad del espacio público de Peñalosa se le sumaba el legado de Mockus en relación con la cultura ciudadana, y Bogotá se empezó a vender en el exterior como modelo a seguir. «No en vano hasta la Organización Mundial de la Salud le da un premio a la ciudad reconociendo que las nuevas obras –largos puentes peatonales y Transmilenio– fomentaban el ejercicio y la salud de los bogotanos», apunta Cortés8. Pero el modelo de ciudad de Peñalosa representa una paradoja: mientras apostaba por el espacio público y la movilidad masiva, promovía la gestión privada, ya que colegios de educación pública, el Transmilenio y espacios públicos como los parques pasaron a ser administrados por consorcios privados. Toda una contradicción: para una ciudad del espacio público, una gestión privada de la ciudad.Para el año 2000, el «visionario» Mockus regresó a la alcaldía9. Esta vez desembarcó con menos símbolos y buscó la continuidad de los proyectos que venían desde la administración de Peñalosa. Parecía que eran la dupla perfecta. Mockus ahorraba y fortalecía en ciudadanía, sobre lo que había construido y gerenciado Peñalosa. La ciudad vivía la euforia de este modelo, recibía premios y se convertía en ejemplo de ciudad para América Latina y el mundo en desarrollo.

La historia social: «Lucho» Garzón (2004-2007)

Pero en las elecciones de 2003, los bogotanos le apostaron a un liderazgo distinto, haciendo un nuevo corte, y en lugar de elegir a otro señor bien de la ciudad, eligieron por primera vez a un candidato de izquierda, es más, a un sindicalista. Luis Eduardo Garzón, que se presentó por el Polo Democrático Alternativo, el partido de izquierda colombiano más moderno de los últimos tiempos de Colombia, llegó al segundo cargo más importante del país. Esta ya era una victoria importante para la democracia en un país de derecha, en donde la guerrilla ha hecho que se desconfíe de cualquier idea pública progresista.

Garzón llevó adelante iniciativas de carácter social y movió el gobierno del espacio público y la ciudad tecnocrática hacia la inclusión de los menos favorecidos. Su primer año, al igual que el de Peñalosa, no fue fácil, pues quiso abandonar el modelo de cemento y privatización que se venía desarrollando para proponer una ciudad en defensa de los pobres y de inclusión. «Con Lucho hay un sueño nuevo, del legado que había en infraestructura y en deberes, se empieza a buscar un enfoque de derechos», dice Olga Gutiérrez, quien fuera subsecretaria de Gobierno de Garzón10.

Con «Lucho» –a Garzón, como buen sindicalista, se lo llamaba por su apodo– se promociona la idea de una Bogotá social en la que se fortalece la participación ciudadana, la disminución de la desigualdad, la lucha contra la pobreza y la inclusión de distintas poblaciones a través de acciones afirmativas. Todas ideas de izquierda progresista que iban en contra de los tecnócratas que defendían la Bogotá de grandes obras que venía de Peñalosa. Este progresismo tecnocrático y privado empieza a tildar de «populistas» las iniciativas del alcalde. Ante estas críticas, «Lucho» decide moderar sus aristas más radicales. Y se entiende, porque en Colombia la derecha es el norte y la izquierda el centro, y eran tiempos en que gobernaba el país un mesías militarista y conservador llamado Álvaro Uribe.

En todo caso, bajo la gestión de Garzón lo social avanza y se logra visibilizar a sectores antes no tenidos en cuenta, como las mujeres, la población LGBTI y las minorías étnicas. Un ejemplo de esta lucha simbólica se dio en marzo de 2005 cuando Garzón les pidió la renuncia protocolaria a los alcaldes de las 20 localidades de la ciudad. De los candidatos propuestos por cada una de las Juntas Administradoras Locales, Garzón escogió a las mujeres y transmitió su elección a través del canal de televisión público de la ciudad, el canal Capital. Olga Gutiérrez recuerda: «Estuvimos ahí en jornada continua, haciendo las entrevistas al aire a cada uno de los candidatos. Era la forma de aumentar la participación de la ciudadanía en este proceso de toma de decisiones y al elegir a las mujeres era una manera de visibilizarlas más»11.

Garzón finalizó su mandato con una aprobación de su gestión mayor que la de los alcaldes anteriores: se le reconoce que la izquierda progresista es capaz de gobernar sin revanchismo, que hubo cambios en lo social y que se amplió la gestión pública del gobierno, y se recuerda que apostó por los niños con programas como «Bogotá sin Hambre», con el que garantizó la alimentación de niños escolares de estratos populares.

La tragedia sin fin: la alcaldía de Samuel Moreno (2008-2011)

El modelo de Bogotá como urbe de referencia mundial se complejizó al juntar la ciudad de cultura ciudadana (Mockus) con la ciudad de espacio, movilidad y obra pública (Peñalosa) y la ciudad de inclusión social (Garzón), y un plan permanente y continuo de seguridad ciudadana eficiente que bajó los índices de violencia, crimen y delito. La independencia de partidos y la combinación de academia, tecnocracia, autoridad, ciudadanía y algo de socialismo democrático estaba dando buenos resultados. Sin embargo, la movilidad dentro de la ciudad se deterioró, y ese sería el tema que enmarcaría el futuro de Bogotá, que devino la ciudad inmóvil.Como Garzón gobernó con el Polo Democrático y le fue tan bien, esta vez volvió a ganar ese partido de izquierda. El elegido fue Samuel Moreno, quien en campaña solo tenía una cosa clara: hacer el metro para la ciudad y así solucionar los problemas de movilidad. La diferencia con sus antecesores estaba en que era un político de viejas mañas que había pasado por diversos partidos hasta terminar en la izquierda. Era tan político que tenía hermano senador, madre candidata presidencial y abuelo presidente-dictador. Más que a la izquierda, pertenecía a la clase política tradicional: la ideología del dinero.

Moreno ganó gracias a la gestión de Garzón, quien consolidó un electorado de izquierda en la ciudad, y a que a su rival, el ex-alcalde Enrique Peñalosa, ahora se lo veía como un tecnócrata arrogante y privatizador. Además, su propuesta central justamente era lo que le faltaba a la ciudad: el metro era una propuesta llamativa y, junto con una base social de izquierda, la continuidad de las políticas del Polo Democrático parecía asegurada.

Ya en el cargo, Moreno demostró que era un político tradicional que ni siquiera tenía claro un modelo de ciudad para Bogotá, y que de izquierda no tenía nada. Era clientelista, carecía de programas y de ideas, y fue cooptado por los contratistas privados y los concejales de todos los partidos que militaban en la deshonestidad. La ciudad que se desarrolló bajo su gobierno fue la de las obras sin planeación, la entrega de contratos a políticos y los entornos corruptos. De la mano de su hermano y ex-senador, Iván Moreno Rojas, y con el apoyo de algunos concejales que aceptaron recibir prebendas a cambio de aprobar sus proyectos, el alcalde construyó un círculo de «amigos» para sacar beneficios económicos de una ciudad muy rica y que está en constante construcción. Como muy bien lo describe Cortés, Bogotá era la dulcería para estos contratistas, y el metro, el paraíso prometido que lo justificaba todo.

Moreno continuó con algunas políticas sociales que venían de la época de Garzón, además de implementar presupuestos participativos en los barrios, con la creación del Instituto Distrital de la Participación y Acción Comunal (IDPAC). Pero nada pudo evitar que su gobierno se convirtiera en un caso emblemático de corrupción y, al mismo tiempo, de destrucción de un modelo de ciudad. Poco quedó de cultura ciudadana, de espacio público y de ciudad orgullo. Volvimos a la ciudad tomada por los políticos corruptos, el metro nunca llegó y la ciudad se destruyó en su dignidad.

Sin embargo, el negocio no duró tanto tiempo y muy pronto las demoras en las obras se convirtieron en una alerta de que algo no estaba funcionando bien. El abandono de la ciudad y la intromisión de la corrupción en casi todos los ámbitos del sector público le costaron la alcaldía: Moreno fue destituido y hoy está en la cárcel. La Bogotá que dejó su administración fue una ciudad desesperanzada, con obras de infraestructura a mitad de camino y una ciudadanía al borde de la depresión.

La historia progresista: Gustavo Petro (2011-2014)

La ciudad volvió a ser el centro de los odios y del caos, habitada por el mal carácter y la bronca ciudadana. A esto habría que agregar la herencia uribista de ocho años de guerra a la civilidad, la ciudadanía y los derechos humanos. El malestar habitaba Bogotá. En medio de esa desazón, volvió a ser candidato el ex-alcalde Peñalosa, quien se mostró a sí mismo como el líder que volvería a la Bogotá modelo, que restauraría la armonía perdida. Parecía el escenario perfecto para que se allanara su camino de regreso a la alcaldía, pero Gustavo Petro, un ex-guerrillero del M-19, alteró sus planes.

Petro se había convertido en uno de los mejores congresistas del país a partir de su oposición valerosa y con criterio a la privatización a ultranza de la sociedad y al atropello a los derechos humanos que se había llevado adelante en la época del monoteísmo de Uribe. Además, había dirigido la investigación del «carrusel de la contratación» en contra del ex-alcalde Moreno, y a partir de este hecho decidió lanzarse a la alcaldía como candidato y cabeza de un nuevo movimiento de izquierda, los Progresistas, conformado por los disidentes del Polo que se negaron a seguir en un partido que continuaba respaldando al alcalde corrupto y sin ideas de izquierda. A pesar del apoyo dado a Peñalosa por uribistas, liberales, conservadores y medios de comunicación, Petro ganó las elecciones de 2011. Así, Bogotá demostró que se quería arriesgar una vez más por un proyecto nuevo al optar por un candidato que iba más allá de los partidos y tradiciones y elegir la independencia12. Pese a que Petro no ganó con una gran mayoría, pues cosechó solo 32% de los votos, su victoria resulta muy significativa.

En primer lugar, se trata del triunfo de un ex-guerrillero, lo que dice mucho sobre las posibilidades que pueden tener quienes abandonen la lucha armada. Por otro lado, a pesar de los errores que cometió la izquierda en el anterior mandato, en Bogotá hay un electorado fuerte que quiso una vez más apostarle a una opción progresista rechazando la propuesta tecnoliberal de Peñalosa. Finalmente, el triunfo de Petro es el reconocimiento de su trabajo de denuncia en contra del ex-alcalde Moreno y de su resistencia a Uribe, con lo que se convirtió en el alcalde que lucharía contra la corrupción y por los derechos humanos por encima de todo.

La propuesta de Petro busca hacer de Bogotá una ciudad de Estado, donde se privilegien los derechos de los menos favorecidos y el bienestar colectivo. «La apuesta de Petro está en superar los rezagos sociales que tiene la ciudad en educación, salud, vivienda, entre otros, pero acompañada de esfuerzos por superar la problemática ambiental», afirma Carlos Vicente de Roux, actual concejal por el partido de Petro y amigo cercano del alcalde13.

Pero a Petro se le ha olvidado que una cosa es ser candidato o senador opositor y otra muy distinta gobernar una ciudad. Su lucha contra los monopolios privados lo ha llevado a ganarse enemigos en vez de buscar su colaboración para sacar adelante las obras de infraestructura que están pendientes. Llegó con actitud revanchista, atacando a todo aquel que se opone a sus ideas. Toma decisiones autoritarias, improvisa, no sabe comunicar sus propuestas y gobierna con tonos vengativos en una sociedad que está buscando reconciliarse. En poco tiempo dejó en la oposición a toda la ciudad de elite decisoria (medios de comunicación, académicos, empresarios, gobierno nacional y políticos de todos los partidos), lo que ha acentuado el estado emocional depresivo de la ciudad que se gestó con el fracaso de Moreno.

Tal vez sea muy pronto para juzgar su mandato, pues con lo dicho anteriormente, todos los alcaldes de Bogotá han tenido dificultades en su primer año y después varios de ellos salieron triunfantes, pero hasta el momento, el proyecto de Petro no ha sido muy bien recibido y se percibe como puro discurso. Según Flórez, «los temas que el alcalde ha puesto sobre la mesa son importantes y necesitan de tiempo, eso es natural, pero si no se busca lograrlo es pura charlatanería»14.

Hasta ahora, Petro no ha sabido comunicar sus ideas y, por el contrario, ha generado grandes confusiones que han llevado a que su gobierno sea percibido como el gobierno de la incertidumbre. Su modelo de ciudad humana, incluyente, que lucha contra la segregación y la inequidad por medio de un Estado más fuerte y solidario, todavía no se ve.

Aun así, pese al futuro incierto de la ciudad, hay que decir que Bogotá es una urbe con muy buena prensa y excelente rumba y que se ha convertido en un lugar inmejorable para los negocios. Cada año llegan más turistas e inversores a la capital. Tal vez estos éxitos de imagen como ciudad se deban a las buenas obras de alcaldes independientes. Tal vez Bogotá elige bien, y por eso elige la independencia. Tal vez a Bogotá se la ha gobernado bien, con un modelo que mezcla pedagogía, tecnocracia, inclusión social y sociedad de derechos. Tal vez el único problema de este modelo de ciudad es que cada gobernante está pensando en ser presidente de la República y, al final, la ciudad poco importa.

  • 1. Entrevista de los autores, 4/11/2012.
  • 2. Entrevista de los autores, 7/11/2012.
  • 3. Entrevista de los autores, 8/11/2012.
  • 4. Entrevista de los autores, 16/11/2012.
  • 5. «El hombre que perdía elecciones» en Semana, 30/7/2011.
  • 6. Entrevista de los autores, cit.
  • 7. Entrevista de los autores, cit.
  • 8. Entrevista de los autores, cit.
  • 9. Su propio movimiento fue bautizado «Visionarios».
  • 10. Entrevista de los autores, 8/11/2012.
  • 11. Ibíd.
  • 12. Vale la pena aclarar que el nivel de abstención en las elecciones en Colombia siempre ha sido muy alto. Por ejemplo, en los últimos comicios municipales en que ganó Petro, 52,59% de los habilitados para sufragar no votó, y esta tendencia ha sido constante desde que se aprobó la elección popular de alcaldes y gobernadores. Por lo tanto, no se puede afirmar que efectivamente sea la mayoría de los bogotanos quienes han escogido a sus gobernantes.
  • 13. C. V. de Roux: «Un plan de desarrollo contra los rezagos sociales» en Apuesta por la ciudad, 15/6/2012.
  • 14. Entrevista de los autores, cit.


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