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NUSO Nº 302 / Noviembre - Diciembre 2022

Interregno La actualidad de un orden mundial en crisis

El concepto de «interregno» permite capturar los síntomas mórbidos del actual orden mundial, especialmente en el periodo post-crisis de 2008. Desde ese año, si no antes, la política internacional ha estado sumida en una etapa de inestabilidad sistémica y de erosión de los consensos vigentes en décadas anteriores, tanto en el plano global como en el ámbito interno de los países. Y estos factores parecen estar profundizándose.

Interregno  La actualidad de un orden mundial en crisis

En 1930 Antonio Gramsci, encarcelado por el fascismo italiano, escribía en los Quaderni del carcere una de sus frases más conocidas: «La crisis consiste precisamente en el hecho de que lo viejo muere y lo nuevo no puede nacer: en ese interregno se verifican los fenómenos morbosos más variados»1. De esta frase existe una versión popular, aunque incorrecta: «El viejo mundo se muere. El nuevo tarda en aparecer. Y en ese claroscuro surgen los monstruos». Esa frase, tanto en su versión original como en la más extendida, se redacta en un momento de crisis orgánica del capitalismo –otro concepto clave en el universo intelectual gramsciano–, tras el crack bursátil de 1929; una crisis económica y social que fue también política, de las democracias liberales y del orden internacional de posguerra, esa particular versión de orden liberal basado en el capitalismo de laissez faire, el idealismo wilsoniano y la Sociedad de Naciones. Gramsci, desde su contemporaneidad, pudo ver lo que años después sería ampliamente asumido por la historiografía y la conciencia colectiva: que esa etapa constituía un «interregno» que mostraba tanto el agotamiento de las estructuras vigentes, minadas por sus contradicciones y límites, como la incapacidad de las clases dominantes para darles respuesta, dando paso a nuevas formas de cesarismo, al fascismo, al militarismo y a la guerra. Solo después de la derrota del fascismo en 1945 podría emerger «lo nuevo»: los inéditos pactos socioeconómicos que durante varias décadas hicieron viables, en términos materiales y de legitimidad, los respectivos proyectos políticos de Occidente, del socialismo real y de los nuevos Estados poscoloniales, y un sistema internacional basado en la bipolaridad y capaz de proporcionar relativa estabilidad y orden en sus respectivas áreas de influencia. 

Ahora bien, ¿a qué se refería exactamente Gramsci al hablar de interregno? Se trata de una metáfora, y ni él mismo ni otras figuras posteriores lo han conceptualizado o teorizado en detalle. Sin embargo, del texto en que aparece –un fragmento de la serie «Pasado y presente» de los Quaderni se pueden extraer claves útiles. Para Gramsci, partiendo de su propio contexto histórico de entreguerras, la crisis era sobre todo una crisis de autoridad motivada por la erosión del consenso, en la que las clases dirigentes ya no podrían seguir ejerciendo su dominio a través del consentimiento y se verían compelidas a recurrir a la coerción. Un momento, en suma, de pérdida de hegemonía, en el sentido gramsciano, de coerción más consentimiento, que involucra tanto al aparato del Estado como a la sociedad civil. Lo que caracteriza el interregno es la imposibilidad de resolver esa crisis con el mero recurso a la coerción, o de retornar a consensos que dejaron de existir, al tiempo que no aparecen actores o proyectos con capacidad de ganar amplia aceptación y legitimidad. Así, reinaría un «escepticismo difuso» y una política «realista» y «cínica». Sería el momento de los «síntomas mórbidos» de alcance societal, que emanan de un viejo orden en descomposición: amplias expresiones de descontento, violencia política abierta y ascenso del extremismo; todo lo cual, de nuevo, tiene clara resonancia para el momento presente. 

La historia no se repite sino como farsa. Pero la expresión «interregno» parece particularmente apta para nuestro tiempo histórico, en especial en la etapa que se inicia con la crisis financiera de 2008. Esta, lejos de ser un fenómeno cíclico, ya es vista como crisis estructural. 2008 revela una crisis orgánica que tiene su origen en las contradicciones de una economía global altamente transnacionalizada y financiarizada. Pero no es solo un fenómeno económico. También desde 2008, si no antes, la política internacional ha estado sumida en una etapa de inestabilidad sistémica y de erosión de los consensos vigentes en décadas anteriores, tanto en el plano de la política internacional como en el ámbito interno. Respecto de este último, en la mayoría de los países, y sobre todo en las democracias liberales, se ha extendido una fuerte desconfianza ciudadana hacia las instituciones y las elites –así lo muestran las encuestas de Ipsos Mori, Gallup o Pew Global Research Center–; se observa la erosión y fragmentación de los sistemas de partidos dominantes en las décadas anteriores; el frecuente éxito electoral de outsiders que medran en ese escenario de desafección; y el ascenso de fuerzas iliberales y de extrema derecha, también en países que parecían inmunizados por haber tenido traumáticas experiencias autoritarias. Pocos años antes habrían sido inimaginables hechos como la elección de Donald Trump o Jair Bolsonaro, el Brexit y el ascenso del populismo y el chovinismo en el Reino Unido, o el asalto al Capitolio en Washington por parte de turbas de ultraderecha, azuzadas por el presidente saliente como parte de una trama golpista. Estos «síntomas mórbidos», retomando la frase de Gramsci, se observan también en los países emergentes y el Sur global, como ilustraría la pulsión ultranacionalista de Narendra Modi y el hindutva en la India, o las derivas nacionalistas y autoritarias de la China de Xi Jinping, Recep Tayyip Erdoğan en Turquía o Rodrigo Duterte, que gobernó hasta hace poco en Filipinas, entre otros casos. 

La crisis orgánica y «fenómenos mórbidos» también se proyectan a la política internacional. La Unión Europea se ha visto expuesta a una sucesión de crisis –del euro; de los refugiados sirios, el propio Brexit o el riesgo, en las elecciones de 2017, de un «Frexit» en Francia– literalmente existenciales; la propia crisis financiera de 2008 mostró las carencias de regulación y gobierno de un capitalismo transnacional librado a su propia dinámica, y lo mismo puede decirse de la irrupción del covid-19, materialización de riesgos globales conocidos, pero que se renunció a prevenir o mitigar al no haberse establecido instituciones multilaterales capaces de movilizar adecuadamente la acción colectiva. Con todo, la globalización económica se retrae, y tanto en el capitalismo liberal occidental como en el capitalismo de Estado de países emergentes repunta el proteccionismo, se inician guerras comerciales y tecnológicas y se recurre cada vez más al uso coercitivo (weaponisation) de las interdependencias, sea de manera directa o vía sanciones, a sabiendas de que ello traerá elevados costos para los implicados. La irrupción de la geopolítica en la economía global, como señala Jean Pisani-Ferri, desarticula las cadenas globales de suministro y pone en entredicho las promesas de la teoría liberal del comercio, que lo ve como el gran «pacificador» de las relaciones internacionales2

Las grandes potencias, finalmente, no parecen serlo tanto: pese a la discusión sobre una nueva bipolaridad, las potencias establecidas no logran sostener el orden internacional liberal, y cuando este es impugnado por actores revisionistas, estos últimos tampoco parecen tener la voluntad o la capacidad de generar un orden mundial alternativo. Causa y consecuencia de ese estado de cosas es el retorno de las apuestas geopolíticas y la voluntad de reordenar el mundo o, al menos, el entorno cercano, por parte de grandes potencias, así como de potencias medias y menores: frente al imperio del mercado global del periodo de globalización neoliberal, ahora la competencia geopolítica irrumpe de manera creciente en el Ártico, el Mar de China, Asia Central, Oriente Próximo y el Mediterráneo oriental, el Golfo Pérsico, el Sahel o la región del Indopacífico, un nuevo constructo geopolítico ideado en gran medida en Washington. De nuevo, esos proyectos geopolíticos no pueden separarse del ascenso del nacionalismo como vector de movilización social y como argumento para legitimar tendencias securitarias y autoritarias desde el Estado. 

La guerra de Ucrania sería una expresión extrema de ese retorno de la geopolítica. Ha sido una invasión inesperada para muchos, incluso para la Rusia de Putin, que ideó una «operación militar especial» rápida e indolora para derrocar al gobierno de Volodímir Zelensky y resituar a Ucrania en su órbita. Pero la historia ha seguido un curso diferente, como muestran la inesperada resistencia ucraniana y el insólito fiasco militar ruso, la enérgica respuesta occidental y la visible incomodidad de China o la India, también visibles errores de cálculo de Putin y la cúpula rusa. Todo ello ha abierto en Ucrania un escenario de incertidumbre radical. Cuando se escriben estas páginas, no se descarta la escalada militar, incluyendo el hasta hace poco impensable recurso a armas nucleares tácticas, o el involucramiento directo de otras potencias. La guerra de Ucrania sería así una «guerra de interregno», insólita, llena de hechos inesperados, de resultado incierto, pero muy disruptiva y con profundas implicaciones globales3

Todo lo anterior es una expresión de lo que podría llamarse la «política del interregno»4: erosión de la legitimidad y la efectividad del orden anterior; ascenso de nuevos actores, en política interna e internacional, que se alimentan del descontento, impugnan los discursos, normas e instituciones vigentes, y desafían a las elites y grupos dominantes de la etapa anterior. Nuevos actores que, frente a la pasividad o desconcierto de otros, plantean apuestas políticas y geopolíticas arriesgadas, que desafían la racionalidad y consensos establecidos –incluidos los relativos al uso de la violencia y la coerción–; apuestas que generan reacciones en cadena de alcance sistémico, y que por ello tienen a menudo consecuencias inesperadas y muy disruptivas, tornándose inviables y generando aún más incertidumbre e inestabilidad. 

Para Rune Møller Stahl, «interregno» es un concepto útil para describir un periodo de crisis prolongada, en el que el viejo equilibrio hegemónico se agota, sin que pueda emerger un proyecto hegemónico alternativo, ni haya fuerzas sociales capaces de establecerlo5. El interregno, así, no es un mero paréntesis entre etapas de hegemonía y debe ser visto como una fase histórica en sus propios términos. En ella aún están presentes elementos del «orden» anterior –ideología, discursos, instituciones, recursos materiales–, pero pierden legitimidad y efectividad; al tiempo, afloran las contradicciones de fases anteriores, y, aunque puedan estar presentes las fuerzas sociales y económicas que definirán una nueva etapa de hegemonía –el nuevo blocco historico, no tienen aún capacidad para afirmarlo, en términos de agencia, proyecto y recursos. El interregno se distingue así de una crisis momentánea, o del concepto, habitual en la sociología histórica, de «coyuntura crítica». Este se refiere a choques exógenos de corto plazo que afectan a estructuras vigentes creando «encrucijadas» que abren oportunidades en términos de agencia. El interregno es, por el contrario, un proceso histórico de largo plazo y «endógeno», generado por las contradicciones y los límites de las estructuras y relaciones sociales vigentes. La pandemia de covid-19 sería un ejemplo de coyuntura crítica y puede verse como «una crisis dentro de otra crisis»; esto es, un choque exógeno que golpea una etapa de interregno definida por una globalización ya sumida en un proceso de crisis y transformación más amplio y de carácter estructural. En esa misma línea, Milan Babic destaca tres elementos distintivos del interregno respecto de otro tipo de crisis coyunturales: se trata de procesos de largo aliento, tienen carácter orgánico o estructural y se desarrollan de manera simultánea en distintos niveles: la economía política global, el nivel estatal y el plano societal6

Así, el concepto de «interregno» permite situar los acontecimientos citados en estas páginas en un marco interpretativo coherente. La elección de Trump o Bolsonaro, el Brexit, el rápido ascenso de las extremas derechas, las guerras comerciales y tecnológicas, la crisis producida por la pandemia del covid-19 o la invasión rusa de Ucrania, por citar algunos de ellos, son hechos que han terminado ocurriendo pese a que desafiaban las previsiones y cálculos dominantes, y de ahí la tendencia a presentarlos como «cisnes negros»; esto es, como eventos discretos, aleatorios o exógenos al sistema, lo que, en gran medida, supone renunciar a explicarlos dentro de los procesos históricos y sociales más amplios. Aunque en primera instancia puedan tener distintas causas, estructurales o por factores de agencia, el concepto de interregno deviene así marco interpretativo con capacidad de desvelar la lógica profunda común a esos hechos.

La definición de interregno como etapa no hegemónica, con estructuras en crisis, y por tanto inestable y más abierta a la agencia humana, es quizás la clave para teorizar este concepto y redefinir el interregno como categoría de análisis o, al menos, como dispositivo heurístico para captar el particular Zeitgeist de la actual etapa de crisis de globalización y del orden internacional liberal. La corriente neogramsciana de economía política global –Robert Cox, Stephen Gill, la Escuela de Ámsterdam–, ya con cuatro décadas de andadura, es la que ha proporcionado la más completa teorización de la hegemonía en el plano global. Como señaló Robert Cox, más que la «fuerza bruta de dominación», la hegemonía prevalece cuando existe una estructura histórica asentada y estable en el tiempo, que «está basada en una conjunción coherente del poder material, las imágenes colectivas prevalecientes del orden mundial (incluidas ciertas normas) y un conjunto de instituciones que administran ese orden con una cierta apariencia de universalidad»7. Ejemplos de estructuras históricas en las que se asentó un orden hegemónico han sido la Guerra Fría y la posterior etapa de globalización. En ambos casos, la combinación de fuerzas materiales, instituciones e ideas vigente definió una estructura social, económica y política relativamente estable, legitimada, y efectiva para generar estabilidad. La hegemonía, en este contexto, no deriva solo del poder que ejercen de manera directa uno o varios actores «hegemónicos», sino del poder estructural presente en esa estructura histórica; un poder que no se ejerce, pero que está presente y define de antemano las constricciones y fronteras de posibilidad, y la posición y los intereses de cada actor y su agencia. Tanto la Guerra Fría como la globalización, entendidas como estructuras históricas y órdenes hegemónicos, se constituyeron como marcos de acción muy restrictivos, con márgenes de acción limitados para las acciones favorables al cambio en el terreno de la acción política, la economía o las ideas8

Estos conceptos ayudan a entender el interregno y operacionalizar este concepto en términos de teoría y método. Si el interregno es una etapa histórica diferenciada, no hegemónica, supone una estructura histórica en descomposición, sin que aparezca otra que pueda sustituirla, lo que comporta un claro debilitamiento del poder estructural, y por ende, la irrupción de nuevos actores y mayores márgenes de acción y nuevas fronteras de posibilidad para la agencia y la acción colectiva. El periodo de entreguerras ha sido una de esas etapas, como el propio Gramsci acertó a identificar, señalando tanto el ascenso del fascismo como la aparición del fordismo como cambio radical, tecnológico, productivo y societal. La crisis de la globalización y del orden internacional liberal es otra de esas etapas de interregno, originada en la crisis y el agotamiento de la globalización en sus tres componentes de fuerzas materiales, instituciones e ideas. 

En términos materiales, el ciclo posfordista de transnacionalización productiva parece agotado, ante la aparición de una nueva revolución tecnológica –robotización, automatización, inteligencia artificial, plataformas digitales– que anuncia una nueva organización de la producción, a escala de empresa, local y global, y cambios profundos en las relaciones laborales. Adicionalmente, la irrupción de riesgos globales y de la geopolítica hace menos deseable y posible depender de cadenas globales de suministro, que ya no son seguras y pueden ser convertidas en instrumentos coercitivos, lo que también impulsa ese proceso de desglobalización. Por otro lado, la emergencia climática o la pérdida de biodiversidad y «gran extinción» en ciernes muestran, de manera dramática, que los patrones de producción y consumo de ese modelo no son posibles ni deseables, y se impone un cambio de modelo de gran alcance. 

En materia social, la promesa de bienestar e inclusión a través del mercado de este modelo se materializó parcialmente. Junto a los espectaculares avances en la reducción de la pobreza y expansión de clases medias y sus expectativas en China y otros países, esos estratos medios se han estancado en los países más ricos, lo que genera una crisis de expectativas para la siguiente generación. Ha aumentado la desigualdad global, y se ha debilitado la capacidad de los Estados para asegurar el «contrato social» básico, y proteger a la ciudadanía de los riesgos del mercado y las incertidumbres que comporta el cambio tecnológico.

Los «síntomas mórbidos» también muestran el agotamiento del modelo en el plano global: el ascenso de los países emergentes y la agudización de los riesgos globales han hecho más patentes los problemas de representatividad, legitimidad y eficacia del multilateralismo de posguerra, y han puesto en cuestión su pretendida universalidad y los límites del discurso y prácticas de la «gobernanza global» y el regionalismo. En el plano de la política interna, como se indicó, el descontento y la desafección ciudadana han alimentado el ascenso de las extremas derechas, ante la pasividad y la inacción de elites que, como dijo Wolfgang Münchau en la crisis del euro, vivían un verdadero «momento María Antonieta»9.

El interregno es, por definición, una etapa de indefinición, en la que «lo nuevo no puede nacer», bien sea porque las fuerzas dominantes, incapaces de generar consentimiento, aún pueden apoyarse en elementos coercitivos del orden en declive para frenar a los actores de cambio, o recurrir al «transformismo» para insuflar algo más de vida a un orden en descomposición, o bien porque los actores de cambio son débiles y no han logrado formular estrategias alternativas, o porque emergen «monstruos», como la extrema derecha en ascenso, y distintos tipos de cesarismo contemporáneo, mediáticos y digitales, que se convierten en expresiones políticas características del interregno actual. 

Pero el interregno es también una etapa para imaginar utopías y distopías, más abierta al cambio estructural en las relaciones sociales, la economía política y el orden global. Como afirmó John Ikenberry, el declive del orden internacional liberal no responde a una «crisis E.H. Carr» que se pueda entender10, y mucho menos resolver, en términos de transición de poder, polaridad o «nueva Guerra Fría», gran juego geopolítico y supuestos «dilemas de Tucídides» que enfrentarían a grandes potencias. Más bien se trataría de una «crisis Karl Polanyi»: de sus bases económicas y sociales, de su andamiaje institucional y normativo y de las asunciones colectivas sobre democracia, sociedad y mercado, lo que pone en cuestión la legitimidad del sistema. Señala Mario Pezzini que ni una inviable restauración neoliberal, ni un distópico futuro más autoritario, securitizado y desigual son planteamientos viables ni deseables para salir del interregno11. Las propuestas de «pactos verdes» y los debates sobre nuevos modelos macroeconómicos, de política fiscal y de empleo en eeuu, la ue y otras latitudes apuntan hacia alternativas de reconstrucción del contrato social, con la generación presente, y también con el planeta y las generaciones futuras, si bien la guerra de Ucrania plantea dilemas que ponen en riesgo su viabilidad. Los dilemas, en suma, de la incierta política del interregno.

  • 1.

    A. Gramsci: Cuadernos de la cárcel. Edición crítica del Instituto Gramsci a cargo de Valentino Gerratana, vol. 2, Era, Ciudad de México, 1999, p. 37.

  • 2.

    J. Pisani-Ferry: «La conquista geopolítica de la economía» en Project Syndicate, 30/9/2021.

  • 3.

    J.A. Sanahuja: «Guerras del interregno: la invasión rusa de Ucrania y el cambio de época europeo y global» en Manuela Mesa (coord.): Cambio de época y coyuntura crítica en la sociedad global. Anuario CEIPAZ 2020-21, CEIPAZ, Madrid, 2022.

  • 4.

    V. los debates planteados por la revista Le Grand Continent en torno de esa idea, en https://legrandcontinent.eu/es/.

  • 5.

    R. Møller Stahl: «Ruling the Interregnum: Politics and Ideology in Nonhegemonic Times» en Politics and Society vol. 43 No 7, 2019.

  • 6.

    M. Babic: «Let’s Talk about the Interregnum: Gramsci and the Crisis of the Liberal World Order» en International Affairs vol. 96 No 3, 2020.

  • 7.

    R.W. Cox: «Social Forces, States and World Orders: Beyond International Relations Theory» en Millennium: Journal of International Studies vol. 10 No 2, 1981, p. 139.

  • 8.

    Para un tratamiento detallado de estos conceptos, v. J.A. Sanahuja: «Hegemonía, crisis de globalización y relaciones internacionales. Concepciones clásicas y teorización crítica» en Paloma González del Miño (ed.): El sistema internacional del siglo XXI. Dinámicas, actores y relaciones internacionales, Tirant lo Blanch, Valencia, 2020.

  • 9.

    W. Münchau: «The Elite’s Marie Antoinette Moment: Right Response Is to Focus on Financial Sector and Inequality» en Financial Times, 27/11/2016.

  • 10.

    Hace referencia a los textos del historiador británico sobre la crisis de la década de 1920.

  • 11.

    M. Pezzini: «Nuevas alianzas para salir del interregno» en Le Grand Continent, 26/5/2022.

Este artículo es copia fiel del publicado en la revista Nueva Sociedad 302, Noviembre - Diciembre 2022, ISSN: 0251-3552


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