Como en todo el
mundo, la victoria de Donald Trump ha sido objeto de una gran
atención entre los venezolanos. Sus comentarios sobre México, el
abrupto protagonismo de la ex-Miss Universo Alicia Machado y, en
menor grado, las acusaciones de misoginia y sus ataques a Hillary
Clinton fueron temas recurrentes tanto en los medios como entre los
analistas y en las conversaciones de la gente de a pie. Pero pocos
pensaban que ganaría y, dado que en el país hay tantos otros
problemas, a casi nadie le quitaba realmente el sueño. Sin embargo,
poco a poco su nominación fue ganando impulso y comenzó a subir en
las encuestas. A Trump había que tomarlo en serio. Eso, para los
venezolanos, significa fundamentalmente tener en cuenta el único
parametro que utilizamos en la actualidad para medir cualquier
fenómeno: ¿su elección ayudará o perjudicará al gobierno de
Nicolás Maduro? En el
momento en que se escribe este artículo, aún es difícil hacer una
predicción. El magnate hoy presidente continúa siendo una
incógnita que cada quien matiza según los niveles de antipatía o
simpatía que siente por él. Eso no significa que no podamos
analizar cuál es el lugar que eventualmente puede ocupar Venezuela
en su tablero. El país tiene protagonismo en al menos tres aspectos
a los que les ha dado relevancia: la energía, la relación con Rusia
y, en menor medida, los votos de Florida.
Comencemos
con lo último. Si descontamos algún otro comentario menor, la
única vez que Trump se ha referido a Venezuela fue en un acto de
campaña en Miami. Allí, en comparación con los varapalos que les
ha lanzado a los mexicanos, quedamos sorprendentemente bien parados:
dijo que somos «un pueblo grande», que vivimos en un «país
hermoso, vibrante y maravilloso lugar» que «ha sido terriblemente
herido por los socialistas». Incluso reconoció el aporte de los
inmigrantes venezolanos para el bienestar de Miami. En conclusión,
«ellos [los venezolanos] anhelan ser libres, ellos anhelan ser
ayudados», lo que se interpretó en el país como un espaldarazo a
quienes se oponen a Maduro y le granjeó a Trump no pocos simpatizantes.
Para alguien como él, que a través de una de sus corredoras
inmobiliarias estrella tiene vallas publicitarias y anuncios de radio
en Caracas para vender propiedades en Florida, el caso venezolano no
debe ser del todo ajeno –así como tampoco puede serlo después de
haber sido dueño del concurso Miss Universo–. Si la industria de la
belleza es importante en algún lado, es en Venezuela. No obstante,
lo más probable es que su declaración en Miami se relacionara más con
el voto cubano (y cada vez más venezolano), que no perdona ninguna
concesión a Castro y Maduro, que con cualquier otra cosa.
Al
menos el nuevo secretario de Estado Rex Tillerson ha sido consecuente
con ello. Sus críticas a Maduro y su declarado apoyo a una
transición en Venezuela parecen ir en ese sentido. Pero con
Tillerson hay más. Él representa, sobre todo, petróleo. Y no en
términos genéricos, sino con una particular y complicada historia
con Venezuela. Como se sabe, antes de ocupar su actual cargo, fue
CEO de ExxonMobil. Es decir, de una empresa con estrechos vínculos
históricos con Venezuela. Su antecesora, la Standard Oil de Nueva Jersey (que en 1972 se convirtió en Exxon), obtuvo en el país
algunas de sus ganancias más grandes de todos los tiempos a través
de su filial local, la Creole Petroleum Corporation. Pero esto es
prehistoria para Tillerson. En 1976 la Creole fue estatizada con el
resto de la industria y comenzó un paréntesis de dos décadas hasta
que, en 1996, se inició la política de apertura petrolera, que
permitió el retorno de las compañías extranjeras. Básicamente se
ubican en la Faja Petrolífera del Orinoco, la mayor reserva de petróleo del
mundo con casi 300.000 millones de barriles. ExxonMobil
vuelve de esa manera.
En
2007, Chávez obligó a las compañías que trabajaban en la Faja del Orinoco a formar empresas conjuntas con el Estado,
que mantendría al menos 51% de las acciones. La mayor parte de
ellas aceptó las nuevas condiciones impuestas por Chávez, menos la
Conoco-Phillips y la ExxonMobil, que abrieron juicios
internacionales. ExxonMobil exigió una compensación por 10.000 millones de dólares, lo que implicaba el embargo de todos los bienes en
el exterior de la estatal venezolana PDVSA. Al final, el Centro Internacional de Arreglo de Diferencias Relativas a Inversiones (CIADI)
ordenó pagar una compensación de sólo 1.000 millones de dólares.
Fue un enorme triunfo para el gobierno venezolano. Sin embargo,
ExxonMobil inició actividades en Guyana, justo en las áreas
limítrofes en disputa con Venezuela, lo que inició un segundo round del
pleito, aún en curso.
El
petróleo venezolano involucra también a otros actores como Rusia.
¿Preferirán Tillerson y Trump una triangulación con Rusia, que ha
invertido mucho dinero en el petróleo y otras áreas del país, a un
choque directo con Caracas? ¿Privilegiará sus buenas relaciones con
Putin, aliado estrecho de Maduro, a rematar la faena con su antiguo
contrincante? El plan de energía de Trump contempla liberar a
Estados Unidos de la dependencia del petróleo de la Organización de
Países Exportadores de Petróleo (OPEP) e impulsar la producción de
petróleo de esquisto, una de las pesadillas del gobierno venezolano.
Las consecuencias de esta política, de tener éxito, son claras para
Venezuela: pérdida de su mercado histórico y baja en los precios
tan pronto los costos de producir el petróleo de esquisto puedan
hacerlo competitivo. Aunque PDVSA ha hecho esfuerzos por diversificar
sus mercados, la cercanía de Estados Unidos, a solo cuatro días de
los puertos venezolanos para los tanqueros; el hecho de ser dueña de
una empresa grande, aunque hipotecada, la CITGO, y de varias
refinerías en el norte, y los compromisos que atan buena parte de la
producción a convenios que estipulan pagos financiados a mediano
plazo o en especie, como los de Petrocaribe y especialmente el de
Cuba, más la parte que ya está hipotecada a China, hacen el mercado
norteamericano cada vez más importante. Es irónico, pero 20 años de chavismo nos han hecho más dependientes de Estados Unidos
que nunca. Y sumémosle a esto el riesgo de PDVSA de caer en default
con sus acreedores. Más allá del American First Energy Plan, sería
raro que dos negociadores avezados como Trump y Tillerson no
aprovecharan esta oportunidad.
Como
vemos, el tablero está servido. Hay muchas opciones de desarrollo y
solo aguardamos a ver cuál será el primer movimiento del jugador.