Usted ha afirmado que la izquierda socialdemócrata precisa desarrollar una nueva visión y una nueva narrativa. Además, recientemente ha sostenido que Donald Trump manifiesta, desde la derecha más reaccionaria, un discurso de autenticidad y de relacionamiento con grupos ciudadanos que debe ser evaluado cuidadosamente. ¿Que tipo de narrativa puede y debe construir la izquierda socialdemócrata en un contexto en el que los discursos y las estrategias «anti-elitistas» han ganado terreno?
Por
mucho tiempo he sostenido que la idea de «buena sociedad» podría
ser la nueva narrativa de la socialdemocracia. Los socialdemócratas
necesitan representar la esperanza de un futuro mejor y no solo
presentarse como los gerenciadores de la política del día a día.
Se trata de algo así como una habilidad técnica, pero debe ser
claro por qué los socialdemócratas quieren estar en el
gobierno. Si la gente cree que el objetivo último es simplemente
estar en el gobierno, termina perdiendo la confianza en que
los socialdemócratas sean las personas correctas para llevar
adelante a la sociedad en beneficio de todos. Entonces, cuando se
vuelven evidentes problemas mayores, como la desigualdad, la gente
busca alternativas políticas, incluso algunas que no son realistas.
Si uno está desilusionado con la política actual y alguien trata de
venderle «soluciones» simples, pero en última instancia inviables,
se puede sentir tentado. El problema es: ¿qué
ocurre cuando se vuelve evidente que no existen las soluciones
simples?
El
triunfo de Trump, del Brexit y el ascenso de la derecha europea
parecen expresar el desencanto, no solo con la globalización, sino
también con las estructuras democráticas. Esas estructuras, que son
defendidas por la izquierda socialdemócrata, deben estar presentes
en cualquier discurso político. ¿Puede ser creíble un discurso que
no abjure de ellas y que, a la vez, pretenda disputar desde las
mismas el poder político a la extrema derecha? ¿No son esas
estructuras las que, en ocasiones, colocan a la izquierda como parte
del «sistema»?
Ese es
exactamente el problema. Si la gente tiene la sensación de que el
«sistema» no es receptivo y de que, sin importar lo que uno haga,
no se puede introducir ningún cambio, se vuelve permeable al mensaje
populista de que las elites manipulan el juego contra la gente común.
El mensaje populista se basa siempre en la declaración de que ellos
son los únicos que pueden representar legítimamente la «verdadera
voluntad de la gente» contra el sistema, es decir, contra aquellas
personas que aparentemente son indiferentes.
Esto
es también lo que hace tan difícil combatir a los populistas, ya
que los candidatos tradicionales son siempre necesariamente un
producto del sistema. La solución se encuentra en lo que Jürgen
Habermas llamó la introducción de un nuevo pluralismo. El «sistema»
necesita presentar soluciones alternativas claras entre las cuales la
gente pueda elegir, sin verse forzada a escapar hacia los mentirosos
o algo peor. La creación de una nueva narrativa para la
socialdemocracia ayudaría a hacer justamente eso: diferenciar a los
socialdemócratas de sus competidores políticos y crear una nueva
visión de futuro en la que la gente pueda confiar de nuevo. La tarea
principal es recuperar la confianza y esto, a su vez, se convertirá
en el arma más importante contra el avance de los populistas.
¿Qué
sucede con el desencanto de la clase trabajadora y de los perdedores
de la globalización? ¿Qué tipo de propuestas puede ofrecer la
socialdemocracia como alternativa a la extrema derecha reaccionaria?
¿Es posible recuperar caudal electoral e impulso político con
propuestas progresistas como la renta básica de ciudadanía o con
cargas impositivas a los procesos de digitalización y robotización?
La
clave es no imitar la postura de los populistas en el intento de
recuperar a sectores de la clase trabajadora, ya que esto es
malinterpretar el problema. En mi opinión, el problema no es que
parte de la clase trabajadora esté convencida de las soluciones que
ofrecen los populistas. Lo que sucede es que no confían en las
alternativas disponibles. Esta distinción es crucial, ya que
significa que se puede reconquistar a la gente para sumarla a un
proyecto socialdemócrata si se encuentra la forma de reconectarse
con ella y recuperar su confianza. Esto es posible con una agenda que
incluya el respeto y la dignidad. El meollo del problema es que mucha
gente de la clase trabajadora ya no se siente respetada. La creación
del respeto mutuo es el primer paso para reconstruir la confianza.
Desafortunadamente, algunos partidos socialdemócratas, como el
Partido Laborista británico, no hacen esa distinción, sino que
tratan de imitar la postura de los populistas. Pero este no es el
problema de fondo.
Que
haya una tendencia a imitar tampoco es sorprendente. Una narrativa
sobre un futuro mejor es necesariamente un proyecto político de
transformación en el sentido en que uno desearía cambiar
paulatinamente el statu quo. Sin embargo, la socialdemocracia
se ha vuelto muy transaccional en las últimas décadas. Los
socialdemócratas han tratado de complacer las preferencias de
segmentos específicos de votantes para ganar votos para las
siguientes elecciones. Esa es la transacción: sé que quieres X, te
voy a dar X y en consecuencia espero que me votes. El problema es que
ese enfoque no contribuye a crear una agenda política coherente,
ignora al núcleo de votantes habituales y equivale a reaccionar
frente al estado de ánimo del momento en lugar de moldear el futuro
y ganar el apoyo necesario para esa idea de futuro.
Friedrich
Hegel veía la historia como una secuencia de tesis, antítesis y
síntesis. Si la globalización fue la tesis, entonces la Tercera Vía
fue la adaptación transaccional a la tesis. Hoy estamos en el inicio
de la antítesis, el resurgimiento del populismo nacionalista como
reacción contra la globalización, y la reacción instintiva es
nuevamente transaccional: adaptarse a los populistas. En mi opinión,
sin embargo, la verdadera misión es definir cuál sería la próxima
síntesis estable y hacer campaña para lograrla.
Con el
desarrollo de fenómenos como el de Trump y el ascenso de extremas
derechas en Europa, parece generarse un dilema. Por un lado, la
socialdemocraca quiere ubicarse más a la izquierda y, por otro,
defender los beneficios de la democracia liberal criticando a lo que
considera el «populismo». ¿Cómo puede resolverse esa paradoja?
Como
mencioné antes, creo que lo principal es entender que es el
desencanto respecto al desarrollo actual de las políticas generales
lo que promueve el avance de los populistas. La mayoría de la gente
no está convencida de las «soluciones» de los populistas, sino que
simplemente no ve otra alternativa viable. La reacción de la
socialdemocracia debería ser no caer en la trampa de la adaptación,
desarrollar alternativas políticas creíbles y reconstruir la
confianza de las partes del electorado que se perdieron. Si se
observa lo que ha estado haciendo Martin Schulz en Alemania, se puede
ver que la estrategia funciona, y esto no es una coincidencia.
Henning Meyer es jefe de redacción de la revista Social Europe e investigador adjunto del Public Policy Group de la London School of Economics (LSE).
Traducción:
María Alejandra Cucchi