Hace 400 años, John Rolfe utilizó semillas de
tabaco hurtadas en el Caribe para desarrollar la primera exportación
rentable de Virginia, minando el comercio de tabaco de las colonias
caribeñas de España. Más de 200 años después, otro británico,
Henry Wickham, llevó semillas de un árbol de caucho de Brasil a
Asia –a través del Real Jardín Botánico de Londres, la gran
institución colonialista–, preparando así el camino para la
futura extinción del boom del caucho en el Amazonas.
En la época de la exportación libre de plantas,
todo lo que hizo falta fue una maleta llena de semillas para arruinar
subsistencias, e incluso economías enteras. Gracias a los avances en
el campo de la genética, quizá pronto haga falta menos.
Sin duda, en las últimas décadas, se han hecho
grandes avances en la regulación del movimiento transfronterizo
deliberado de material genético de animales, plantas y otros seres
vivos. La Convención de las Naciones Unidas sobre Diversidad
Biológica de 1992 ha ayudado a salvaguardar los derechos de los
proveedores de recursos genéticos –como (idealmente) los
agricultores y las poblaciones indígenas que han protegido y
cultivado genes valiosos– reconociendo la soberanía nacional sobre
la biodiversidad.
Mientras que algunas personas seguramente se las
ingenian para evadir las regulaciones, los sistemas legales
meticulosamente desarrollados garantizan que no les resulte fácil.
La mayoría de los intercambios internacionales de semillas, plantas,
animales, microbios y otros productos biológicos están acompañados
de los permisos necesarios, incluido un acuerdo de transferencia de
material.
¿Pero qué pasa si no tuviéramos que enviar ningún
material? ¿Qué pasa si todo lo necesario para usurpar las semillas
deseadas fuera un simple correo electrónico? ¿Qué pasa si solo
con secuencias genéticas, los científicos pudieran «animar»
el material genético apropiado? Estos intercambios de biodiversidad
facilitados por Internet claramente serían mucho más difíciles de
regular. Y, considerando que la secuenciación genética se está
acelerando y abaratando cada vez más, y que la tecnología de
edición genética avanza a pasos acelerados, ese tipo de
intercambios pueden ser posibles antes de lo que pensamos.
Por cierto, los genes, inclusive organismos enteros,
ya pueden trasladarse virtualmente –blandos y biológicos en cada
extremo, pero apenas una serie de unos y ceros mientras están en
viaje–. El pequeño virus que causa la gripe es un excelente
ejemplo de desarrollo técnico.
Hoy, cuando aparece una nueva cepa de gripe en Asia,
los científicos recogen una muestra de la garganta, aíslan el virus
y hacen correr la secuencia genética de la cepa. Si luego publican
la secuencia de la cepa en Internet, laboratorios estadounidenses y
europeos tal vez puedan sintetizar el nuevo virus a partir de los
datos descargados de manera más rápida y sencilla que si esperan
que un correo entregue una muestra física. El virus puede propagarse
más rápidamente de manera electrónica que en la naturaleza.
Virus más complicados y algunas bacterias hoy están
al alcance de esas técnicas, aunque para sintetizar completamente un
organismo más elevado con un genoma más complejo, como el maíz,
faltan muchos años. Pero eso tal vez no importe, ya que las nuevas
tecnologías de edición genética, como CRISPR-Cas9, les permiten a
los científicos unir nuevos organismos complicados, utilizando la
información de la secuencia genética de organismos a los que no
tienen acceso físico.
Por ejemplo, los atributos clave de un maíz
resistente a las sequías de una comunidad zapoteca en Oaxaca,
México, podrían reproducirse editando los genes de otra variedad de
maíz. No hace falta ningún nuevo progreso relevante en la
tecnología para que esto resulte posible.
Lo que hace falta son las secuencias genéticas de
miles de tipos de maíz. Esos datos actúan como una suerte de hoja
de ruta y repositorio de recursos, permitiéndoles a los científicos
comparar secuencias en la pantalla de una computadora e identificar
variaciones pertinentes. Luego podrían aplicarse los ajustes
seleccionados, por ejemplo, a los progenitores de un nuevo híbrido
de maíz de Monsanto o DuPont Pioneer.
Administrar el acceso a grandes bases de datos
genómicas se torna así de vital importancia para impedir una
versión virtual del robo perpetrado por Rolfe y Wickham. Y, por
cierto, en un correo electrónico imprudente difundido bajo la Ley de
Libertad de la Información de Estados Unidos, uno de los principales
científicos especializados en maíz del Departamento de Agricultura
de Estados Unidos, Edward Buckler, lo calificó como «la gran
cuestión de nuestro tiempo» para el cultivo de plantas.
Si corporaciones del sector de la biotecnología
agrícola como Monsanto y DuPont Pioneer –para no mencionar otras
firmas que trabajan con recursos genéticos, incluidas compañías
farmacéuticas y nuevas empresas dedicadas a la biología sintética–
tienen libre acceso a esas bases de datos, es muy probable que los
proveedores de los genes deseados salgan perdiendo. Después de todo,
son empresas completamente capitalistas, con poco incentivo
financiero para ocuparse de un don nadie.
En este caso, ese «don nadie» pueden ser
cultivadores de sorgo africanos, médicos tradicionales, poblaciones
de zonas forestales u otras comunidades tradicionales –gente que ha
creado y sustentado la biodiversidad, pero que nunca tuvo la
arrogancia o la codicia para reclamar los genes como inventos propios
y patentados–. Solo bastaría con que alguien secuenciara sus
creaciones y compartiera los datos en bases de datos abiertas.
Sin embargo, el acceso abierto es lo habitual hoy en
día a la hora de compartir datos de investigación. El GenBank del
gobierno de Estados Unidos, por ejemplo, ni siquiera tiene un acuerdo
que prohíba una apropiación indebida. Esto debe cambiar. Después
de todo, esas bases de datos sin condiciones no facilitan que se
compartan los datos; permiten el robo.
La cuestión de cómo regular el acceso a los datos
de la secuencia genética está surgiendo hoy en las discusiones
internacionales, inclusive en la Organización Mundial de la Salud y
en la Organización para la Alimentación y la Agricultura. Quizás
el foro más importante para este tipo de discusiones sea la
Conferencia de las Partes de la Convención sobre Diversidad
Biológica, el principal tratado que regula el acceso a la
biodiversidad. La próxima reunión (COP 13) tendrá lugar en Cancún,
México, a comienzos de diciembre.
Los participantes de la reunión COP 13 deben
centrarse en la necesidad de proteger los derechos de los proveedores
de recursos. Para tal fin, deberían llevar a cabo una evaluación
cuidadosa de las políticas existentes y diseñar los cambios
necesarios antes de que la biología sintética supere a los sistemas
legales y los torne impotentes.
Deben realizarse acuerdos para supervisar el acceso
a las secuencias genéticas de manera tal que los beneficios de su
uso se compartan de manera justa y equitativa. De lo contrario, se
minarán décadas de trabajo destinadas a promover la conservación e
impedir la piratería, poniendo en peligro la convención de
biodiversidad y a aquellos a quienes protege.
Fuente: Project
Syndicate