Las críticas al uso masivo de servicios digitales fuertemente centralizados y de sus bases de datos gigantescas suelen despertar una respuesta unívoca: no tengo nada que ocultar. A punto tal que esta frase se convirtió en un ya viejo y conocido desafío argumental, según el cual solamente quienes realizan actividades ilícitas podrían tener alguna objeción respecto a que se guarde un registro de todas sus actividades digitales. Esta frase también implica la aceptación tácita de los nuevos modelos de negocio de los servicios web y la negación de la relevancia de los problemas políticos involucrados. Por eso vale la pena detenernos en los contraargumentos y en las estrategias que conllevan.