Opinión
julio 2017

Veinte personas se dan cita en una bella ciudad

Qué expectativas hay con respecto al G-20 y qué avances reales puede haber

<p>Veinte personas se dan cita en una bella ciudad</p>

No puede envidiarse a Hamburgo, ciudad anfitriona de la Cumbre del G-20 entre el 7 y el 8 de julio, por los huéspedes que tendrá. Junto al presidente estadounidense Trump y al ruso Vladímir Putin, la canciller alemana dará allí la bienvenida, entre otros, al no poco polémico presidente turco Recep Tayyip Erdogan, al presidente sudafricano Jacob Zuma (acusado actualmente ante la Justicia de algo menos de 800 casos de corrupción), al presidente brasileño Michel Temer (hoy criticado por obstrucción de la Justicia, corrupción y por haber formado una asociación delictiva, entre otros cargos), como así también a potentados de Arabia Saudita y China. El lema de la gran manifestación anticapitalista que se realizará como reacción es «Bienvenidos al infierno». Y no suena muy inapropiado para esta reunión de un gabinete terrorífico de la política internacional. ¿Qué puede esperarse realmente del G-20?

Mucho, si se parte de los reclamos que se han hecho en su entorno durante las últimas semanas. El club está siendo sobrecargado de expectativas que resultan parcialmente contradictorias:

- Los sindicatos que forman parte de Labour 20 exigen un «modelo económico alternativo»": señalan que la política fiscal debe usarse para impulsar la demanda y que las inversiones públicas deben incrementarse sustancialmente. Además, que deben combatirse las desigualdades, deben implementarse negociaciones colectivas, «salarios mínimos adecuados» y condiciones de trabajo dignas en las cadenas globales de suministro.

- La organización civil Civil20 quiere «un cambio político en términos de una globalización justa para todos». Sostiene que el modelo económico centrado en el crecimiento, que produce perdedores y destruye nuestro sustento ecológico, está acabado. En su lugar, esta organización civil exige que la política del G-20 detenga la creciente desigualdad entre los países y dentro de los países, luche contra la pobreza y el hambre en el mundo y fomente la igualdad de derechos.

- Los think tanks de los países del G-20, bajo el nombre de Think20, tienen entre sus objetivos una «arquitectura global de gobernanza para la economía que haga inclusiva y sostenible la globalización y brinde un marco para implementar la Agenda 2030».

- Por su parte, las asociaciones empresariales, unidas en Business 20, presentan un catálogo de reclamos entre los que se encuentran «un sistema comercial abierto e inclusivo» y el aprovechamiento de las oportunidades que ofrece la digitalización.

Hay algo que no funciona: esto se refleja, a lo sumo, en la retórica, pero no en las políticas del G-20.

Es improbable que el club de las 19 economías más poderosas más la Unión Europea haga realidad esta lista de deseos. La razón de ello es, por una parte, de índole práctica. El club no posee ninguna secretaría, cada presidencia impone algunas de sus propias prioridades y los jefes de Estado gustosamente se olvidan más temprano que tarde de algunas de sus promesas. Además, el G-20 se ha apartado mucho de su idea fundacional, la estabilización de la economía mundial presionada por la crisis financiera de la década de 1990 en Asia. Los jefes de Estado y de Gobierno se reúnen desde 2008, y desde entonces las promesas crecen exponencialmente: la economía crecerá de manera exponencial, las desigualdades serán combatidas más rápidamente, se dará apoyo a la exigente Agenda 2030 para el desarrollo sostenible (con demandas como la reducción de la desigualdad, trabajo digno para todos y la protección de nuestro planeta): todas concesiones indoloras mientras no salgan de los papeles. Y con frecuencia se reincide aquí en conceptos que ya han sido discutidos en el nivel de la Organización de las Naciones Unidas, se hacen interpretaciones superficiales o se encomiendan tareas a la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico (OCDE). Y esta, a su vez, «olvida» consultar a la mayoría de los países porque no son miembros de la OCDE. Todo queda, a fin de cuentas, donde estaba. Hay algo que no funciona: las personas son excluidas sistemáticamente del progreso y nuestros medios de subsistencia son destruidos, pero esto se refleja, a lo sumo, en la retórica, no en las políticas del G-20.

¿Qué sentido tiene entonces este foro, si mayormente se queda en declaraciones que quedan en letra muerta? Por un lado, hoy la discusión sobre la globalización, sus ganadores y perdedores, es más importante que nunca: no solo en el G-20, sino también en las agrupaciones de la sociedad civil, sindicatos, empresas y think tanks. Por otro lado, hay también organizaciones que actúan en los foros con aportes valiosos: tal es el caso de la Organización Internacional del Trabajo (OIT). La prioridad es el trabajo: el hecho de que, por ejemplo, en la reunión de ministros de Trabajo con China pueda hablarse de derechos humanos en la cadena de suministro, o pueda hablarse con Arabia Saudita sobre puestos de trabajo para mujeres o la diferencias salariales entre hombres y mujeres, quizá no sea un enorme avance, pero es al menos un comienzo. Finalmente, queda claro lo importante que es tener un enfoque holístico en política global: así es como, de repente, el ministro de Hacienda alemán se interesa por África y los ministros de Agricultura hacen referencia a la Agenda 2030. Y una vez que las políticas figuran en los papeles, es más fácil exigirlas del propio gobierno: también en Alemania, donde en poco tiempo se celebrarán elecciones parlamentarias.

Resta esperar, pues, que el foco puesto en el G-20 como «foro central para la cooperación internacional en cuestiones de finanzas y economía» haga despertar finalmente a la ONU de su profundo letargo.

Aun si el G-20 no se transformara en un futuro más o menos próximo en un foro progresista y transformador, sería un error darle la espalda. Y esto por dos motivos:

En primer lugar, es de esperar que el foco puesto –aunque a veces de manera algo maníaca– en el G-20 como «foro central para la cooperación internacional en cuestiones de finanzas y economía» (según el gobierno alemán) despierte a la ONU de su profundo letargo. Si su nuevo secretario general, António Guterres, lograra sacar a su organización de su inercia, quizás el G-20 no vuelva a tener tanta importancia y las discusiones acerca del futuro de nuestro planeta regresen al lugar al que pertenecen y donde se dan de forma realmente inclusiva: en las Naciones Unidas.

En segundo lugar, es buena la manera en que los think tanks y la sociedad civil se conectan y articulan sus reclamos en el marco del G-20. Sin embargo, falta mucho todavía para que se cree una alianza, ya que, como siempre, el lobby de los negocios ejerce mucha influencia. Es de esperar que en un futuro no les sea tan fácil a las presidencias del G-20 marginar a la sociedad civil o a los sindicatos independientes como lo hicieron, por ejemplo, los chinos cuando tuvieron la presidencia en sus manos. De todos modos, los engagement groups [grupos de compromiso] saldrán fortalecidos de Alemania.

Así, si bien el G-20 se transformará en una prueba de esfuerzo para Hamburgo, quizá surjan de las discusiones en torno del G-20 redes e iniciativas que impulsen de verdad la transformación socioecológica de nuestro mundo. Ya sería hora.


Fuente: http://www.ipg-journal.de/schwerpunkt-des-monats/g...

Traducción: Carlos Díaz Rocca


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