Opinión
julio 2016

Turquía: presente sombrío, futuro inquietante

Tras el intento de golpe, el presidente turco inició una ola de purgas y encarcelamientos. Militares, jueces, profesores y medios se encuentran en la mira. Mientras tanto, Erdoğan avanza hacia el poder total.

<p>Turquía: presente sombrío, futuro inquietante</p>

En la noche del 15 al 16 de julio, Turquía vivió un intento de golpe de Estado que felizmente fracasó. El país rozó una catástrofe de proporciones. Si los golpistas hubiesen logrado tomar el poder, habríamos sido arrastrados a una guerra civil devastadora.

En verdad, eso es lo que vivimos, a una escala mucho más reducida, durante casi media jornada en la noche del viernes al sábado: policías enfrentando con armamento pesado a los militares rebeldes; militares leales luchando contra los golpistas; soldados disparando contra la multitud; escenas de linchamiento de soldados insurgentes desarmados por muchedumbres que salieron a defender al gobierno de Recep Tayyip Erdoğan; aviones sublevados bombardeando edificios públicos, con el Parlamento como blanco principal.

Fue una noche especialmente oscura que tuvo como costo humano alrededor de 300 muertos –entre policías, soldados y civiles– bajo el fuego de las fuerzas golpistas. El grado de violencia y de odio de ciertos militares rebeldes sirve como muestra de las consecuencias que habría tenido, en todo el país, un triunfo del putsch militar.

Resulta claro que el golpe de Estado fue orquestado de manera precipitada. Hoy sabemos que los servicios de inteligencia habían alertado al jefe del Estado Mayor Hulusi Akar alrededor de cinco horas antes del inicio del golpe. Entre los objetivos prioritarios de los golpistas estaba neutralizar al alto mando de las Fuerzas Armadas para poder tomar los comandos y lograr así la adhesión de las unidades que no se habían involucrado en los planes de sublevación. Y, al mismo tiempo, capturar o asesinar al presidente Erdoğan.

Se trató entonces de un golpe de Estado concebido en dos tiempos: primero, un golpe dentro de las Fuerzas Armadas; segundo, la toma del control del país. No obstante, pese al arresto de los principales jefes militares y especialmente del jefe del Estado Mayor y de los llamamientos a la rebelión a las guarniciones, los golpistas se enfrentaron con el obstinado rechazo de Hulusi Akar a colaborar con ellos, pero también a la resistencia o la pasividad de la gran mayoría de las unidades militares y, significativamente, a la inmediata y masiva movilización de las fuerzas policiales. Todo ello derivó en un rotundo fracaso de los planes rebeldes. Gracias al apoyo del comandante del Ejército de la región de Estambul, Erdoğan logró escapar con lo justo de los comandos que buscaron detenerlo durante sus vacaciones de verano.

En vista de este desenlace, que deja la impresión de una fuerte dosis de improvisación y «amateurismo», podemos pensar que la estrategia de los golpistas –conscientes desde el inicio de su debilidad en el seno de las Fuerzas Armadas– era desencadenar el caos e iniciar la guerra civil, para luego convencer a los jefes militares capturados de colaborar con la rebelión usando el pretexto de «frenar el baño de sangre y salvar a la patria».

No obstante, la resistencia de una significativa porción de los militares hizo naufragar el plan. Al mismo tiempo, el golpe se estrelló contra la condena inmediata y unánime por parte de los partidos políticos, junto con la ausencia total de apoyo entre la sociedad civil y los medios de comunicación. Finalmente, las masivas movilizaciones callejeras de los partidarios más fanáticos de Erdoğan, luego de su llamado a través de Facetime –en el primer caso en que un jefe de Estado usa esta tecnología para dirigirse a la población–, terminaron de sellar la suerte de los rebeldes.

Lo que los golpistas no tomaron adecuadamente en cuenta es el grado de desmilitarización de la administración pública desde hace una década, el rol de los nuevos medios y, sobre todo, el rechazo a este tipo de aventuras militares de una gran parte de la población, incluidos los más fervientes opositores a Erdoğan. Es por ello que su declaración, en nombre del autodenominado Comité por la Paz en la Patria, concebida explícitamente para seducir a los opositores al Partido de la Justicia y el Desarrollo (AKP, en el poder) y centrar la asonada en la figura del presidente, no encontró eco alguno.

Días después del fallido golpe de Estado, es posible pensar que, en efecto, uniformados leales a la cofradía de Fethullah Gülen constituyeron el cerebro operativo del golpe y que otros militares partidarios de la laicidad radical del Estado, enemigos de Erdoğan o simplemente oportunistas con voluntad de escalar en las Fuerzas Armadas, fueron aliados circunstanciales de la asonada. El rechazo a Erdoğan –que islamizó en parte la administración pública de un país con fuertes tradiciones laicas desde el régimen de Mustafa Kemal Atatürk– es significativo en parte de la sociedad y las Fuerzas Armadas, y los golpistas probablemente pensaron que bastaba con ello para vencer.

Finalmente, con la derrota del golpe, Turquía evitó una catástrofe, pero los golpistas, con sus acciones criminales, le hicieron un gran favor a su principal enemigo, Tayyip Erdoğan. Con el pretexto de «limpiar» a toda la administración pública del «virus» que representarían los seguidores de la cofradía de Gülen –según el poder el instigador del golpe–, Erdoğan inició una inmediata y vastísima caza de brujas en la Justicia, que llegó a altas esferas. Pero esta incluyó también a la policía, ya largamente depurada en los últimos dos años de supuestos elementos gülenistas incrustados en su seno. Y una tercera dimensión de las purgas involucra al sistema educativo y a la administración pública.

Las personas, organizaciones y empresas sospechadas de formar parte de la órbita gülenista comenzaron a ser investigados por el régimen. Hasta el momento, 60.000 empleados y funcionarios públicos fueron suspendidos y alrededor de 5.000 personas fueron detenidas o tienen pedidos de arresto contra ellas. La instauración del estado de excepción el pasado 20 de julio por el Consejo de Ministros le otorgará al gobierno la posibilidad de llevar a cabo esta depuración por fuera del Estado de derecho. Erdoğan podría ahora ver realizado su sueño de una Justicia totalmente sometida a sus dictados, junto a un Estado y una sociedad todavía más controlados por él mismo y su partido. De este modo, podrá probablemente imponer más fácilmente su ansiado proyecto de cambio del actual régimen parlamentario por uno presidencialista y, a falta de suficiente apoyo del Congreso, imponer su plan mediante un referéndum por encima del actual orden constitucional.

Lo que resulta también preocupante es el llamado que, por primera vez en la historia, millares de imanes hicieron, durante la noche del golpe y los días subsiguientes, para convocar a los creyentes a defender el gobierno de Erdoğan en nombre de Alá y del Corán. Los partidarios del gobierno mostraron, a su vez, su capacidad y su determinación para ocupar la calle como respuesta al llamado de su jefe. Este «pueblo de Erdoğan» ya reclama el restablecimiento de la pena de muerte y algunos incluso demandan autorización para abastecerse de armas y contrarrestar posibles nuevos intentos de derrocar a su líder. El riesgo de todo esto es que Turquía termine de hundirse en una autocracia populista con tonalidades islamistas.

Los golpistas abrieron, con su aventura, la ventana de oportunidad para que Erdoğan logre finalmente instaurar su poder total. En los próximos días veremos de qué forma el hombre fuerte de Turquía utilizará en su favor este nuevo escenario político. Empero, hay que introducir un matiz a este balance de victoria total. Erdoğan perdió a su vez la posibilidad de acusar a los partidos de la oposición, los medios y las organizaciones profesionales, e incluso a los intelectuales opositores, de apoyar la vía golpista o de trabajar a sueldo para la «organización terrorista» de Fethullah Gülen. Es decir, de seguir criminalizándolos como lo hace de manera regular desde las protestas de Gezi y las revelaciones de casos de corrupción en 2013.

Hoy Erdoğan tiene la posibilidad de ponerse el traje de héroe de la democracia y garante de la voluntad nacional, pero ya no tiene, al menos con fundamento, margen para acusar alegremente a la oposición de no respetar la democracia. Turquía evitó una catástrofe, el propósito funesto de los golpistas fracasó, pero su tentativa nos sumergió en un verdadero caos y amenaza con hacernos perder de manera definitiva los restos de nuestra frágil democracia y de nuestras libertades. Así, podemos decir que se evitó lo peor, pero el futuro es sombrío.


Traducción: Pablo Stefanoni y Caroline de Gineste


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