Crónica
septiembre 2014

Rumbo al norte. En el Río Grande, la crisis migratoria también se alimenta de niños

Decenas de miles de menores de América Central intentan cruzar la frontera hacia los Estados Unidos huyendo de la violencia y la pobreza en sus países. El problema de las migraciones de niños, que ya desvela a Europa, ahora también atraviesa la campaña electoral del Congreso estadounidense.

Rumbo al norte. En el Río Grande, la crisis migratoria también se alimenta de niños

El Valle de Sula es un fértil valle en Honduras que se extiende hacia la costa caribeña. En sus laderas crece el bosque seco tropical y en el valle inferior están los mejores suelos, de donde brotan bananas, caña de azúcar, palmeras, cereales y cítricos. A su vez, desde hace ya algunos años se están abriendo paso las llamadas maquiladoras, fábricas textiles de dueños estadounidenses o chinos que son las responsables de una gran parte de la actividad económica de este país pobre, por lo que habitantes de toda Honduras acuden en masa a San Pedro Tula y sus suburbios en búsqueda de trabajo.

¿Un idilio económico? Todo lo contrario. Los puestos de trabajo son muy escasos. Las esperanzas de una vida mejor son brutalmente destrozadas. El desarraigo y la falta de perspectivas, así como el peso del pasado han hecho surgir una espiral de pobreza y violencia extremas que ha transformado a San Pedro Sula en la ciudad más peligrosa del mundo. El riesgo de sufrir una muerte violenta es mayor que en Bagdad o Kabul. La tasa de homicidios, con 96,4 casos por cada 100.000 habitantes en el año 2013, es la más alta del mundo, y no caben dudas de que esta cifra volverá a aumentar este año, como todos los años. Las ciudades populosas de países vecinos como Guatemala y El Salvador no presentan guarismos mucho mejores.

Es por ello que la mayoría de los niños centroamericanos que migran proviene de Honduras, Guatemala y El Salvador. Tras un largo y peligroso viaje a través de México, decenas de miles de ellos cruzan ilegalmente la frontera con Estados Unidos, con la esperanza de no ser enviados de vuelta.

En el Congreso de Estados Unidos se ha desatado una disputa en torno al trato que debe darse a los inmigrantes menores de edad. En noviembre hay elecciones parlamentarias y este tema dominará la campaña electoral. El presidente Barack Obama favorece una postura más laxa, mientras que la mayoría de los republicanos está férreamente en contra. Es la gran pulseada entre apertura y aislamiento, que hoy tiene lugar en cada rincón del mundo donde la pobreza limita con la riqueza; la paz, con la violencia, a la vera del Río Grande o a orillas de Mediterráneo. Los republicanos estadounidenses son de los qu opinan que se pueden poner fronteras en un mundo en movimiento. El presidente Obama desea, haciendo una ponderación quizá más realista de la actualidad, encarrilar ordenadamente la afluencia de personas que de todas maneras no se puede detener.

América Central está desacoplada del boom

Es muy poco probable que el presidente de Estados Unidos tenga cargo de conciencia, lo cual sería pertinente. Que un lugar tan próspero como San Pedro Sula y que, en suma, toda América Central se hunda en la violencia y la pobreza y no haya podido sacar ningún provecho del boom vivido por América Latina en los años recientes es algo que se relaciona estrechamente con la política seguida por Estados Unidos en el pasado.

En las décadas de 1970 y 1980 América Central fue escenario de cruentas guerras subsidiarias entre los bloques. Estados Unidos, en paranoia constante por la formación de una segunda Cuba comunista en lo que ellos mismos definieron como su patio trasero, se esforzaron mucho por apoyar regímenes y dictaduras que prometían sofocar agitaciones social-revolucionarias. En la década de 1950, un gobierno reformador fue derrocado en Guatemala por medio de un golpe que contó con apoyo de la CIA, lo cual trajo como consecuencia una guerra civil que duró décadas. En El Salvador, los estadounidenses entrenaban a miembros de escuadrones de la muerte que asesinaban militantes de izquierda y a todo aquel a quien consideraran de izquierda. En Nicaragua, el gobierno revolucionario sandinista fue combatido duramente por Washington; el país sufrió un bloqueo y los puertos fueron minados. En Honduras, país vecino, se concentraban los Contras, combatientes de derecha apoyados por Estados Unidos.

Todo esto cimentó en América Central una herencia de violencia que ha abarcado a generaciones. Tampoco los tratados de paz y ni los procesos de democratización de la década de 1990 pudieron lograr que una vida humana valiese algo en Honduras o El Salvador. Simultáneamente se omitieron reformas necesarias, mientras la región se aferra a estructuras poscoloniales, feudales e improductivas. La superación del pasado comienza a encararse trabajosamente, cuando se la encara. Los otrora victimarios fijan en parte la política actual o manejan los hilos detrás de escena.

Decenas de miles de centroamericanos huyeron hacia Estados Unidos ya durante las guerras civiles, y en ciudades populosas como Washington y Los Ángeles surgieron guetos de latinos con bandas delictivas juveniles como la “mara Salvatrucha” o la “mara 18”. Algunos de los miembros de estas bandas fueron detenidos y deportados a América Central: a países con los que esos jóvenes socializados en los Estados Unidos no tenían vínculos y donde no se les ofrecían oportunidades. Así fue como muchos ingresaron en la única rama floreciente de la economía: el narcotráfico. De un tiempo a esta parte, las maras, nombre con el que se identifican las incursiones predatorias de las hormigas guerreras, se han convertido en un factor de poder en los países centroamericanos. Aterrorizan a poblaciones enteras.

Los jóvenes que crecen en una barriada pobre de San Pedro Sula no tienen en verdad ninguna chance de escapar de la violencia. De alguna manera, se nace ligado a la mara, dice el activista hondureño por los derechos humanos Donny Reyes. Las bandas delictivas de jóvenes están mejor organizadas que el Estado y la Policía, y sus ingresos son enormes, ya que hacen el trabajo sucio para los narcotraficantes.

Estas bandas, las pandillas, viven un cruel código de honor en el que asesinar es el único método válido para hacerse respetar. Si se pide ser aceptado en una de ellas, uno tiene que soportar, para iniciarse, descomunales golpizas, mientras que las mujeres son violadas.

Después les entregan un arma y el encargo de arrebatar teléfonos celulares o bien de robar a transeúntes o incluso matarlos. Los signos de pertenencia son tatuajes extravagantes que representan el pervertido sistema de valores de las maras. En algunas bandas se tatúan una lágrima bajo el párpado por cada persona asesinada.

Gobiernos desamparados

Los gobiernos están solos frente a este problema. En El Salvador han fracasado varios procesos de paz con las maras. En Honduras se recurre a los militares, pero las fuerzas de seguridad sólo protegen a los ricos. Las cárceles están atestadas. Sólo algunos predicadores de sectas evangélicas logran de vez en cuando liberar de las bandas a algunos miembros de las maras, y esto se debe a que enfrentan la disciplina criminal con una férrea disciplina religiosa que da sostén.

Así, cada vez más padres deciden enviar de viaje a sus hijos rumbo al norte, ya que sería más peligroso si se quedaran. En la década de 1990 salía de San Pedro Sula un ómnibus de larga distancia por día hacia el norte, hoy parten varios prácticamente a cada hora. Como a los menores no se les permite dejar el país sin estar acompañados, muchos cruzan de forma ilegal la frontera natural terrestre, o bien los padres les consiguen documentos falsificados por los que pagan mucho dinero.

Todo es más complicado en la frontera de Guatemala con México. Estados Unidos trasladó allí los controles para interceptar antes a los migrantes. Pero hace ya tiempo que la industria de la migración ha encontrado una solución. El que quiere cruzar, baja al río y hace que lo crucen en cámaras de neumáticos de camión. Hay cada vez más niños y jóvenes de América Central que eligen esa vía, pero últimamente hay incluso africanos, indios y chinos. A la vera del río Suchiate hay un mundo en movimiento.

Quien ha logrado cruzar tiene aún que sortear la parte más peligrosa del viaje: con el tren de carga La Bestia, que atraviesa México. Los migrantes se aferran a camiones cisterna, vagones de carga, tuberías, escalerillas y varillas. Algunos caen porque se quedan dormidos o porque sus fuerzas los abandonan. No regresan ricos a casa sino lisiados, ya que La Bestia les ha cortado un brazo o una pierna.

A lo largo del camino acechan carteles de maleantes como Los Zetas, que desvalijan y asesinan a los hombres y violan y esclavizan a las mujeres. Quien logra llegar a la frontera estadounidense es pasado clandestinamente a través de ella por “coyotes”, traficantes de personas que usan a los migrantes como “mulas”, o sea, como correo de drogas. A pesar de todos los peligros, entre octubre y agosto cruzaron esta frontera un total de 63.000 niños y menores sin sus padres. A ellos se sumaron 20.000 en compañía de adultos.

El culpable por la migración de niños es un rumor que circula en América Central, según el cual los menores de edad no son enviados de vuelta por los Estados Unidos. Esto no es verdad, pero el rumor sigue circulando, aun cuando la gran cantidad de repatriados parece desmentirlo. En Estados Unidos hay solamente una ley de 2008 según la cual las autoridades deben estudiar cuidadosamente cada caso.

El presidente Obama quiere ahora conseguir que por lo menos aquellos que viven hace años en el país y se han atenido a las leyes puedan tener una protección duradera contra las expulsiones. También se deberán frenar las deportaciones sumarias de los migrantes aprehendidos. No se podrá contar para ello con los republicanos, quienes hasta ahora han bloqueado todo. Obama se encuentra ante el desafío de imponer unilateralmente por decreto las reformas. Cifra sus esperanzas en el voto de los hispanos para las elecciones que se celebrarán en noviembre, voto que necesita, ya que este sector de la población se torna cada vez más decisivo. Según cálculos del Instituto Cervantes, en 2050 habrá más estadounidenses hispanoparlantes que angloparlantes. Esto atemoriza a los conservadores republicanos.

A fines de julio, los presidentes de Honduras, El Salvador y Guatemala visitaron la Casa Blanca con la esperanza de lograr mejoras para sus compatriotas. Pero Obama solamente los instó —acaso teniendo presentes los acalorados debates públicos— a trabajar más para hacer desaparecer en sus países los motivos de la emigración. Durante la conversación, Obama los tentó con ayuda financiera para sus países, ayuda que los republicanos, no obstante, probablemente no autoricen jamás porque prefieren usar ese dinero para una protección más agresiva de las fronteras.

Pero no es tan fácil detener la migración. Incluso si se tratara sólo de reducirla, sería un trabajo para generaciones enteras en una región del mundo en la que las remesas de dinero de los que emigraron alimentan a clanes familiares completos y conforman la mayor parte de su producto nacional bruto. Mientras persistan, como hasta ahora, los desbalances entre el norte y el sur por causa de la pobreza, el mundo seguirá en movimiento.



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