Tema central
NUSO Nº 267 / Enero - Febrero 2017

Populismo de derecha en Alemania Un desafío para la socialdemocracia

El crecimiento de la extrema derecha, corporizada en el partido Alternativa para Alemania (AFD) plantea serios desafíos para las fuerzas de la izquierda democrática. AFD logró incluso aumentar la participación electoral seduciendo a los abstencionistas. ¿Qué hacer frente a estas fuerzas? ¿Tratar de «comprender» las motivaciones de sus votantes, muchos de ellos antiguos adherentes de la izquierda, y de recuperar su apoyo? ¿«Desenmascarar» al populismo de derecha como fuerza xenófoba y antidemocrática? Y la pregunta más importante: ¿cómo puede la socialdemocracia reencontrarse con sus tradiciones y renovar su programa?

Populismo de derecha en Alemania  Un desafío para la socialdemocracia

Si analizamos la situación alemana en el contexto europeo, es posible afirmar que asistimos a una «normalización», si bien esta no tiene nada de deseable: a diferencia de la mayoría del resto de los países europeos, donde los partidos de extrema derecha hace rato forman parte del paisaje político, en Alemania, hasta hace poco tiempo, ninguna fuerza situada a la derecha de la Unión Demócrata Cristiana / Unión Social Cristiana de Baviera (cdu/csu, por sus siglas en alemán) había logrado establecerse en forma perdurable, a excepción del ultraderechista Partido Nacionaldemócrata de Alemania (npd), que en la actualidad se encuentra en proceso de desintegración. Con el ascenso de Alternativa para Alemania (afd), las cosas han cambiado.

En las elecciones parlamentarias de 2013, el partido, fundado ese mismo año, estuvo cerca de franquear la barrera de 5% de los votos que el sistema alemán requiere para obtener representación parlamentaria. En la actualidad, en las encuestas nacionales, la afd ronda el 13%. Cuenta con representación política en los parlamentos regionales de diez de los 16 estados federados; en algunos tiene más fuerza que en otros, pero está presente tanto en el territorio de Alemania occidental como en el de la ex-Alemania oriental, en los estados federados más marcadamente rurales y, en los últimos tiempos –con 14%–, también en Berlín. Su mejor resultado hasta el momento lo obtuvo en marzo de 2016 en las elecciones regionales de Sajonia-Anhalt, donde obtuvo 24,3% de los votos. Tanto en ese estado federado como desde septiembre en el de Mecklemburgo-Pomerania Occidental, constituye la segunda fuerza política.

Las perdurables normas sociales establecidas en la República Federal de Alemania como respuesta a los años del nacionalsocialismo –y el «cordón sanitario» político que constituyeron en el paisaje político alemán– ahora están desmoronándose: en las «manifestaciones de los lunes»1 es posible descargarse contra la «prensa mentirosa» y «los políticos». Es posible sumarse al grito de «Somos el pueblo» y expresar de forma implícita que los otros no lo son. Y es posible votar a afd.

Lamentablemente, tendremos que hacernos a la idea de que afd no es un fantasma pasajero. Porque no es un partido de protesta cualquiera, sino que es parte de una ultraderecha que está en ascenso en toda Europa. Es el ala política del movimiento xenófobo Patriotas Europeos contra la Islamización de Occidente (pegida) y cobija bajo el mismo techo los ambientes de protesta racistas y de la nueva derecha, buscando muy conscientemente una alianza con otros partidos radicales de derecha en Europa, sobre todo con el Frente Nacional francés y el Partido de la Libertad de Austria (fpö). Además, con Marcus Pretzell, presidente de la oficina regional de la afd en Renania del Norte-Palatinado, la afd cuenta con un eurodiputado en el grupo Europa de las Naciones y de las Libertades (enf, por sus siglas en inglés), la fracción de ultraderecha tramada en gran medida por Marine Le Pen.

En sus comienzos, afd fue percibida principalmente como un partido euroescéptico. Sin embargo, ni siquiera por entonces era un partido monotemático. Por el contrario, desde el comienzo existió un ala populista de derecha de orientación nacionalista y, sobre todo, islamofóbica. Y desde la salida en julio de 2015 del ala liderada por el fundador del partido, Bernd Lucke, cercana al liberalismo económico, tanto afd como sus seguidores se volvieron claramente más radicales. Hoy, el partido puede ser definido como una fuerza populista de derecha con límites flexibles hacia la ultraderecha. O también como un partido etnocéntrico, para utilizar una categoría del politólogo Michael Minkenberg2. Minkenberg ubica dentro del grupo de la derecha etnocéntrica europea al Frente Nacional, al fpö y al Partido Popular Danés, entre otros. Pero ¿cómo se explica el fenómeno afd, qué factores favorecieron su fortalecimiento y dónde se hallan las causas de sus triunfos electorales?

Causas de los avances electorales de afd

En primer lugar, las posturas misántropas y de extrema derecha no «aparecieron en el centro de la sociedad alemana» con la afd, como suele escucharse en estos días, sino que están ancladas allí hace rato. Prueba de ello son los informes bianuales sobre el tema que la Fundación Friedrich Ebert (fes) viene publicando desde 2006. Al menos 20% de la población alemana sostiene opiniones claramente populistas de derecha3. Entre ellas se incluyen el rechazo a los refugiados y la islamofobia, pero también una desconfianza hacia la democracia y un pensamiento autoritario. Ese tipo de posturas podían y pueden hallarse en diversa medida entre los votantes de todos los partidos, incluyendo el Socialdemócrata (spd), aunque por cierto están más extendidas entre quienes se abstienen y entre los simpatizantes de afd. Estamos entonces ante una demanda de contenido que se topa con una oferta político-partidaria. He aquí lo novedoso desde que afd entró en escena, aunque llamativamente 14% de sus votantes se consideran situados a la izquierda en materia política4.

Pero afd no solo se apoya en el potencial nacionalista, xenófobo y racista. Un segundo factor que explica su éxito es el ánimo de protesta difuso que impera en la actualidad. En medio de ese ánimo disconforme, temeroso y furioso, afd, como todo populismo de derecha, brinda respuestas simples a cuestiones complejas. Los factores que favorecieron su ascenso no desaparecerán en poco tiempo, sino que también en Alemania seguirán jugando a favor del populismo de derecha: los desafíos en materia de integración de refugiados; la amenaza constituida por los atentados terroristas islámicos; el malestar generado por las crisis globales, cuyas consecuencias se hacen sentir en la vida concreta; la sensación de pérdida de control; el distanciamiento cultural de una parte de la población, que se cierra en forma cada vez más agresiva a las realidades y transformaciones sociales, desintegrándose a sí misma e inclinándose hacia concepciones autoritarias.

¿Qué es el populismo de derecha?

El populismo es un fenómeno de las crisis de modernización social y, principalmente, un estilo político. En ese sentido, su fortalecimiento constituye un efecto colateral de los procesos de profundas transformaciones sociales a los que asistimos: globalización, digitalización, aceleración. Un mundo cada vez más ininteligible en el que las personas, no sin razón, perciben una pérdida de control de la política y se sienten sobreexigidas. A los populistas les gusta salir al cruce de la complejidad política demandando más democracia directa. Porque esa demanda permite llevar al extremo, simplificar, exigir la «rotura de tabúes» y presentar teorías conspirativas para explicar déficits efectivos y supuestos. Si al reflejo antielitista del «nosotros los de abajo» contra «los de arriba» se le suma el «nosotros» contra una alteridad identificada como «los otros», el populismo se convierte en populismo de derecha. La delimitación cultural frente al «extraño» puede dirigirse contra minorías nacionales o refugiados, contra judíos o musulmanes.

El hecho de que sus representaciones del enemigo sean en cierta medida intercambiables es una característica del populismo de derecha que lo distingue del extremismo de derecha, ideológicamente más obsesionado, más reaccionario. Pero el populismo de derecha pone siempre el acento en lo nacional y en la supuesta «voluntad popular», que se dirige contra los «partidos tradicionales», la «prensa mentirosa» o los «burócratas de Bruselas» y que se usa para ir contra el orden constitucional democrático, alimentando de ese modo el desconcierto, instrumentalizando prejuicios, fortaleciendo resentimientos. Esa pretensión de ser representantes únicos y absolutos de un «pueblo» definido en forma homogénea es lo que se expresa en los gritos «Nosotros somos el pueblo» en las manifestaciones en Dresde y en otros sitios y transforma al populismo de derecha en un antagonista de la democracia liberal, pluralista, social.

El populismo de derecha expresa esa polarización social que hoy se percibe en Alemania, pero de ningún modo únicamente allí: a comienzos de mayo de 2016, en Polonia se manifestaron cientos de miles de ciudadanos proeuropeos que veían amenazada la democracia en su país, aunque no lograron torcer el rumbo del gobierno ejercido por el partido Ley y Justicia (pis, por sus siglas en polaco) y la mitad de la sociedad a la que este representa. Al mismo tiempo, la movilización exitosa de la sociedad civil democrática en Alemania contra pegida no hace más que reafirmar a sus simpatizantes en sus posiciones desacopladas del debate democrático. Las frases sexistas pronunciadas por Donald Trump no impidieron que muchas mujeres lo apoyaran en la campaña presidencial estadounidense. Evidentemente, fue más importante formar parte de un fuerte movimiento «antisistema» liderado por alguien que –esto es típico del populismo de derecha– no proviene de un ambiente precisamente muy desfavorecido. Todo este desarrollo se ve impulsado por el hecho de que –gracias a internet– hasta las discusiones de café se han globalizado: una comunicación online endogámica que lleva a la radicalización y el embrutecimiento de los modales.

En Alemania, la situación actual es ambivalente. Porque justamente afd ha logrado aquello que los partidos tradicionales vienen intentando hace rato: incrementar la participación electoral. Esta movilización en sí reconfortante termina por fortalecer a un partido que se mueve en un terreno de límites difusos hacia la extrema derecha y que busca «una ruptura de tabúes montada, calculada» (palabras de Ralf Stegner, vicepresidente del spd). Simultáneamente, la entrada de afd en los parlamentos regionales dificulta la formación de los gobiernos en los estados federados, lo cual en muchos casos acaba en una «gran coalición» (cdu/csu-spd) o incluso en una «megacoalición» (cdu/csu-spd y los Verdes): pero una coalición socialdemócrata-demócrata cristiana o una socialdemócrata-demócrata cristiana-verde, como la que actualmente gobierna en el estado de Sajonia-Anhalt, acaba por fortalecer los extremos del arco político, invisibiliza las diferencias políticas existentes entre los partidos mayoritarios y les permite a los populistas de derecha presentarse como quienes realmente se preocupan por la gente y como la única oposición verdadera frente a los «partidos del sistema».

Mientras tanto, no sorprende en absoluto que afd –no solo, pero sobre todo– se vea beneficiada por los ex-abstencionistas. La similitud en el esquema de difusión de posturas misántropas y de ultraderecha entre los simpatizantes de afd y los no votantes constituye uno de los resultados más llamativos de las ediciones 2014 y 2016 del estudio «Mitte-Studie» realizado por la fes. En todas las elecciones regionales de los últimos meses, la mayor parte del caudal de votos para afd provino por lejos del grupo de quienes antes no votaban. Alrededor de la mitad del electorado actual de afd está compuesto por ex-abstencionistas. Si se suman las migraciones de votos de las 13 elecciones que tuvieron lugar en Alemania desde 2013, se demuestra que el spd perdió unos 589.000 votantes a manos de afd. Es mucho, pero menos que la cantidad de votos que le cedieron respectivamente la cdu, Die Linke (La Izquierda) y el Partido Democrático Liberal (fdp). El partido que más votos cedió a afd es la cdu (más de 1,2 millones)5. «Esto significa que afd aún no es el principal problema del spd», afirma un estratega partidario desde la sede nacional del partido, la Willy Brandt Haus en Berlín. Agrega que afd es fuerte «porque en este momento nosotros estamos más bien débiles» y concluye que para las próximas elecciones el spd tiene que apostar todo a ganar más votos del sector amplio de los ex-no votantes que de los que ya se pasaron a afd, como sucedió, con muy buenos resultados, en las recientes elecciones regionales de Renania-Palatinado y de Mecklemburgo-Pomerania Occidental. Sin embargo, resulta alarmante el hecho de que en todas las elecciones estatales más recientes (salvo en las de Renania del Norte Palatinado) afd haya ocupado el primer puesto entre los votantes de la clase trabajadora. También es en la actualidad el partido más popular entre los desocupados. Con ello, para la socialdemocracia alemana vale el mismo diagnóstico intranquilizador que en los casos de Francia y Austria: la derecha radical ha logrado calar profundo en el electorado tradicionalmente socialdemócrata.

Nuevos programas para un nuevo desafío

¿Cómo lidiar con esto? ¿Qué planes, enfoques de acción política y estrategias de contraataque están discutiéndose actualmente dentro de la socialdemocracia alemana? En primer lugar, es indiscutible que una pura estrategia de segregación –como la que se practicó con rotundo éxito frente al npd– no funcionará. A pesar de su flanco abierto hacia el extremismo de derecha, afd no es un partido neonazi. Por lo tanto, frente a un nuevo fenómeno se requieren nuevos conceptos, que no pueden sacarse de la galera sino que deben ser elaborados mediante un trabajo riguroso. A esta tarea están abocados no solo la socialdemocracia y otras fuerzas progresistas, sino todos los partidos democráticos, al igual que la sociedad civil, sin olvidar a los medios. En realidad, no podemos sino concordar con el jefe del spd, Sigmar Gabriel, para quien el lugar de afd debería estar en los reportes de los servicios de inteligencia6 más que los estudios de televisión. Pero por fundada y legítima que esta postura sea en sí misma, es imposible de sostener.

Más bien parece lo contrario: sobre todo en los meses del verano boreal de 2016, dio la impresión de que afd había sacado un abono permanente en los talk shows políticos de la televisión alemana. No hubo ya prácticamente ninguna rueda de discusión en la que no se le ofreciera una tribuna, pero incluso desde esa misma tribuna los representantes del partido se las ingenian para mostrarse a sí mismos como víctimas de los «partidos tradicionales» y de la «dictadura de la opinión de la izquierda». Y la crispación es grande si (como sucedió por ejemplo a fines de mayo de 2016 durante el Congreso Católico Alemán) no se invita a las rondas de diálogo a la gente de afd –por el simple hecho de que no puede esperarse de su parte ningún aporte objetivo al debate–. Pero esa atención que concentra afd en forma de presencia (mediática) constante tampoco ayuda. Puede otorgarle legitimidad, valorizarla, normalizarla.

Pero justamente esa es una de las cuestiones centrales: ¿acaso no habría que normalizar también el trato con afd? ¿Conviene entablar un «diálogo» con representantes de ese partido –o incluso con simpatizantes de pegida–? Son cuestiones que generan discusiones muy controvertidas dentro de la socialdemocracia alemana y también dentro de la fes. En la actualidad, en la revista Neue Gesellschaft / Frankfurter Hefte se está llevando adelante un debate acerca de cuál es la manera más conveniente de combatir el populismo de derecha7. También en Vorwärts pueden encontrarse aportes para discutir esta cuestión, en particular en lo que respecta a cómo deberían reaccionar las fuerzas progresistas en Europa frente al fortalecimiento de las derechas radicales. ¿Conviene «tomar en consideración» las posiciones de afd? ¿Deben las fuerzas progresistas «tomar en serio las preocupaciones y los miedos», aunque estén acompañados de un desprecio por la democracia? ¿Conviene «recoger» las preocupaciones en vez de borrarlas, como exige Ernst Hillebrand, entre otros?8 Y, sobre todo: ¿cómo debería abordar la izquierda moderada estos fenómenos? Especialmente cuando estos sentimientos de amenaza son más bien fantasías que provienen no tanto de los que efectivamente se encuentran «dejados de lado», sino más bien de aquellos que se sienten excluidos o temen perder estatus social: ya sea en su propia vida o, sobre todo, respecto de Alemania en su conjunto9. Hace poco, Jürgen Habermas fijó con mucha claridad su posición al respecto. Sostuvo que, en lugar de andar revoloteando alrededor de ellos, los partidos democráticos deberían lisa y llanamente dejar de cortejar a esos «ciudadanos preocupados» y considerarlos como lo que son: el caldo de cultivo para un nuevo fascismo10.

Los «miedos» se convierten en furia, odio y violencia

Lo que está claro es que ya no hay posibilidades de llegar a ese núcleo duro de clientes del populismo de derecha: el círculo más estrecho de los seguidores de pegida y el 47% de los simpatizantes de afd que tiene un pensamiento xenófobo11. No pueden hacerlo ni la socialdemocracia ni los conservadores, aunque estos últimos aún quieran dialogar con ellos. Pero ¿y el entorno? En enero de 2015, Sigmar Gabriel discutió en Dresde (a título personal) con simpatizantes de pegida. Esta iniciativa del jefe de los socialdemócratas fue muy discutida en el seno de su partido. Sin embargo, a la hora de analizar tanto el extremismo como el populismo de derecha, es importante realizar una distinción fundamental: lo que es xenófobo o de extrema derecha no son los temores y los miedos de la gente –sean estos fundados o irracionales–, sino ciertas reacciones que desencadenan. Cuando los «miedos» se convierten en furia, odio o incluso violencia, cuando el temor a perder el estatus personal o a empeorar la situación colectiva lleva a despreciar grupos enteros, allí se acaba cualquier intento de comprensión.

Sin embargo, alrededor de ese núcleo duro que desprecia la democracia hay muchos otros con quienes vale la pena hacer todos los esfuerzos para intentar (volver a) ganarlos, para que participen de forma constructiva en la sociedad democrática. Máxime en vista de que todos los informes especializados demuestran la importancia del factor educación, tanto escolar como extraescolar, en este fenómeno. De manera que tanto los políticos como los responsables de la educación deberían tomar en serio las angustias y los temores de las personas y brindarles ofertas de información y discusión, aunque sin intentar congraciarse con ellas y terminar quizás fortaleciendo sus sentimientos de exclusión y desvalorización12. Con vistas a la educación escolar, se comprueba la importancia de la demanda fundante de la socialdemocracia referida a la igualdad de las oportunidades en la educación con independencia de los orígenes sociales. En ese sentido, la realidad alemana sigue dejando mucho que desear.

¡Desenmascarar en lugar de considerar!

Volviendo a afd: ignorar al partido seguramente no es la solución, y tampoco sería realista hacerlo en vista de su presencia parlamentaria. También el titular del Ministerio Federal de Justicia, Heiko Maas, dejó en claro ya en febrero de 2016 que veía en afd un caso para la Oficina Federal para la Defensa de la Constitución, pero más tarde recalcó asimismo que sería una idea equivocada abordar el problema únicamente de ese modo y en lugar de eso reclamó una confrontación política13. De hecho, hay una serie de cuestiones que reclaman una confrontación conceptual: desde el «error que conlleva la lucha contra el cambio climático», pasando por sus ideas reaccionarias respecto de las políticas de familia, hasta la ausencia total de propuestas en materia de política social. El problema es que el populismo de derecha no funciona de manera racional, sino emocional. Esto también vale para afd. Por eso, los «argumentos de fondo» se topan pronto con sus límites. Quien ya haya hecho el intento de mantener un debate objetivo con la tozuda clientela populista de derecha sabe que «estás mintiendo» es una de las acusaciones más suaves que puede llegar a recibir.

Cuando (como ya ha ocurrido en el debate socialdemócrata puertas adentro) se critica la negativa de la «centroizquierda» a considerar como fuerzas políticas a los partidos populistas de derecha14, uno se plantea qué se entiende en realidad por «considerar». Así que, en lugar de «rehusar el diálogo», tendríamos que, tal la recomendación evidente, llevar adelante un diálogo con afd. Pero ¿sobre qué temas? ¿Sobre la prohibición de construir minaretes en las mezquitas? ¿Sobre la abolición de los estudios de género? ¿Sobre la orden de disparar a los refugiados? No. afd no es un partido «normal». Y por eso, tampoco es recomendable normalizar el trato con él. afd es el «partido de pegida» (como afirmó Marcus Pretzell). Cuestiona valores fundamentales que deberían estar por encima de cualquier controversia política –precisamente lo que los distingue como valores fundamentales–. afd es uno de los motores de la radicalización política en Alemania. Divide. Y así es como debería ser tratado: no hay que considerarlo, sino desenmascararlo.

Aunque, por cierto, para lograrlo no basta con analizar su programa partidario. El punto de partida del abordaje de afd por parte de las fuerzas progresistas debería ser más bien mencionar cuál es su localización ideológica, por ejemplo, la «revolución conservadora» antidemocrática de la República de Weimar, que le sirve como marco de referencia histórico. También habría que explicar las diversas conexiones transversales que mantiene con la Nueva Derecha (incluido el movimiento identitario) y con la extrema derecha etnonacionalista. Y la instrumentalización que afd hace tanto de amenazas bien reales (por ejemplo, el terrorismo islámico) como de miedos irracionales («Alemania camina hacia su perdición»). En todo caso, al contrario de la imagen de respetabilidad que afd intenta irradiar, basta con indagar un poco en YouTube para hacerse una idea de la retórica agresiva y pletórica de germanidad de Björn Höcke, jefe de afd de Turingia. Olaf Scholz, vicepresidente del spd y primer alcalde de Hamburgo, caracterizó a afd como un «partido del mal humor» y recomendó no demonizarlo ni convertirlo en mártir15.

Luchar contra esa demonización puede funcionar, por ejemplo, si se remarca el rol de afd y la forma en que agrupa y fortalece las posturas populistas de derecha existentes en la población, conectándolas con un extremismo liberal (economización de lo social, pensamiento utilitario, darwinismo social) y legitimando de ese modo la desvalorización de ciertos grupos sociales. Es así como se abren puertas de entrada al racismo. Esta lucha contra el fenómeno de afd debe basarse en posiciones muy claras, cuya credibilidad reposa en la defensa de nuestros propios valores y principios y en la formulación de objetivos políticos esenciales de la socialdemocracia: superar las fracturas sociales, asegurar la igualdad de oportunidades en la educación y volver a generar entusiasmo por el proyecto de una Europa unida, una conquista histórica pacífica sin parangón histórico. De ese modo y con un discurso que también apele a las emociones, sí se puede volver a persuadir a cada vez más votantes de los proyectos políticos socialdemócratas y dejar en claro que los populistas de derecha no tienen una sola respuesta convincente.

La izquierda política debería reencontrarse con su propia tradición

Toda forma de concesión, apertura o adaptación frente al populismo de derecha sería fatal y en modo alguno adecuada para volver a atraer a antiguos votantes del spd. Lo único que haría es volver a afd cada vez más respetable en la sociedad. Además: ¿por qué habrían de regresar a la socialdemocracia los antiguos votantes del spd con un pensamiento populista de derecha si ahora tienen la posibilidad de votar a afd? De ahí que resulten desconcertantes propuestas como la de Michael Bröning, quien aboga por una síntesis que conjugue una política social y económica socialdemócrata con «normas parcialmente más conservadoras en materia identitaria»16. ¿Qué se supone que quiere decir exactamente con eso? Seguramente, no se refiere a fortalecer a los partidarios de pegida y de afd en su nostalgia respecto de un «pueblo alemán» homogéneo ni en su percepción de la crisis de «extranjerización cultural». Tampoco se referirá a que les digamos que en realidad sí pueden sentir algún temor por una islamización de Occidente en vista de que en el estado libre de Sajonia el porcentaje de población musulmana asciende a casi 1%. ¡No! En materia «identitaria», la izquierda política también debe remontarse a su propia tradición: ilustración, emancipación, movimiento obrero, internacionalización. Para la socialdemocracia, esto implica tomar partido de manera consecuente y empática en favor de los socialmente más desfavorecidos, independientemente de su origen. Queremos un Estado en el que el futuro y la creatividad se basen en la diversidad, un Estado que proteja a las minorías, que sea secular y que al mismo tiempo garantice la libertad religiosa. La socialdemocracia debe permanecer fiel a sus propias convicciones en vez de buscar el remedio en las normas de los adversarios en la competencia política.

Igualmente desconcertante resulta que desde el campo de la izquierda se empiece a hablar de repliegue sobre el Estado nacional como reacción al populismo de derecha. Por supuesto que también en el futuro al Estado nacional le corresponderá ejercer funciones de control importantes. Y claro que Peter Brandt tiene razón cuando señala que en la historia del spd el internacionalismo jamás se contrapuso a un concepto de nación que aludiera a la «autodeterminación nacional y el autogobierno democrático»17.

También está claro que justamente los problemas de los cuales se alimentan en gran medida el hartazgo de los seguidores del populismo de derecha y su alienación social no pueden resolverse únicamente desde el Estado nacional: los cambios sociales profundos que resultan de la globalización y la crisis financiera, por ejemplo, o las causas mundiales que llevan a las personas a huir de sus países de origen. Podríamos preguntarnos –dice Habermas en la entrevista ya citada– «por qué los partidos de izquierda no quieren dirigir la lucha contra la desigualdad social desde una postura ofensiva, apuntando a domesticar los mercados desregulados de forma coordinada y supranacional». Según Habermas, la única alternativa razonable –tanto al statu quo del capitalismo financiero salvaje como al repliegue etnonacional de la derecha o al repliegue nacionalista de la izquierda hacia la supuesta soberanía de unos Estados nacionales hace rato vaciados de sentido– sería una cooperación supranacional «que persiga el objetivo de una organización socialmente compatible de la globalización económica»18.

En otros términos: de lo que se trata es de recuperar la primacía de la política, de una política lo más social posible. «Tenemos que oponer algo a esa sensación de pérdida de control», dijo el ministro de Relaciones Exteriores Frank-Walter Steinmeier en un discurso sobre los fundamentos de la política exterior pronunciado en septiembre de 2016 en la fes. ¿Y eso cómo se logra? Sin dudas, se debe mejorar la comunicación política sobre diferentes cuestiones. Pero con ello tampoco bastará. También es necesario proponer vías de identificación afectiva. Y una desaceleración de la vida política no vendría mal. Es que la política es «perforar lenta y vigorosamente unas tablas duras con pasión y sensatez al mismo tiempo». Esta famosa frase de Max Weber sigue vigente incluso en tiempos de globalización y digitalización, más allá de cuántos votantes respondan a esa concepción de la política.

  • 1.

    Carmela Negrete: «Todos los lunes, manifestaciones xenófobas en Alemania» en eldiario.es, 31/1/2016.

  • 2.

    Véase M. Minkenberg: «Die europäische radikale Rechte und Fremdenfeindlichkeit in West und Ost: Trends, Muster und Herausforderungen» en R. Melzer y Sebastian Serafin (eds.): Rechtsextremismus in Europa. Länderanalysen, Gegenstrategien und arbeitsmarktorientierte Ausstiegsarbeit, fes, Berlín, 2013, p. 9 y ss., disponible en http://library.fes.de/pdf-files/dialog/10030.pdf.

  • 3.

    V. el capítulo referente a las posturas populistas de derecha y extremistas de derecha en Andreas Zick, Beate Küpper y Daniela Krause: Gespaltene Mitte – Feindselige Zustände. Rechtsextreme Einstellungen in Deutschland 2016, ed. R. Melzer, fes / J.H.W. Dietz Nachf., Bonn, 2016, p. 111 y ss., disponible en www.fes.de/de/index.php?eID=dumpFile&t=f&f=10998&token=2ff9a8963360e85eed2b2fcf124441bebb449f3b.

  • 4.

    Según datos de la encuesta Infratest 11/2015.

  • 5.

    Cifras de Infratest.

  • 6.

    Se refiere a la Oficina Federal para la Protección de la Constitución [n. del e.].

  • 7.

    Ver Michael Bröning: «Wie man Rechtspopulismus (nicht) bekämpft» en Neue Gesellschaft / Frankfurter Hefte No 6/2016, www.frankfurter-hefte.de/upload/Archiv/2016/Heft_06/pdf/2016-06_broening.pdf; R. Melzer: «Demaskieren statt berücksichtigen! Zum Umgang mit Rechtspopulismus – eine Replik» en Neue Gesellschaft / Frankfurter Hefte No 7-8/2016, p. 77 y ss., www.frankfurter-hefte.de/upload/Archiv/2016/Heft_07-08/pdf/2016-07-08_melzer.pdf, y Peter Brandt: «Identitäre Angebote?» en Neue Gesellschaft / Frankfurter Hefte No 10/2016, p. 55. V. tb. los artículos de Franz Müntefering y Ralf Stegner, entre otros, en Christian Nawrocki y Armin Fuhrer (eds.): afd – Bekämpfen oder ignorieren? Intelligente Argumente von 14 Demokraten, Klaus Kellner, Bremen, 2016.

  • 8.

    E. Hillebrand: «Sorgen aufgreifen – und nicht wegwischen» en Vorwärts, 6/7/2016, p. 8.

  • 9.

    Ver R. Melzer: «afd, Trump und Co.: Wie Rechtspopulismus funktioniert» en Spiegel on line, 2/10/2016.

  • 10.

    J. Habermas: «Für eine demokratische Polarisierung», entrevista en Blätter für deutsche und internationale Politik, 11/2016, p. 39.

  • 11.

    V. el capítulo sobre afd en A. Zick, B. Küpper y D. Krause: ob. cit., p. 167 y ss.

  • 12.

    Esto también lo subraya entre otros el ex-ministro de Cultura Julian Nida-Rümelin en la revista Cicero, 7/2016: «En toda Europa los partidos socialdemócratas se ven desafiados por el populismo. Solo podrán superar esa crisis si vuelven a tener el valor de dar impulsos controvertidos en la sociedad».

  • 13.

    «Justizminister sieht in afd einen Fall für den Verfassungsschutz» en Frankfurter Allgemeine, 22/2/2016; «Entwicklung rechter Gewalt ist besorgniserregend» en Handelsblatt, 3/7/2016.

  • 14.

    Michael Bröning: ob. cit., p. 57.

  • 15.

    O. Scholz: «Die Partei der schlechten Laune – Zum Umgang mit der rechtspopulistischen Alternative für Deutschland (afd)» en blog de Olaf Scholz, spd, 8/5/2016.

  • 16.

    M. Bröning: ob. cit.

  • 17.

    P. Brandt: ob. cit., p. 58.

  • 18.

    J. Habermas: ob. cit., p. 37.

Este artículo es copia fiel del publicado en la revista Nueva Sociedad 267, Enero - Febrero 2017, ISSN: 0251-3552


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