Tema central
NUSO Nº 201 / Enero - Febrero 2006

Más allá de El Barrio. La diáspora puertorriqueña hacia Florida

Durante los 90, el estado de Florida reemplazó a Nueva Jersey como la segunda concentración de inmigrantes puertorriqueños en Estados Unidos. La diáspora boricua en la Florida, donde los cubanos han predominado por décadas, permite repensar las identidades culturales en el contexto de relaciones interétnicas cada vez más complejas y ofrece una oportunidad única para examinar hasta qué punto está surgiendo una afiliación común entre los inmigrantes de América Latina. Este ensayo explora sus patrones de asentamiento, características socioeconómicas, Identidades raciales, incorporación política y prácticas culturales.La dispersión de la población boricua tiene consecuencias de largo alcance para las identidades de los inmigrantes, así como para su progreso socioeconómico.

Más allá de El Barrio. La diáspora puertorriqueña hacia Florida

Introducción

Después de la Segunda Guerra Mundial, el éxodo masivo de puertorriqueños se dirigió principalmente hacia la ciudad de Nueva York y otras áreas metropolitanas del nordeste y el Medio Oeste de Estados Unidos. Para el año 2004, la Oficina del Censo estimó que casi la misma cantidad de puertorriqueños residía en el territorio continental estadounidense (3.874.322 personas) que en la isla (3.894.855). Sin embargo, desde la década de 1960, los migrantes puertorriqueños se han dispersado ampliamente. Durante los años 90, el estado de Florida reemplazó a Nueva Jersey como la segunda concentración de boricuas en EEUU: la población de este origen se duplicó a casi medio millón de personas. La población puertorriqueña de la Florida ha crecido espectacularmente: pasó de poco más del 2% de todos los boricuas de EEUU en 1960 a más del 14% en 2000. Según estimaciones del censo, el número de residentes puertorriqueños de la Florida aumentó de 482.027 en 2000 a 656.299 en 2004 (US Census Bureau 2005). Los puertorriqueños representan actualmente el segundo grupo más numeroso de hispanos en la Florida, después de los cubanos, y el más numeroso de la Florida central, particularmente en el área metropolitana de Orlando. En el año 2004, uno de cada cinco hispanos en la Florida era de origen boricua.

Varios factores explican la dispersión de los migrantes puertorriqueños, y en especial su desplazamiento desde Nueva York hacia la Florida. Para empezar, la reestructuración económica de la ciudad de Nueva York: el declive de sectores de la manufactura liviana, como la del vestido, socavó el bienestar material de los trabajadores boricuas, que en los 60 se concentraban en esas industrias. En segundo lugar, nuevas oportunidades de empleo atrajeron a los puertorriqueños hacia otros lugares en el nordeste, el sur y el oeste. En tercer término, el menor costo de vida y la ausencia de impuestos estatales sobre los ingresos impulsaron a muchos a mudarse a la Florida. En cuarto lugar, numerosos residentes de la isla se desplazaron al exterior buscando una mejor «calidad de vida». Finalmente, la rápida expansión de la población hispana ha convertido a la Florida en un lugar ideal para los puertorriqueños, que la consideran más cercana geográfica, cultural y lingüísticamente a la isla que Nueva York y otros estados del norte (Aranda).

La «puertorriqueñización» de la Florida forma parte de la diversificación de la población hispana en EEUU, así como del surgimiento de nuevas categorías étnicas entre los inmigrantes y sus descendientes, más allá de «nuyorican», tales como «florirrican», «orlando-rican» y hasta «diaspo-rican» (esta última en referencia a todos los puertorriqueños de la diáspora). Tales etiquetas híbridas confirman la pertinencia de los contextos locales en la formación y la transformación de las identidades de los inmigrantes y en sus crecientes distinciones con los residentes de la isla. Al mismo tiempo, las diferencias entre los nacidos en la isla y aquellos nacidos en el continente plantean cuestiones con una alta carga emocional: por ejemplo, quién tiene derecho a reclamarse parte de la nación puertorriqueña y cómo validar ese reclamo cultural y políticamente. La diáspora boricua en la Florida, donde los cubanos han predominado entre los hispanos por décadas, es terreno fértil para repensar las identidades culturales en el contexto de relaciones interétnicas cada vez más complejas. Ofrece, sobre todo, una oportunidad única para examinar hasta qué punto está surgiendo y arraigándose una afiliación compartida entre los inmigrantes de América Latina.

Estados, ciudades y condados antes dominados por un solo grupo de origen hispano –puertorriqueños en Nueva York, cubanos en Miami o mexicanos en Los Ángeles– han recibido recientemente un mayor influjo de personas de otros países latinoamericanos: dominicanos en Nueva York, nicaragüenses en Miami y salvadoreños en Los Ángeles. Así pues, cada uno de estos lugares ha experimentado una mayor variedad cultural. La pregunta política crucial es si los nuevos inmigrantes forjarán alianzas más amplias con otros latinos, partiendo de sus afinidades geográficas, históricas, lingüísticas y culturales; si afirmarán sus orígenes nacionales distintivos y lazos transnacionales con sus países de origen; o si combinarán ambas estrategias. Varios estudiosos han comenzado a examinar esta cuestión en barrios urbanos pobres como El Barrio (también conocido como «Harlem hispano») en Manhattan; la sección de Corona en Queens; el Near Northwest Side y Pilsen en Chicago; y la Pequeña Habana en Miami (v., entre otros, Dávila; De Genova/Ramos-Zayas; Pérez; Ricourt/Danta; Stepick et al.). En estos vecindarios étnicos, la inmigración combinada de diversos países latinoamericanos está contribuyendo a reconfigurar las comunidades nacionales y transnacionales. Sin embargo, aún está por verse si los inmigrantes abrazarán una identificación supranacional, tal como «hispano» o «latino».Este ensayo explora la diáspora puertorriqueña contemporánea hacia la Florida, especialmente hacia las áreas metropolitanas de Orlando, Tampa y Miami. Mi tesis es que la dispersión de la población boricua más allá de sus centros tradicionales tiene consecuencias de largo alcance para las identidades de los inmigrantes, así como para su progreso socioeconómico. Como demostraré más adelante, las comunidades puertorriqueñas de Orlando, Tampa y Miami difieren sustancialmente de sus contrapartes de Nueva York, Chicago y Filadelfia, no solo en sus orígenes socioeconómicos y patrones de asentamiento, sino también en sus modos de incorporación económica, política y cultural. En gran medida, la experiencia boricua actual en la Florida es inédita, sobre todo en comparación con las oleadas previas de migrantes de la isla hacia el continente.

Patrones de asentamiento

La distribución geográfica de los puertorriqueños en EEUU durante las últimas cuatro décadas ha sufrido cambios importantes. Aunque los inmigrantes todavía se concentran en el estado de Nueva York, su proporción disminuyó de casi tres cuartas partes del total en 1960 a menos de una tercera parte en el año 2000. De manera correspondiente, la proporción de puertorriqueños ha aumentado en otros estados, especialmente en la Florida, Pensilvania, Massachusetts, Connecticut y Texas. Las estadísticas censales confirman que gran parte de la diáspora boricua se ha desplazado de su núcleo original en Nueva York.

Dentro de la Florida, los puertorriqueños se han asentado primordialmente en tres regiones. El mayor número se aglomera en la Florida central (especialmente en los condados de Orange y Osceola). Según estimaciones del censo, casi 222.000 personas de origen boricua vivían en esta región en el año 2004. Una segunda concentración se encuentra en el sur de la Florida, particularmente en los condados de Miami-Dade y Broward. Casi 158.000 puertorriqueños vivían allí en 2004, mientras que más de 35.000 residían en el condado aledaño de Palm Beach. Un tercer núcleo ha surgido alrededor de la Bahía de Tampa, especialmente en Hillsborough, con más de 72.000 puertorriqueños. Además, unos 29.000 vivían en los condados vecinos de Pinellas y Pasco. Según un periodista estadounidense, «los puertorriqueños se han asentado aquí [en la Florida central] en lugar del sur de la Florida porque esta última zona estaba dominada fuertemente por la comunidad cubana. Los puertorriqueños vieron una oportunidad para establecer su identidad en la Florida central» (Lipman; todas las traducciones del inglés son mías).

Durante la segunda mitad de los 90, Orange y Osceola se convirtieron en los principales destinos de los puertorriqueños, desplazando al Bronx y otros condados de Nueva York, Pensilvania e Illinois. Más aún, cinco de los diez primeros lugares donde se establecieron los migrantes recientes de la isla se ubican en la Florida. Los datos censales también documentan la constante circulación de personas –el «vaivén» entre Puerto Rico y el territorio continental de Estados Unidos–, que he analizado con más detenimiento en otro lugar (Duany 2002). Muchos más puertorriqueños están retornando a la isla desde el Bronx y otros destinos tradicionales que desde la mayoría de los lugares de la Florida. Por ende, no solo se mueven más personas desde la isla hacia la Florida que hacia otros estados, sino que más residentes de esos estados regresan a Puerto Rico.

Cuatro de las diez primeras áreas metropolitanas de EEUU con población boricua (Orlando, Tampa, Miami y Fort Lauderdale) se encuentran en la Florida. Más aún, los boricuas representan la mayoría de los hispanos en Orlando y Tampa y el segundo grupo más nutrido en Miami y Fort Lauderdale, después de los cubanos. La proporción de puertorriqueños sobre el total de residentes en Orlando (casi el 11%) supera la de la ciudad de Nueva York (alrededor del 10%). Como apuntó Tony Suárez, el segundo puertorriqueño elegido para la legislatura estatal: «Orlando pronto será para los puertorriqueños lo que Miami es para los cubanos» (citado por Friedman 2001, p. 6). Con casi 200.000 residentes puertorriqueños en el año 2004, Orlando se ha convertido en una especie de «Meca» boricua: es la segunda área metropolitana con mayor número de puertorriqueños en EEUU, después de la ciudad de Nueva York.

Las zonas de asentamiento más importantes de los puertorriqueños en el área metropolitana de Orlando están localizadas en el sudeste de Orange y el norte de Osceola. Los boricuas se aglomeran en los sectores centrales de Orlando y el distrito de Winter Garden, en el condado de Orange, así como en la ciudad de Kissimmee y el distrito de St. Cloud, en Osceola. Muchas de estas concentraciones geográficas contienen subdivisiones suburbanas con altas densidades de residentes puertorriqueños, cuyo porcentaje fluctúa entre el 45% y el 70% de todos los hispanos. Con 3.772 boricuas (de un total de 11.286 residentes en el año 2000), Meadow Woods es uno de los principales vecindarios puertorriqueños en el condado de Orange (Duany/Matos-Rodríguez). Sin embargo, sus características socioeconómicas y físicas, propias de una comunidad de clase media, distan mucho de las de El Barrio de Nueva York.

Perfil socioeconómico

Los informes censales y periodísticos sobre la extracción de clase de los puertorriqueños de la Florida ofrecen un cuadro mixto. Por un lado, muchos profesionales y gerentes se han mudado de la isla a Miami, Tampa y Orlando. La prensa insular ha resaltado el éxodo de médicos, enfermeras y maestros en las últimas dos décadas (Oliver-Méndez; Pascual Amadeo). Varios reporteros y académicos han representado a los puertorriqueños de la Florida como una población predominantemente de clase media, con educación universitaria y localización suburbana (Friedman 2002; Rivera-Batiz/Santiago). Como ha señalado el periodista Robert Friedman (2002, p. 2), «los puertorriqueños que se han establecido en el área de Orlando están relativamente mejor desde el punto de vista económico y tienen un nivel educativo más alto y una comunidad empresarial más sólida que las generaciones anteriores, que se establecieron mayormente en el nordeste de EEUU». Estudios recientes (Duany/Matos-Rodríguez; Olmeda) coinciden en que los migrantes puertorriqueños hacia la Florida tienen un trasfondo socioeconómico más selecto que los que se mudan a otros estados.

Un índice de ese perfil es la proliferación de empresas establecidas por puertorriqueños en la Florida. En 1997, los boricuas eran dueños de 3.450 negocios en el área metropolitana de Miami, 2.992 en Fort Lauderdale, 2.745 en Tampa y 2.429 en Orlando. En toda la Florida, las empresas puertorriqueñas representan el 7,9% del total de empresas hispanas, el mayor porcentaje después de las cubanas. Sin embargo, los puertorriqueños han establecido más empresas que los cubanos en Orlando. Allí, los negocios boricuas se concentran primordialmente en los servicios, incluidos el comercio, la banca, los seguros y la educación (US Census Bureau 2000). Los puertorriqueños dominan la Cámara de Comercio Hispana de Orlando, con más de 300 miembros, como parte de una expansión económica que ha atraído a numerosas compañías basadas en la isla a la Florida central.

Una encuesta reciente entre los integrantes de la Asociación de Profesionales Puertorriqueños del Sur de la Florida (Profesa) arroja luz sobre el perfil socioeconómico de los migrantes de clase media del área de Miami. Dos terceras partes de los encuestados eran relativamente jóvenes (entre 25 y 44 años) y una proporción similar había nacido en la isla. En promedio, habían vivido 19 años en Puerto Rico y 17 en el territorio continental estadounidense. Además, tenían un elevado nivel de escolaridad: el 33% había completado estudios de maestría. Más de la mitad ganaba más de 80.000 dólares al año. Poco más de una cuarta parte eran profesionales, especialmente contables, abogados y médicos, y otra cuarta parte eran ejecutivos, gerentes y empresarios. Alrededor de un tercio estaba casado con personas de origen no puertorriqueño, especialmente estadounidenses y cubanas. El 84% de los encuestados hablaba en casa tanto inglés como español. El 87% viajaba más de una vez al año a la isla. Aunque la encuesta se limitó a una sola asociación voluntaria, sus resultados sugieren la presencia de una elite sumamente móvil, bilingüe, bien educada y próspera.

Por otra parte, muchos migrantes boricuas son trabajadores de servicios y de cuello azul, como los que recluta regularmente Walt Disney World en el área de Orlando (Hernández Cruz). La mayoría son personas jóvenes que buscan trabajo. Según varios informes periodísticos, la diáspora puertorriqueña hacia la Florida se nutre en gran medida de residentes desencantados del norte de Estados Unidos, que se desplazan al sur atraídos por el clima, las oportunidades de empleo y el menor costo de vida (Coats; Lipman). Esta oleada migratoria, compuesta primordialmente por puertorriqueños de segunda y tercera generación, proviene de estados como Nueva York, Pensilvania e Illinois. Los reportajes sugieren que se trata de un flujo de clase baja, con poca escolaridad y mayor dominio del idioma inglés que los que emigran directamente de la isla. La relación entre los nacidos y criados en la isla y los llamados «nuyoricans» constituye un problema importante, tanto en Puerto Rico como en EEUU continental.

El análisis de los datos censales sobre la población boricua de la Florida confirma su diferenciación socioeconómica respecto de la de otros estados. Los residentes de la Florida se encuentran en el tope de los niveles de ingresos. En 1999, los puertorriqueños de la Florida tenían el segundo promedio de ingresos familiares per cápita (14.350 dólares), después de Nueva Jersey (14.851 dólares). El promedio de ingreso familiar por persona entre los boricuas de la Florida era mucho mayor que en estados como Pensilvania y Massachusetts. Además, las tasas de pobreza entre los puertorriqueños de estos últimos estados –alrededor del 40% de la población– ascendían a más del doble que la de los residentes en la Florida (18,6%). En Nueva York, el promedio de ingresos de los puertorriqueños era de 12.954 dólares y su tasa de pobreza llegaba a 34%.

En parte, los puertorriqueños tienen ingresos más altos en la Florida porque tienden a ser mayores en edad (con más experiencia y antigüedad en el mercado laboral) y más educados. En este estado, los boricuas tenían, al momento de realizarse el censo de 2000, un promedio de 31,6 años de edad, comparados con 31,2 años en Nueva York y 29,2 en todo EEUU. Más aún, los residentes de la Florida tenían el nivel de escolaridad más alto, ya que el 15,6% de ellos había completado un título universitario, comparados con el 11,7% en Nueva York y el 12,6% de promedio en todo EEUU. En Florida, la proporción de puertorriqueños con educación universitaria duplicaba la de Pensilvania y Connecticut. La mayor experiencia laboral y los niveles superiores de escolaridad ayudan a explicar la incorporación de los boricuas al mercado de trabajo. Florida tenía las tasas de desempleo más bajas, tanto para hombres como para mujeres puertorriqueños. Entre los hombres, la tasa en ese estado era de 5,2%, pero llegaba a 8,6% en Connecticut, 9,2% en Pensilvania y 9,7% en Massachusetts. Entre las mujeres, la tasa de desempleo en Florida era de 6,7%, mucho más baja que el 8,4% promedio en EEUU.

A pesar de la situación económica relativamente ventajosa de los puertorriqueños en Florida, todos los indicadores sugieren desventajas significativas en comparación con el resto de la población. En 1999, el ingreso familiar promedio por persona en la Florida era de 21.557 dólares, pero para los boricuas era de solo 14.350 dólares. Entre los blancos no hispanos, el ingreso per cápita era de 25.379 dólares. Según el censo de 2000, uno de cada cinco puertorriqueños en la Florida era pobre. El dato no es menor. Sin embargo, para comprender mejor el tema es necesario que futuras investigaciones se orienten a estudiar las causas de los persistentes rezagos socioeconómicos de los puertorriqueños frente a otros grupos étnicos.

Identidades raciales

Una cuestión intrigante acerca de los puertorriqueños en Florida es su composición racial. En el censo de 2000, más de dos terceras partes de los boricuas de ese estado se clasificaron a sí mismos como blancos, la mayor proporción de todo Estados Unidos. Inversamente, la proporción de residentes que dijo ser negro, de otra raza o de dos razas fue menor en la Florida (33%) que en otros lugares (54%). Los datos censales sugieren que los blancos están sobrerrepresentados en el flujo migratorio hacia la Florida, mientras que los negros están subrepresentados. ¿Cómo interpretar este patrón de autoclasificación racial? Para empezar, el trasfondo socioeconómico superior de los puertorriqueños en la Florida ayuda a explicar el mayor porcentaje de personas de origen europeo. En segundo término, los residentes de estados del sur, como la Florida, podrían clasificarse a sí mismos como blancos para evadir el mayor prejuicio antinegro que existe en esa región. Tercero, la presencia de una numerosa población hispana, especialmente de origen cubano, que se considera a sí misma mayoritariamente blanca, podría inclinar los resultados hacia esa categoría racial. En todo caso, la autopercepción de la mayoría de los puertorriqueños en la Florida requiere mayor reflexión.

Incorporación política

Informes periodísticos han señalado a los puertorriqueños de la Florida como un voto clave, pero oscilante, en las elecciones locales, estatales y hasta presidenciales (Glanton; Puerto Rico Herald). Recuérdese que los puertorriqueños son ciudadanos estadounidenses por nacimiento y que tienen el derecho a votar inmediatamente después de establecer su residencia permanente en EEUU continental. Los medios de comunicación han prestado mucha atención al aumento de la fuerza del Partido Demócrata en la Florida central, principalmente debido al apoyo de los puertorriqueños y otros hispanos no cubanos, lo que marca una diferencia con los cubanos del sur del estado, predominantemente republicanos. Según fuentes periodísticas, más del 60% de los electores boricuas de la Florida apoyó al candidato demócrata, Al Gore, en las elecciones presidenciales del año 2000 (Lizza; Milligan). Como lamentó el consultor demócrata Jeffrey Farrow: «Si Gore hubiera obtenido 600 votos más en la Florida, sería presidente» (citado por Friedman 2004, p. 5). No obstante, la mayoría de los puertorriqueños de la Florida votó por la reelección del gobernador republicano, Jeb Bush, en 2002.

El emergente electorado puertorriqueño se ha convertido en «uno de los campos de batalla política más importantes» entre demócratas y republicanos (Silva). La campaña presidencial de 2004 reconoció el papel crucial del voto boricua en la Florida central, que, según varios sondeos, se inclinó por el senador John Kerry frente al presidente George W. Bush por un margen de dos a uno (Friedman 2004; Thomas; Utset). Nuevamente, los puertorriqueños siguieron un patrón opuesto al de los cubanos, que favorecieron abrumadoramente a Bush.

Se sabe que la mayoría de los puertorriqueños vota tradicionalmente por el Partido Demócrata. Esta preferencia coincide con la de otras minorías étnicas y raciales, tales como los afroamericanos y los mexicanos. Ante una población hispana dominada por cubanos republicanos, la diáspora boricua podría alterar el mapa electoral de la Florida. Sin embargo, el crecimiento poblacional de los puertorriqueños aún no se ha traducido en una representación proporcional en el gobierno local o estatal. En 1966, Maurice Ferré se convirtió en el primer representante estatal de origen boricua en la Florida. En 1973, Ferré fue elegido alcalde de Miami, pero en 2001 y 2004 perdió las elecciones frente a un candidato cubano. Al momento de redactar este artículo, solo otros dos puertorriqueños habían servido en la Cámara de Representantes de la Florida. En 2004, tres puertorriqueños fueron elegidos comisionados. Además, pocos boricuas han ocupado puestos en consejos escolares locales u otros organismos públicos prominentes. En este sentido, los periodistas han descripto a los puertorriqueños como el «gigante dormido» de la política de la Florida (Lipman; Story). Respecto a la situación política de Puerto Rico, los boricuas de la Florida están tan divididos como los de la isla, aunque quienes defienden que Puerto Rico se convierta en un estado de la unión americana parecen ser más numerosos que en otros lugares. Por ejemplo, el 55% de los miembros de la Asociación de Profesionales Puertorriqueños del Sur de la Florida apoyó esa fórmula política. Por otro lado, una encuesta auspiciada por el periódico El Nuevo Día de Orlando registró que el 48% de los puertorriqueños de la Florida central favorecía el actual Estado Libre Asociado, mientras que el 42% prefería la anexión completa a EEUU, y el 5% la independencia.

Sin embargo, el impacto de la diáspora sobre la política insular es aún muy limitado. Hasta ahora, la participación en elecciones, referendos y plebiscitos puertorriqueños se ha restringido a los residentes en la isla (incluyendo a los ciudadanos estadounidenses de origen no boricua, como los dominicanos y los cubanos). Un reto fundamental para los puertorriqueños en EEUU es, por lo tanto, cómo incidir en los asuntos políticos de la isla, especialmente en la difícil cuestión de la autodeterminación.

Prácticas culturales

Como subrayé en el inicio, la diáspora boricua hacia la Florida forma parte de la creciente heterogeneidad de la población hispana, tanto en ese estado como en otras partes de EEUU. Aunque los cubanos todavía dominan el panorama de la Florida hispánica, otros grupos tales como puertorriqueños, colombianos, nicaragüenses, mexicanos, venezolanos y dominicanos han aumentado su presencia. Esta mezcla de distintos colectivos de hispanos tendrá múltiples consecuencias culturales, entre las que quisiera destacar algunas.

Para empezar, ningún grupo de origen latinoamericano podrá imponer sus propios gustos, valores y prácticas culturales como lo hicieron los cubanos en Miami desde 1960. Por lo tanto, la cultura popular de la Florida podría ser, por primera vez, verdaderamente latina. El idioma, la música, la comida, los deportes y la religión se están «latinizando» cada vez más, en tanto diversas nacionalidades contribuyen al mosaico latino. Por ejemplo, el número y la variedad de eventos culturales públicos (tales como desfiles y festivales) patrocinados por organizaciones comunitarias puertorriqueñas se han multiplicado en Orlando, Tampa y Miami. El Desfile Puertorriqueño de la Florida Central ha atraído entre 15.000 y 30.000 personas cada año desde que se realizó por primera vez en 1992. En este sentido, los puertorriqueños de la Florida central, junto con otros grupos hispanos, están contrabalanceando la «cubanización» del sur de la Florida.

En segundo término, el español hablado en el centro y sur de la Florida será una combinación de dialectos, no solo de Cuba y Puerto Rico, sino también de otros países caribeños, centroamericanos y sudamericanos. Las diferencias en vocabulario, pronunciación, entonación y otros patrones lingüísticos podrían homogeneizarse a largo plazo, y ya no podrá presumirse de que el acento cubano se mantendrá como norma para la población hispana. En un futuro cercano, los conflictos sobre la forma «correcta» de hablar español podrían intensificarse, como ha ocurrido entre mexicanos y puertorriqueños en Chicago (De Genova/Ramos-Zayas). En la ciudad de Nueva York, la convergencia entre varios dialectos del español, especialmente los de Puerto Rico, República Dominicana y México, sugiere que los latinos se sienten cada vez más parte de una comunidad más amplia (Scott).

En tercer lugar, seguirá creciendo la necesidad de educación bilingüe y otros servicios públicos para los hispanohablantes. Varios distritos escolares de la Florida central reciben actualmente un gran número de inmigrantes, particularmente puertorriqueños y mexicanos. Por ejemplo, dos de cada cinco estudiantes en el condado de Osceola y uno de cada cuatro en Orange son hispanos. Lamentablemente, los estudiantes hispanos –especialmente los puertorriqueños– tienen tasas de deserción escolar más altas que las de los demás grupos étnicos. Uno de los problemas pedagógicos de los niños criados en Puerto Rico es que generalmente no dominan el inglés cuando llegan a la Florida. En el período 2000-2001, por ejemplo, el 21,1% de los estudiantes con dificultades en inglés en el condado de Orange era de origen boricua (Florida Department of Education; Pacheco; Postal/De Luzuriaga). En consecuencia, las escuelas públicas locales reclutan maestros y miembros del personal no docente bilingües, en un esfuerzo por reducir las tasas de deserción escolar entre los hispanos.

En cuarto lugar, la interacción social entre diferentes grupos hispanos determinará si surge una identidad híbrida más allá de sus respectivos orígenes nacionales. La incidencia de matrimonios entre hispanos en Miami, Orlando y Tampa debe investigarse a fondo. También es importante discernir si los descendientes de matrimonios mixtos se identifican mayormente con una nacionalidad específica o como «latinos». Por ejemplo, los puertorriqueños de Estados Unidos continental tienen una tasa relativamente alta de uniones con otros grupos étnicos y raciales. En Nueva York, los boricuas se casan con dominicanos más frecuentemente que con cubanos. En Miami, los puertorriqueños son más propensos a casarse con cubanos que en Orlando (Aquino). ¿Será esta tendencia simplemente una función del tamaño de cada comunidad hispana en cada área metropolitana? ¿Reflejará un patrón más amplio en las relaciones entre grupos de diversos orígenes nacionales?

Por último, el aumento de la población boricua e hispana de la Florida podría agudizar las tensiones con otros grupos establecidos, como los afroamericanos y los blancos no hispanos. Algunos sectores de la población estadounidense se sienten incómodos con el uso público del español. Otros se oponen a la expansión de la Iglesia católica, a la que pertenece la mayoría de los latinos. A estos conflictos culturales hay que añadir la competencia en los mercados de trabajo y vivienda y las disputas políticas, y puede anticiparse que las relaciones entre hispanos y no hispanos en la Florida serán cada vez más explosivas. Estas rivalidades étnicas han sido bien documentadas en Miami, con su impresionante mezcla de cubanos, latinos de otros orígenes, blancos no hispanos, afroamericanos, judíos y haitianos (Stepick et al.).

En agosto de 2005, una maestra blanca le escribió una carta incendiaria a un congresista para denunciar la constante inmigración de puertorriqueños, mexicanos y haitianos en Orlando. Sus comentarios despectivos le valieron la suspensión del sistema escolar público. Aún no está claro si se trató de un incidente aislado, o si representaba las actitudes dominantes de la mayoría blanca contra las minorías étnicas y raciales en la Florida.

Conclusión

Los patrones de asentamiento de los puertorriqueños han cambiado drásticamente en las últimas cuatro décadas. Si bien Nueva York fue el primer destino de los boricuas durante los años 40 y 50, la Florida se convirtió en su localización favorita durante los 90. Los datos presentados a lo largo de este ensayo sugieren que los «florirricans» podrían seguir una trayectoria distinta de la de otras comunidades boricuas. Para empezar, su trasfondo de clase es superior al de los anteriores flujos poblacionales. Los resultados del censo confirman que los boricuas de la Florida tienen niveles de ingreso, ocupación y escolaridad superiores a los de estados como Nueva York, Pensilvania y Massachusetts. Además, los puertorriqueños de la Florida se describen a sí mismos como blancos más frecuentemente que los de cualquier otro lugar de EEUU. Muchos de ellos se han mudado de barrios urbanos pobres, especialmente en Nueva York, Chicago y Filadelfia, y algunos han logrado establecerse en vecindarios suburbanos de clase media en Orlando, Tampa y Miami.

La diáspora puertorriqueña hacia la Florida tiene un gran impacto potencial en el plano económico, político y cultural. Económicamente, los boricuas aportan destrezas y capitales al mercado laboral, particularmente en el sector de los servicios. Ha surgido una pujante comunidad de empresarios y profesionales puertorriqueños con ingresos relativamente altos. Políticamente, los puertorriqueños podrían incidir tanto en el Partido Demócrata como en el Republicano, como bloque electoral clave en un estado sumamente disputado. Culturalmente, los boricuas están incrementando la diversidad étnica, lingüística y religiosa de la Florida, junto con otros inmigrantes hispanohablantes. A pesar de la oposición de algunos grupos establecidos, la población puertorriqueña e hispana de EEUU seguirá ampliándose en los próximos años. Aún está por verse si la sociedad receptora insistirá en asimilar culturalmente a estos inmigrantes, como lo hizo con millones de personas en el pasado, o si se convertirá en un país cada vez más multiétnico, multicultural y plurilingüe.

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Este artículo es copia fiel del publicado en la revista Nueva Sociedad 201, Enero - Febrero 2006, ISSN: 0251-3552


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