Opinión
diciembre 2017

Los retos del «chavo-madurismo»

Después de las elecciones municipales del 10 de diciembre, Nicolás Maduro parece tener un control casi total de Venezuela. Pero ahora debe enfrentar tres grandes retos: la falta de apoyo popular, el desastre de la economía, y el descrédito internacional.

<p>Los retos del «chavo-madurismo»</p>

Después de las elecciones municipales del 10 de diciembre, Nicolás Maduro parece tener un control casi total de Venezuela. Aunque observadores independientes y un amplio sector de la opinión pública han manifestado serias dudas sobre la pulcritud del proceso, el hecho es que el chavismo tiene en sus manos más del 90% de las alcaldías sin que de momento haya nadie con suficiente fuerza para disputarle lo que ha proclamado como su triunfo. Después de haber sorteado la rebelión cívica de marzo a julio que dejó a los opositores exhaustos y divididos, de haber impuesto una Asamblea Nacional Constituyente con poderes supraconstitucionales, de llevarse casi todas las gobernaciones en las elecciones regionales de octubre más allá de las denuncias sobre su transparencia, y de este triunfo municipal, Maduro se vislumbra consolidado. Incluso ha podido iniciar una purga en sus propias filas aumentando su poder en la petrolera PDVSA y defenestrando al otrora «zar petrolero» Rafael Ramírez, ex embajador en la ONU que mantenía influencia. Al mismo tiempo, Maduro anuncia su candidatura presidencial para 2018. Con paciencia, «el Madurazo» que tuvo que en octubre de 2016 fue detenido, doce meses después parece un hecho consumado. ¿Esto significa que el régimen ya superó su crisis o que una transición está liquidada? Todo dependerá de lo que ocurra. No es posible saber si el «chavo-madurismo», como comienza a llamársele, terminará siendo sólo un intento extremo y casi desesperado por salvar un régimen que se desmorona a cualquier costo -humano o material- o si logrará reconducirse hacia un nuevo tipo de orden viable a largo plazo.

El «chavo-madurismo» tiene que enfrentar tres grandes retos: la falta de apoyo popular, el desastre de la economía, y el descrédito internacional. Con un 70% de rechazo según todos los sondeos; una economía en la bancarrota, y un cúmulo de condenas por parte de Estados Unidos, Canadá y la Comunidad Europea, Maduro debe hallar alguna forma de solución para estos problemas si quiere darle continuidad al sistema que encarna.

Comencemos con lo internacional. Los opositores venezolanos, abatidos por la seguidilla de derrotas y desconfiados de sus dirigentes, le han dado muy poca importancia al Premio Sájarov que el Parlamento Europeo acaba de otorgarles. Aunque tal indiferencia es otro éxito interno para Maduro, habla del modo en que su régimen es visto en Europa Occidental y de la legitimidad que este le da a sus opositores. Justo un día después de la entrega del premio, un tribunal de los Estados Unidos condenó a dieciocho años de cárcel a los sobrinos de la esposa de Nicolás Maduro, Cilia Flores (uno de ellos su hijo de crianza), por narcotráfico. Esta sentencia no cae en medio de la nada, sino en el contexto de las sanciones que el gobierno de los Estados Unidos le ha impuesto a muchas de las figuras del régimen, así como al Estado venezolano en general. Es difícil suponer que Washington no vaya a meter a los llamados «narcosobrinos» en el mismo expediente de todas las cuentas que le lleva al régimen. No se trata, pues, de un buen augurio para una administración que tiene enormes dificultades financieras y que muy probablemente deba ir a una negociación con entidades internacionales. Hay que recordar que para más de cuarenta países la Asamblea Nacional Constituyente no es legítima, reconociendo sólo a la Asamblea Nacional en manos de la oposición y cuyo visto bueno es necesario para una gran cantidad de acuerdos. Algunos consideran que la nueva ronda de negociaciones que el gobierno sostiene con la oposición en Santo Domingo se debe precisamente a eso.

A todo esto, que ya es bastante, se une a la hecatombe de la economía. A pesar de los retrasos en el pago de sus compromisos a los tenedores de bonos venezolanos, el gobierno finalmente comenzó a cancelarlos. Como señala Forbes, Venezuela aún no está en default pero sigue siendo un país de altísimo riesgo. El gobierno ha demostrado estar dispuesto a someter a la población a enormes sacrificios antes de caer en la cesantía de pagos, aunque no se sabe por cuánto tiempo podrá hacerlo. Mientras los precios del petróleo estuvieron altos era posible paliar por la vía de los subsidios y las importaciones los efectos del modelo económico fracasado, y al mismo tiempo pagar la deuda. La alquimia dio también para que muchos se hicieran inmensamente ricos. Fue una mezcla de políticas erradas, corrupción y despilfarro. Ahora, con menos petrodólares, se ha optado por satisfacer a los acreedores. Simplemente se cortaron drásticamente impostaciones, por lo que la escasez, la subida de los precios y el colapso de la moneda se han desatado. Así, los más vulnerables son los que llevan la mayor carga de no caer en el default: con un sueldo mínimo mensual de 456.507 bolívares (¡unos cuatro dólares!) y una canasta alimentaria rondando los 3.506.005, es comprensible que el hambre esté afectando a numerosos venezolanos. La cifra es del Centro de Documentación y Análisis Social de la Federación Venezolana de Maestros (Cendas), para el mes de octubre, de modo que hoy, con una inflación de 1.369% según la Asamblea Nacional, debe ser mucho mayor. Según Cáritas, el 70% de los venezolanos sufren de déficit nutricional, el 15% de los niños tiene una desnutrición severa y el 33% ya acusa algún nivel de retardo en su crecimiento. No en vano la apertura de un canal de ayuda humanitaria, al que se niega sistemáticamente el gobierno, es uno de los puntos centrales de la nueva ronda de negociación.

Se pueden comentar otras cifras, por ejemplo en lo referente a la falta de medicamentos (de un 90% según la ONG Convite) pero los «votos con los pies» de los millares de venezolanos que llegan a las fronteras de Brasil y Colombia, muchos de los cuales siguen después hacia el resto de Sudamérica, explican bastante bien la forma en que esto es vivido por la población. Esto demuestra que la crisis ya es de carácter regional y subraya la dificultad de Maduro para garantizar los consensos mínimos que todo régimen requiere para sobrevivir. Apuesta por relegirse en 2018 y, de momento, parece tener pocos obstáculos internos para lograrlo. Su problema será convertir al «chavo-madurismo» en algo distinto a la ultima ratio de un régimen en el poder en contra de los deseos de la mayor parte de la población y de la comunidad internacional o en el inicio de uno nuevo, sostenible sin el solo concurso de las bayonetas.


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