Opinión
septiembre 2018

Chile: una ola violeta contra el conservadurismo

El nuevo movimiento feminista en Chile

El «mayo feminista» se instaló con fuerza en las calles e instituciones educativas de Chile y las tiñó de violeta. Durante ese mes, miles de mujeres salieron a las calles para expresar su rechazo al patriarcado y a la violencia de género. Este movimiento feminista estudiantil, que se vislumbra como una nueva ola del movimiento feminista en el país, resituó el lugar del cuerpo como espacio de ejercicio de la autonomía. Se trata de un movimiento que revela una transformación sociopolítica y cultural que pone de relieve la desigualdad entre los sexos, las relaciones interpersonales, el espacio privado y la sexualidad.

<p>Chile: una ola violeta contra el conservadurismo</p>  El nuevo movimiento feminista en Chile

Hace ya siete años, el comienzo del primer gobierno de Sebastián Piñera dio lugar a importantes movilizaciones a lo largo y ancho del territorio chileno. En 2018, al iniciarse un nuevo mandato de este influyente personaje de la derecha chilena, era de esperar que surgiera una nueva ola de protestas. Y así fue. Aunque, esta vez, las coloridas marchas estudiantiles de 2011 se transmutaron en una ola violeta y feminista. Los reclamos contra la mercantilización del derecho a la educación, que endeuda a los estudiantes y permite a las instituciones lucrar inescrupulosamente, siguen estando presentes, pero esta vez la activación política estudiantil se fundió con la fuerza y la potencia de las mujeres que se levantaron contra el acoso en las distintas escuelas y exigieron la construcción de una educación no sexista. Así es como este movimiento se configuró a partir de demandas que exigían una educación inclusiva y la necesidad de generar protocolos contra el acoso en todas sus formas.

Las masivas marchas estudiantiles se volvieron feministas, y ya no solo circularon las clásicas federaciones politizadas de las principales universidades del país –como la Universidad de Santiago, la Universidad Técnica Metropolitana o la Universidad de Chile– sino que también se sumaron estudiantes de universidades más conservadoras como aquellas del Opus Dei o de los Legionarios de Cristo, que años atrás protestaban contra la legalización del aborto o el uso de la píldora de interrupción del embarazo. Ya no solo salieron a las calles los estudiantes de izquierda sensibilizados con la demanda por la universidad pública y gratuita, sino también aquellos que querían tener salones de clases libres de acoso y de violencia.

Las marchas que en 2011 nos deslumbraban con su creatividad y nuevas formas de acción colectiva como el flash mob y las performances –donde los estudiantes creaban besatones por la educación, bailes por la educación o corridas por la educación– ahora demostraron que también podían usar el cuerpo y despojarlo de su carácter objetualizado, pasando a ser un arma de lucha. Las mujeres se pusieron capuchas en las cabezas, se descubrieron sus pechos y escribieron sobre su cuerpo como si fuera un lienzo más. Las instalaciones dejaron de ser simplemente llamativas y estéticas, y, por el contrario, buscaron incomodar y cuestionar a los transeúntes. Tal vez la más polémica entre todas fue aquella que condensa en sí tanto el anclaje histórico como la resignificación del cuerpo: varias mujeres mostraron sus nalgas, con colas de caballo y posturas de animal. Con ello no solo buscaron denunciar la exigencia que la sociedad mercantil hace sobre los cuerpos femeninos como objetos sexys y sensuales (o incluso sexuales) –expresada precisamente en la «cola Reef»–; también parafrasearon al colectivo «las Yeguas del Apocalipsis» de Lemebel y Casas, que a finales de los ochenta intervenía disruptivamente los espacios públicos. Ambos elementos contribuyeron a generar la irritación y el escándalo en una ciudadanía poco dispuesta a ver mujeres luchadoras y críticas frente al sistema.

En las universidades se formaron asambleas feministas que buscaron literalmente sacar los trapos sucios a la calle. De esta forma, levantaron información a partir de las mismas asambleas –feministas y estudiantiles– y también a partir de las redes sociales, donde recopilaron relatos de acoso de profesores y malas prácticas machistas. Así es como, en muchas universidades se denunciaron a varios profesores y directivos. Muchos de ellos fueron expuestos, con nombre y apellido, con carteles a las entradas o en los patios de sus casas de estudio para que todos estuvieran al tanto.

El caso más emblemático de esas prácticas que se instalaron en las universidades, fue aquella de la Escuela de Derecho de la Pontificia Universidad Católica (PUC), que se ha caracterizado históricamente por su conservadurismo y por la figura de Jaime Guzmán, ideólogo de la dictadura chilena y fundador del gremialismo en Chile. Nada de eso fue óbice para que las estudiantes tomaran por varios días la Casa Central y publicaran un texto en un periódico universitario reproduciendo las frases de machistas –e incluso perversas– de algunos de sus profesores: «Señorita qué hace con ese escote, ¿usted vino a dar una prueba oral o a que la ordeñen?»; «señorita, hágame un favor y mejor agarre los 4 millones de la carrera y váyase al mall»; o «cuándo el hombre ve a una mujer y siente ganas de violarla, no es más que un desorden de sus inclinaciones naturales». Dando muestra de la masividad y la unidad del reclamo, el artículo fue firmado por nada menos que por 127 estudiantes. Los días de toma fueron respondidos incluso con «contramovilizaciones» que rechazaron el paro en la Facultad. Lo cual da muestra de la magnitud del conflicto interno que estas acciones dejaron al descubierto. A esas alturas, el movimiento ya sumaba cerca de 29 instituciones en algún tipo de movilización.

Uno de los elementos destacables de este movimiento es que tiene un fuerte anclaje histórico. Por un lado, existe en él una explícita reivindicación del movimiento feminista de los años ochenta que destaca el legado de las mujeres que lucharon en dictadura y recuerda a aquellas que fueron violadas y torturadas por el régimen de Pinochet. Así se pudo ver durante las conmemoraciones del último 11 de septiembre, en varias de las instalaciones realizadas en diversas universidades. Justamente, cuando en Chile se ha desatado un debate sobre la memoria y los derechos humanos a causa de la salida del Ministro de Cultura, Mauricio Rojas, quien desacreditó el Museo de la Memoria públicamente, y cuando varios torturadores juzgados por crímenes de lesa humanidad eran liberados –irónicamente– por «razones humanitarias».

Paralelamente, este movimiento dialoga con los movimientos estudiantiles precedentes, incorporando demandas como la educación no sexista y el lenguaje inclusivo, buscando debatir sobre una educación para todes y la generación de protocolos contra el acoso en todas sus formas. Asimismo, este movimiento tampoco está desarticulado ni busca desatender las luchas contra el femicidio y los cuerpos maltratados. Se incorpora al movimiento internacional de #NiUnaMenos, y en muchas universidades y espacios públicos se realizaron velatones1 recordando a las mujeres asesinadas por sus parejas. Igualmente, aparecen y reaparecen las demandas por el derecho al aborto libre y gratuito para todas las mujeres; en clara sintonía con el masivo movimiento de los pañuelos verdes en Argentina.

Así es como este movimiento desafía a las autoridades educativas y del Estado. Tal vez por su novedad y el nivel de su disrupción, este movimiento no encuentra en el gobierno ningún interlocutor válido. Mucho menos en el marco de una campaña gubernamental abocada a impedir –a partir de distintos subterfugios– la aplicación de la ley del aborto por 3 causales. Una ley que fue un gran logro del gobierno de Bachelet, pero que para las feministas fue solo un primer paso para todo lo que se esperaba de la primera presidenta mujer. Sin embargo, el movimiento sí ha merecido la atención por parte de diputadas de la oposición que alzaron su voz y reivindicaron la importancia de la acción feminista en los distintos espacios universitarios y secundarios. Muchas de ellas, principalmente del Frente Amplio y de la Nueva Mayoría, presentaron un proyecto de ley para legalizar el aborto libre, seguro y gratuito.

Reinscribiéndose en esta densa trama histórica, el movimiento se levanta como una tercera ola feminista. Si la primera ola se centró en las luchas ciudadanas por el voto femenino, y la segunda en las luchas para derrocar la dictadura y defender los derechos humanos durante los ochenta, esta tercera ola sitúa en el centro de la escena y como elementos de lucha, al mundo privado y al cuerpo, desacralizando y resexualizando así las vulvas femeninas, mostrándolas grandes y coloridas en las marchas, como también desnudándose para salir a marchar buscando dejar de ser un objeto para acosar. Esta tercera ola afirma que las luchas no solo se juegan en el espacio público y las instituciones, sino también en las redes sociales donde emergen muchas mujeres activistas y que se vuelven protagonistas. Las relaciones personales son deconstruidas y el amor romántico es cuestionado, fundamentalmente por las más jóvenes. Las tomas y paros feministas dejaron de ser el foco de atención de los medios. Sin embargo, las mujeres continuan recordando las luchas del pasado, construyéndose y deconstruyéndose como feministas para dar paso a nuevas generaciones, con hombres y mujeres más conscientes de sus derechos y de la necesidad de construir una sociedad igualitaria.

  • 1.

    Forma de acción colectiva que consiste en utilizar muchas velas con el objetivo de recordar. Práctica utilizada particularmente en la postdictadura durante los 11 de septiembre.



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