Opinión
mayo 2018

Jóvenes Colombianos: Indignados y decepcionados de la democracia, emocionados con el yo

La noticia de que un 73 % de los estudiantes de Colombia estarían de acuerdo con una dictadura sorprendió a Omar Rincón. Entre perplejo e irritado, escribió este agudo análisis de una juventud egoísta y antidemocrática.

<p>Jóvenes Colombianos: Indignados y decepcionados de la democracia, emocionados con el yo</p>

Este artículo fue publicado originalmente en mayo de 2018 en la web de democraciaAbierta.

La democracia ya no es sexi ni entretenida. Los ciudadanos andan en guerras de WhatsApp. La vida pública aburre, lo privado entretiene. Los políticos apestan y no se han enterado. Así hemos llegado a la política celebrity y la democracia cínica. Y es que la cultura mutó, el mundo hoy es otro. Urgente: Hay que reinventar la política y la democracia. Aquí un mapa maniqueo y fragmentario para describir nuestro tiempo político. Las reflexiones las pone el lector.

La democracia ya no es sexi en América Latina

El 11 de abril me desperté con resaca de mezcal que se convirtió en pesadilla de política cuando leí en El Tiempo que «73 % de estudiantes colombianos aprueban una dictadura» porque «si es para traer orden y seguridad, la democracia sobra». El ‘Estudio Internacional de Educación Cívica y Ciudadana’ (ICCS) «revela un nivel preocupante de valores antidemocráticos y orientaciones antisociales en gran parte de los jóvenes encuestados» dicen.

El informe, elaborado por la Asociación Internacional para la Evaluación del Logro Educativo (IEA), encuestó a 25 mil estudiantes de octavo grado (13-14 años de edad) de 900 escuelas de Chile, México, República Dominicana, Perú y Colombia para medir las actitudes cívicas de los alumnos y sus competencias ciudadanas.

El promedio latinoamericano es más bajo, el 69 % de los jóvenes aceptarían una dictadura si esta trae orden y seguridad. Un 65 % dijo estar dispuesto a someterse a un gobierno antidemocrático si este trae beneficios económicos. Todo se ponía peor al leer: el 51 % de los estudiantes de estuvo de acuerdo con afirmaciones sobre prácticas corruptas en el gobierno y sobre la cultura de «el vivo vive del bobo».

Frente a la pregunta «¿Está de acuerdo con que un funcionario debería poder ayudar a sus amigos a conseguir un trabajo en su despacho?», el porcentaje se sube a 53. El 35 % de los estudiantes latinoamericanos aprueban violar la ley si esto les permite sacar algún provecho económico. Por ejemplo, ante la pregunta de si es válido saltarse la aplicación de la norma para alcanzar una meta importante, el 64 % dijo estar de acuerdo. «Los datos fueron aún más graves cuando se preguntaron si violarían la ley para ayudar a sus familiares: el 73 % dijo que sí», informa El Espectador.

Las actitudes complacientes frente al «linchamiento público» para castigar criminales ya que la autoridad no actúa es del 41 %: cuatro de cada diez estudiantes colombianos están de acuerdo con la «justicia por mano propia». Para aliviar algo la pesadilla democrática sale que a mayor educación cívica disminuía la tendencia autoritaria y que la Paz en Colombia es apoyada por un 80 % de los jóvenes.

¿ENTONCES?

La democracia ya no es sexi en América Latina. Tal vez porque no sabemos qué es vivir en dictadura. O mejor, el yo-capitalismo ganó, y mientras yoooooo esté bien, que se joda el mundo. Según dice El Tiempo en su informe del 11 de Abril, los expertos explican que:

La solución es la formación ciudadana y cívica en colegios: «Enrique Chaux, profesor titular del departamento de Psicología en la Universidad de los Andes y experto en educación para la paz y competencias ciudadanas, explicó a EL TIEMPO que ‘las competencias ciudadanas son fundamentales para aprender a relacionarse pacífica y constructivamente con los demás y para aportar a la transformación de la sociedad hacia una sociedad más democrática’. Sin embargo, ‘aún falta mucho para que todos los estudiantes de Colombia puedan decir que recibieron una formación ciudadana que los capacite y los prepare para poder enfrentarse a los retos de una sociedad tan compleja como la nuestra’».

La solución está en transformar las costumbres políticas de la democracia. El experto en educación Julián de Zubiría, director del Instituto Merani, dice que «los jóvenes no confían en sus instituciones democráticas ni en sus partidos políticos y creen mágicamente que un dictador resolverá los problemas económicos y sociales. No saben que las dictaduras violan los derechos humanos, restringen las libertades y son el principal caldo de cultivo para la corrupción». «Eso pasa porque no hay educación política de calidad brindada por los medios masivos de comunicación, las familias, los colegios y las universidades».

La solución está en modificar nuestra cultura ciudadana. «La responsabilidad de esa crisis ética es de los mayores y no de los jóvenes» dice Julián de Zubiría del Instituto Merani. «Ellos ven a sus padres pagarles sobornos a los policías de tráfico, evadiendo impuestos y comprando cosas robadas o de contrabando. Por ello, se han connaturalizado con la corrupción y la ‘cultura del atajo’ se ha impuesto».

La solución es pop & cool. Según El Tiempo, la psicóloga de familia María Elena López dice que la posición de los jóvenes frente a la corrupción refleja un poco las características de los millennials. «Es una generación con enfoque muy individualista y egocéntrico que busca satisfacer sus propias necesidades, sin tener muy en cuenta la vida social y democrática». Entonces, hay que imaginarse una sociedad más solidaria con menos capitalismo y más comunitarismo.

Y puede haber muchas explicaciones y soluciones. Por ejemplo, que el estudio fue hecho en sociedades muy de derecha, de tradición hipercapitalista y modelo económico «sálvese quien puede» como son Chile, México, República Dominicana, Perú y Colombia. En estos cinco países se ha vendido que menos Estados y menos derechos sociales significa más crecimiento y eficiencia privada.

También, les ha faltado proyectos de índole más socialista y progresista que crean y fortalezcan el Estado y amplíe los derechos de los ciudadanos. Entonces, no es tan raro que en estas sociedades del capitalismo puro y duro y caridad cristiana triunfen las opiniones autoritaristas al estilo Uribe (Colombia), el PRI (México), Fujimori (Perú), Pinochet (Chile) o Danilo o Leonel (República Dominicana). Entonces, es la cultura política de nuestros países lo que explica el déficit de democracia, volver siempre a echarle la culpa a la educación o a los medios es la salida fácil.

Democracia y comunicación

En todo caso, la democracia anda mal de ánimo público. Y esto es grave porque la democracia es un ethos (modo de vida) pero también una emoción (un sentimiento y una pasión). Y los estilos de vida y las emociones son un «algo» que la comunicación y la cultura colaboran a producir o transformar. Si a la democracia le va mal es porque su narrador prioritario que es los medios, el periodismo y las redes han construido un relato de terror y desencanto con ella. El papel político de los medios y las redes en nuestra sociedad se puede describir en un tuiteo fácil de la siguiente manera:

#No hay política sin comunicación. Y todo comunica.

#Los gobiernos COMUNICAN, pero también deben GOBERNAR.

#LOS MEDIOS NO GANAN ELECCIONES, PERO DETERMINAN GOBERNABILIDAD

#Los medios siguen siendo una cuestión estratégica para la pragmática de la democracia porque son claves en la lucha por Relato de la Hegemonía Política y el Mercado de la Opinión Pública.

#Los medios y las redes son potentes porque crean modos de percibir e instituyen emociones sobre la democracia, la política, los derechos y los asuntos públicos.

#Las redes sociales «viralizadas» vías los medios construyen el TONO de la conversación social.

#Los medios y los políticos tienen un matrimonio extractivista: cada uno le «roba» al otro su riqueza y contaminan la democracia.

#Urgente: hay un divorcio entre medios y periodistas

#Más urgente: los medios son ACTORES POLÍTICOS militantes en sus amos políticos y empresariales.

Cultura política del siglo XXI

En un mapeo muy zapping hay que comenzar por las evidencias o los saberes ya construidos: no hay política sin comunicación, ni comunicación sin política; por eso, habitamos la efervescencia del Estado Comunicador, donde más que gobernar se comunica, más que politizar se mediatiza.

El énfasis está en las apariencias sin obras, en el discurso sin acciones, en el participar sin escucha ciudadana, en el control del discurso mediático con muy buenos resultados para Macri en Argentina o Uribe en Colombia. A eso hay que agregarle el desprestigio de los poderes judiciales y legislativos, la corrupción, los autoritarismos políticos, los debates jurásicos como el de la ideología de género o el castrochavismo.

Este espíritu anti-democrático, además, se adoba muy bien con prácticas de cultura política premodernas basadas en los beneficios de la familia, esos de los pactos mafiosos: primero mi familia y el Estado a su servicio. Todo se hace más contundente cuando los medios de comunicación dejaron de ser narradores críticos de la democracia y se convirtieron en actores políticos militantes en sus dueños y amos y abdicaron de hacer periodismo al dedicarse a «viralizar» posverdades (mentiras que si salen en los medios es porque el periodismo no se hizo cargo de lo suyo: verificar datos, decires, contextos, verdades) y a «pasar» los que dicen las redes, tanto que ahora la noticia es lo que dicen las redes, no la realidad.

Y para el postre tenemos que con las redes sociales cada individuo vive sus creencia y sus pequeñas batallas en WhatsApp con su familia y amigos con lo cual pierde de vista lo colectivo y estructural de la vida pública.

En este escenario, las elecciones se han convertido en un campo de prueba social que se practica cada tanto y poco significan, ya que hemos llegado al estado cínico de saber que toda la política es de posverdades, o sea, de contar y prometer lo que la gente quiere creer y escuchar para emocionarse.

Así llegamos a una sociedad de indignados contra todo pero que no hace nada con tal de no perder el pequeño confort capitalista, una sociedad aburrida con la vida pública y emocionada con la vida privada, una sociedad decepcionada de la democracia.

Este mapa maniqueo y generalizador que hago ha llevado a que la democracia sea un producto sin identidad, marca, valor, ni sexitud. La democracia se ve como una especie del mundo jurásico en sus instituciones, partidos, derechos, argumentos, periodismo, medios. Así hemos llegado a una sociedad que exige más Trump, Macris y Uribes (democracia entretenida, celebrity y ceocrática) y menos Fideles y Lulas; menos onegismos, hipismos y movimientos de lo políticamente correcto y más de lo evangélico, autoritario, millenial, cool & pop. Se pasa de los partidos, los políticos y las ideologías de modelos de sociedad a los personismos, las celebrities y las ideologías del yo o la revolución de las formas y las catarsis de las apariencias.

Más que ideologías, cruzadas morales llamadas IDEOLOGÍA DE GÉNERO (o con mi familia o mis hijos no se metan, una ideología de ética sexual) o cruzadas contra CASTROCHAVISMO (que invocan el terror para no convertir a Chile en Chilezuela, Colombia en petrochavista, México en Mexizuela…), por el NEOLIBERALISMO (cada uno es dueño de sus destino capitalista y sus derechos sociales) y lo CONTRACULTURAL (lo cool es criticar el consumismo y el capitalismo vía el consumo y el capital: ¡una genialidad del mercado sin política!).

La fórmula es simple: Contra los demonios (la ideología de género y el chavismo), por el liberalismo radical (el yo) y en actitud contracultural (somos buenistas de aspiraciones elementales como la alegría y la esperanza). Lo maravilloso es que con «esto» basta para ganar las redes, los medios, la conversación cotidiana y las elecciones. Amén.

La paradoja

Y toda la cruzada antidemocrática es pro-empresa privada y para celebrar al yo consumista sin comunidad. Y esta batalla es comunicativa porque vende e instituye estilos de vida. Ahí es que la comunicación es más política porque es clave porque trabaja sobre la emocionalidad y los sentimientos que determinan el modo de estar juntos. Y la democracia es el modo más humano que hemos inventado para estar juntos celebrando la diversidad y promoviendo los derechos colectivos. Aquí se propone dos jugadas y una actitud para volver a re-encantar con la democracia vía la comunicación.

La actitud es sacar el fan, el hincha, el groupie democrático que llevamos dentro y lo pongamos en acción. Estamos jugando en cancha inclinada por los intereses privados y del statuo-quo, jugamos de visitantes, el árbitro está comprado, los narradores están comprados… y ahí tenemos que jugar el partido de defensa de la democracia, el pueblo y otros modos de vivir más colectivos. Más que de contenidos es de estilo, estética, narrativa y modo de jugar. La actitud es volver sexy la democracia.

Jugada narrativa. Para comprender el papel de las redes y los medios en la producción de la democracia hay que echar mano menos a la teoría política y más al saber melodramático (referente popular) y pop (entretenimiento y espectáculo); tenemos que conectarnos con los modos de sentir, comprender e interpretar de la gente: y la gente sabe de telenovelas (modos populares) y mundos del entretenimiento (modos pop).

Jugada ética. La comunicación pone en evidencia cómo la política es fusión de prácticas premodernas (familia, tradición y propiedad) con actitudes cool & pop (conspiraciones, decepciones de la política, privilegios del yo y la ceocracia). La política debe partir de la escucha al ciudadano para construir agendas en relación con su sentimientos y actitudes en su vida doméstica.

En este contexto es que se juega «la paradoja democrática” ya que en las redes y los medios se juega no solo la gobernabilidad y el tono de la conversación social sino que pone en evidencia nuestros deseos (más diversidad, más pluralidad, más derechos) y nuestras miserias (manipulación, posverdades, capitalismos). Los medios de comunicación y las redes digitales (YouTube, Twitter, Facebook, Whatsapp, Instagram, Snapchat) sirven para que los ciudadanos, los partidos políticos alternativos y los movimientos sociales puedan existir públicamente.

El asunto es sobre cómo ejercer la libertad de expresión y la gestión de los derechos ciudadanos, al mismo tiempo que la catarsis e indignación pública. Pero el poder de los medios y las redes digitales no es total pues son la institución leve más importante de nuestro siglo xxi pero no constituyen, todavía, un movimiento social y depende para su éxito político de la vieja institucionalidad (medios, partidos políticos, poderes legislativo, judicial y ejecutivo).

La paradoja está en que mientras medios y redes actúan sobre la velocidad, la democracia y la política se hace en la lentitud: dos temporalidades, dos modos diferentes de habitar la sociedad. Las redes hacen política polinitizando al convertir el ciudadano en parte de un enjambre que zumba-pincha-pica-hincha. Necesitamos urgentemente que la política y la democracia zumben, pinchen, piquen e hinchen.

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Este artículo es producto de la alianza entre democraciaAbierta y CeroSetenta.


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