Crónica
NUSO Nº 248 / Noviembre - Diciembre 2013

Honrar a Dios… con tarjeta de crédito o efectivo. El auge evangélico en Brasil

El aumento aluvional de la población evangélica en Brasil (y en América Latina) constituye uno de los fenómenos más importantes de las últimas décadas. El peso económico de los pastores fue creciendo en paralelo a su influencia religiosa, a la que se sumó más tarde su peso político, que incluye a varios parlamentarios. Esta crónica da cuenta del funcionamiento de esta «teología de la abundancia» que cada domingo atrae a millones de personas en todo Brasil –un país que vive profundas transformaciones sociopolíticas– y que puede dar lugar tanto a iglesias ultraconservadoras como a iglesias para gays... o para surfistas.

Honrar a Dios… con tarjeta de crédito o efectivo. El auge evangélico en Brasil

Palomitas, maní, papas fritas a tres reales, hot dogs, pamoña, carne louca, chicles y caramelos. En la suntuosa entrada al templo evangélico hay una escalinata amplia y bastante iluminada. No parece exactamente una iglesia como las que conocemos los occidentales, y ni siquiera los orientales. Es un edificio con grandes ventanas fumé, vidrios oscurecidos y rejas en la puerta. Con estacionamiento para los fieles. Y guardias de seguridad en la puerta. Son tres, y te saludan al entrar. Dios te bendiga, hermano. Apenas ingreso, veo una fila. Enseguida advierto que es para la guardería. Las familias que tienen hijos y quieren asistir a la ceremonia sin que las perturbe el llanto de su bebé, pueden dejarlo al cuidado de las niñeras. Si tu hijo llora o necesita algo, te llamarán por la pantalla. 11, 32 y 07, por favor presentarse en la guardería. Todos miran hacia la pantalla.Hay un clima festivo. La gente está bien vestida: los hombres, de traje y corbata; las mujeres, de taco alto. De fondo ya suena la música, y el templo, con capacidad para 5.000 personas, está casi lleno. Algunas mujeres de negro, con flores moradas y rojas en la solapa, ayudan al público a encontrar sus asientos. Como en un concierto sinfónico o un gran espectáculo con butacas numeradas, ellas acompañan al recién llegado hasta donde haya sitio. Si no hay lugar abajo, donde el escenario está más cerca y el público deja bolsas u objetos sobre las sillas vacías para reservarlas, arriba está la galería, también casi completa. Se puede llegar allí por las escaleras de incendio, donde pastores bien educados abren las puertas y te indican el camino, además de darte la bendición. En el tercer piso del templo, a una altura vertiginosa, quedan pocos lugares libres.

Para los que están sentados lejos o en la galería, como yo, y no quieren perderse detalles de la ceremonia, hay una pantalla gigante con definición perfecta. Los focos iluminan el escenario, donde una orquesta ya está lista para tocar acompañada por un coro, además hay una banda con batería, órgano, piano, percusión, violines y otros instrumentos. El escenario está lleno. A la derecha hay sillas de cuero que albergan a más de 30 pastores, todos hombres. Hay tres mujeres, tres esposas de pastores importantes. Una de ellas es pastora. La mayoría de los pastores usa ropa de colores oscuros. Solamente el pastor que predica está de traje gris claro, camisa rayada, corbata y pañuelo color rosa.

Y para quien no pueda desplazarse por la ciudad o por el país, hay una enorme estructura de transmisión del culto en vivo por radio, internet o televisión. En el sitio web de la iglesia es posible seguir las predicaciones 24 horas por día, todos los días de la semana. Durante la ceremonia, pasan pastores y pastoras por los corredores, con máquinas para tarjetas de crédito y débito. Banderas de Brasil, de San Pablo y de otros estados decoran el escenario y el auditorio, dispuestas en forma de medialuna.

Me siento entre una pareja y una muchacha muy jovencita. Después descubro que la mujer concurre asiduamente, pero su marido viene por primera vez. La joven a mi derecha también ha venido por primera vez. Ya comienza el culto. Son tres horas de ceremonia. Muchas alabanzas se hacen cantando. El pastor habla, pero la primera hora y media se dedica prácticamente por entero a la música. En el escenario se alternan grupos de cantantes, de buenos cantantes: hombres, mujeres y adolescentes.

Durante esa hora y media, el hombre a mi lado ya se emocionó varias veces. Su mujer se ve orgullosa. Después, el pastor comienza a hablar de la dádiva y el diezmo. Explica el principio de la honra. Honra al Señor sobre la base de tu renta y habrá abundancia. Repite. Honra al Señor sobre la base de tu renta y habrá abundancia. El principio de la honra –explica– consiste en poner a Dios en la posición defensiva. Cuando honras a Dios, él está amarrado a su palabra y tú dejas a Dios en deuda contigo. Dentro de esa lógica, continúa, la prosperidad económica no es acción de Dios. Es reacción. Todos repiten: Solo honra quien tiene honra. Después, el pastor da un ejemplo de un fiel que pudiera cuestionar la dádiva y el diezmo. «Pero, pastor, yo no puedo honrar a Dios con el diezmo o con la dádiva, porque la honra es actitud y una dádiva o un diezmo no son actitudes». Y él mismo responde: «Pero la honra a Dios [con el diezmo] no es lo financiero, sino la actitud. Y Dios exige nuestra actitud».

Todos repiten: Solo honra quien tiene honra. En ese momento, oigo que alguien a mi lado dice: «¿Crédito o débito?». Pregunto al joven que está pasando la tarjeta: «¿Cuánto es el diezmo?». «El diezmo», me explica, «es solo para quien pertenece a la congregación, para quien frecuenta la iglesia. Usted, que no frecuenta la iglesia, solo puede ofrecer una dádiva. Pero el diezmo es el 10% del salario». «¿Y cómo sabe la iglesia cuál es el 10% del salario de la gente?», pregunto. «Eso lo dice su conciencia», responde él. La mujer a mi lado deja un valor en especie dentro de la bolsa azul que pasa por las hileras.

Y el pastor continúa. «No me voy a quedar aquí dos horas hablando de dinero con ustedes. Ustedes no son tontos a los que yo necesite amenazar para que den dinero. Si no quieres hacer tu dádiva, yo no te voy a maldecir. Pero solo honra quien tiene honra. Y tú te pierdes una gran oportunidad de ser bendecida». Las dádivas se hacen en el escenario y también se pasan tarjetas y bolsas azules por las hileras que están más lejos. Bendice a los diezmistas, dice el pastor. «Entreguen sus dádivas aquí adelante», dice el pastor. Y todos responden «amén».

Suena la trompeta. Repitan, fieles, mi nombre será llamado. Y todos cantan: Por calles de oro andaré, el río del trono tocaré. Y todos hablan con quien está a su lado: el novio va a llevarte en presencia del padre. Este es el momento de la gloria. Para todos los que están allí, es hora de encontrar el cielo. Después del prenuncio y después de pagar la factura, todos entran en el cielo. Están todos invitados. Le pregunto a la joven que está a mi lado si pagó el diezmo. Ella me explica que solo entregó una dádiva –un valor definido por el fiel– y que lo hizo pensando en la estructura que ofrece la iglesia: estacionamiento, guardería, ascensor…

«Pero», dice el pastor con súbita gravedad, «no esperes vivir el cielo en la tierra». En tono apocalíptico, por momentos risueño, habla sobre las aflicciones que todos conocen –el cuñado molesto o la suegra pesada– y asegura que hasta en la iglesia hay muchos problemas. Según el pastor, solo el Espíritu Santo consuela. Repitan: Aquí en la tierra no hay cielo.

Y afirma: Ser creyente no es ser estúpido. Aquí en la tierra, dice, el patrón es iracundo, el cuñado es complicado. La enseñanza de la resignación, pienso. El pastor comienza a hacer una defensa de la familia y del mantenimiento de los secretos, que solo se cuentan al profeta. En el momento de la comunión, sus auxiliares distribuyen una rodaja de pan de molde y un trago de vino (dulce) en recipientes de plástico con tapa. Cada uno abre su recipiente y comulga en su asiento, ya que el traslado hasta el altar puede demorarse bastante.

Aleluya, hermanos, aleluya, y oímos aleluya, hermanos. La música vuelve a sonar y me invade una sensación de incomodidad. Cuando termina la ceremonia, intento conversar con un pastor, pero él me deja esperando y yo desisto. La conversación no habría tenido una motivación sincera, ya que a mí me interesaba cuestionar el destino del dinero y hablar sobre los gays. Entonces opto por irme.

A la salida, busco a alguien que me indique cómo volver. Encuentro a una mujer de unos 40 años, simpática, solícita, que me guía hasta la parada del bus. Le pregunto por el diezmo. Ella me dice que lo paga. Me cuenta que todos sus pedidos son escuchados y que el diezmo es bendito. El pago del diezmo no parece incomodarla. Tampoco se la ve preocupada por el destino del dinero. Dice que es bueno obedecer a Dios.

Me pide el teléfono, me dice que es Dios quien quiere que ella converse más conmigo. Debe de haberme visto perdida, hablando sobre dinero. Llega el bus y yo me subo. Estamos en pleno periodo de manifestaciones en San Pablo. La tarifa ha vuelto a costar tres reales en lugar de tres con veinte, como querían el municipio y el gobierno. Todos los que viajan conmigo han salido recién de la iglesia. Parecen tranquilos, apaciguados. Me quedo pensando en que el apaciguamiento es un buen sentimiento. Pero me pregunto si estas personas protestan por las cosas que las incomodan. ¿Irían a una manifestación a protestar por el precio del transporte? Me inclino a pensar que no. Tal vez acepten, resignadas, el aumento del pasaje.

Bajo del bus con la necesidad de reencontrarme (conmigo misma) y pensar acerca de todo lo que ocurrió. Me siento en el Sujinho, un bar que, por su nombre («suciecito»), me parece difícil que frecuenten mis ex-compañeros de viaje. Pido un aguardiente y una cerveza. Y un tentempié de pan con pasta de repollo, porque no como carne.

Y comienzo a escribir esta crónica.

Comienzo a escribir desde la óptica de una mujer de clase media, que vive en la zona oeste de la ciudad. Que viaja en transporte público por elección, que participó en las manifestaciones de junio y que tiene serios cuestionamientos sobre la existencia de Dios. Escribo desde la óptica periodística, desde la óptica de quien estudió para intentar dar cuenta de los hechos a través de las palabras. De quien necesita responder cinco preguntas (qué, dónde, cuándo, cómo y quién) para comenzar a pensar en un texto. Escribo desde la óptica de quien toma cerveza y paga caro por hacerlo, en una ciudad donde una botella cuesta ocho reales. A los 35 años, todavía no sé si creo en la vida eterna o en la finitud. Entonces, no cabe duda de que yo no soy alguien a quien se pueda convencer de que pague una parcela en el cielo. ¿Por qué lo haría?

Al conversar con el doctor en Ciencias Sociales Edin Sued Abumanssur, también profesor en el programa de Posgrado en Ciencias de la Religión de la Pontificia Universidad Católica de San Pablo (PUC-SP), mi pensamiento da un giro.

Le cuento el curso de mis pensamientos. Fui a presenciar el culto con el alma libre de preconceptos, como una página en blanco. Porque existe un preconcepto, sobre todo en esa clase media intelectualizada que estudió en universidades de izquierda. Y yo me emocioné en muchos momentos durante la ceremonia. En especial, al oír esos cantos tan bonitos, tan envolventes. En ellos hay una entrega conmovedora. Existe una fuerza en la fe que me llega a pesar de mi escepticismo. Cuando veo a los peregrinos, cuando voy a Aparecida del Norte, cuando recibo una bendición o cuando converso con un preto velho del umbanda, siento que detrás de todo eso hay una fuerza inmensa. Alguien que se arrodilla para orar ofrece una imagen de entrega. Porque hay «algo» de lo que la realidad no da cuenta. ¿Existe una respuesta que no llega? ¿O tal vez hay una pregunta que no ha sido hecha?

Invirtiendo inesperadamente la relación de la entrevista, Abumanssur me pregunta por qué me sentí incómoda al final del culto. Le digo que la insistencia del pastor en hablar del diezmo y aquellas máquinas para pasar la tarjeta de crédito me hicieron pensar que no está bien mezclar el dinero con la fe de forma tan deliberada. Él dijo también que la mujer que me ayudó a encontrar la parada del colectivo me había dado la clave de la respuesta, pero que yo aún no sabía cuál era.

«Pues bien», dice el profesor. «Lo que hacen los evangélicos es una de las actividades más tradicionales y antiguas de la humanidad. Es una relación contractual como las que se entablan con santos y orixás. Todo en la religión pasa por un contrato». Pensándolo bien, ¿qué son las ofrendas?, me pregunto. ¿Qué son esas macumbas con vino y animales muertos que aparecen en las esquinas de la ciudad?«En este caso [el de los evangélicos], el sacrificio está monetizado, pero no deja de ser un sacrificio», explica. «Es un trueque: hago algo por la divinidad y ella me lo retribuye». Abumanssur dice también que hay una «espiritualización del dinero», de modo que para los fieles es indiferente lo que el pastor haga con sus contribuciones. «Los fieles sienten que le están dando dinero a Dios, no a la iglesia».

Según datos del Instituto Brasileño de Geografía y Estadísticas (IBGE), recabados en el Censo de 2010, 22% de la población brasileña es evangélica: un total de 42 millones de personas sobre un universo de 201 millones de brasileños. Por otra parte, los católicos representan el 64%. Si bien conserva su mayoría, la Iglesia católica está perdiendo espacio. Mientras la cantidad de evangélicos aumentaba en 61,45% a lo largo de diez años, la comunidad católica sufría una merma de 1,3% en el índice de fieles durante el mismo periodo. El número de fieles evangélicos aumentó de 26,2 millones en el año 2000 a 42,3 millones en 2010. Los católicos eran 123,3 millones en 2010, pero en el relevamiento de 2000 habían totalizado 124,9 millones.

De acuerdo con José Eustáquio Diniz Alves, profesor de la Escuela Nacional de Ciencias Estadísticas del IBGE, una de las razones que explican ese incremento en la cantidad de evangélicos es la adhesión entre los grupos de mayor crecimiento demográfico, como los jóvenes y las mujeres en edad fértil, mientras que el catolicismo aún mantiene la hegemonía entre la población de mayor edad. Pero eso no es todo. Los evangélicos, según este experto, «adaptan el discurso a medida». «Hay una iglesia para surfistas, hay una para gays y también hay una iglesia que está radicalmente en contra de los gays». O sea, como hay para todos los gustos, es posible llegar a los más diversos públicos del país. Además –señala el profesor–, los evangélicos también son más activos desde el punto de vista financiero para mantener sus afiliaciones. En una encuesta divulgada por el Instituto Datafolha en vísperas de la llegada del papa Francisco a Brasil, 34% de los católicos declaró que acostumbraba hacer contribuciones económicas a la Iglesia. En el grupo de los evangélicos, los que dijeron contribuir regularmente ascendían a 52%.

Muchas de las razones que explican el aumento en el número de fieles se vinculan a la diversidad de la Iglesia evangélica. En San Pablo ya se inauguró la primera iglesia dirigida específicamente a los gays. Formada por dos pastores unidos en matrimonio, la Iglesia Cristiana Contemporánea abrió una sede en abril de este año en Tatapué, zona norte de la capital paulista. Esta iglesia defiende los derechos de los homosexuales, incluido el derecho a la adopción. Con el eslogan «Llevando el amor de Dios a todos, sin preconceptos» y el título de «teología inclusiva», la iglesia fue fundada por el pastor Marcos Gladstone en 2006, en Río de Janeiro, y ha crecido a lo largo de los últimos años con representantes en diversos estados. El matrimonio de pastores que la abrió en San Pablo tiene dos hijos, de nueve y diez años respectivamente. Ya hay seis unidades de la Iglesia Cristiana Contemporánea, en Río de Janeiro, en Belo Horizonte y ahora en San Pablo. En la capital paulista, esta nueva congregación va a competir con la Comunidad Ciudad de Refugio, dirigida por una pareja de pastoras lesbianas.

Además de la comunidad gay, los surfistas también tienen su propia iglesia. El portal de la iglesia Bola de Neve exhibe en su sitio web una foto de su padre, el Apóstol Rina, con una biblia en la mano sobre un fondo de mar, olas, sol y una tabla de surf. En el texto de presentación del sitio se cuenta que el apóstol sintió dolores muy fuertes después de una hepatitis y tuvo una «experiencia personal con Dios» que lo llevó a crear una reunión «descomprometida», pero que necesitaba un nombre. «La Bola de Nieve iba rodando en dirección a Dios, cumpliendo con su papel», dice el texto. Quienes pasan frente al auditorio Olympia quizá no imaginen que allí ya no se presentan artistas internacionales ni grandes figuras de la música brasileña. Yo misma asistí a varios shows: por mencionar solo algunos, Marisa Monte, Faith No More, Alanis Morissette. Ahora el espacio fue tomado por los surfistas de Dios. Y esta iglesia cuenta con un patrocinador de peso: el dueño de la destacada marca comercial de surf HD, Hawaiian Dreams, que apoya a la congregación. La plancha de longboard terminó convertida en un púlpito donde el pastor coloca su biblia y celebra el culto para los jóvenes creyentes.

Vestida de traje gris y camisa roja, la pastora imposta la voz para predicar en la iglesia Comunidad Ciudad de Refugio, localizada en la avenida São João, en el centro de San Pablo. Con la promesa de abrir una nueva sede en Campinas, la pastora dice, trasmitida en vivo por internet y a través de tres pantallas colocadas en el espacio de la iglesia, que «no quedaremos estancados, no pararemos. Cuando se levante la nube, caminaremos bajo la nube hacia lo que el Señor preparó para nuestras vidas». «Queremos que nos impacte su gloria y su presencia, en nombre de Jesús». El público está formado por hombres y mujeres, en su mayoría jóvenes. Esta congregación defiende la teoría de la teología inclusiva, que coloca bajo otra perspectiva las nociones según las cuales la Biblia supuestamente está en contra de las prácticas homoafectivas. Formada por Lanna Holder y Rosania Rocha, la iglesia se expande y gana nuevos adeptos.

La cuestión gay es un asunto candente en Brasil. La elección de Marcos Feliciano para presidir la Comisión de Derechos Humanos y Minorías de la Cámara de Diputados hizo subir la temperatura en la prensa y en la Cámara, repercutiendo incluso en las manifestaciones que han estallado en todo el país. Con pancartas que dicen «Fuera Feliciano» o «Feliciano no me representa», muchos manifestantes se opusieron a la presencia del diputado evangélico en la comisión. Los artistas hicieron «besatones» públicos, muy difundidos por la prensa. Sin embargo, el clamor popular no llegó a alterar la agenda. Feliciano responde que él logra reunir a 100.000 padres de familia y llena el auditorio durante sus ceremonias. La Marcha para Jesús, evento anual que coincide temporalmente con la Marcha del Orgullo gay, convocó en 2013 a más personas que la Parada: dos millones de personas, según la organización. La Parada Gay de San Pablo, que supo ser la más grande del mundo, disminuyó 18,5% este año con su convocatoria de 220.000 personas, muy por debajo de su promedio. Solo el tiempo dirá si la razón de la desbandada fue la lluvia o el clima frío.

Marcos Feliciano, sin embargo, sabe que no es querido por gran parte de la población brasileña. Defiende férreamente a la familia brasileña diciendo que su lucha contra la militancia gay lo transformó en un héroe. En su biografía consta que se aproximó a la Iglesia evangélica a causa de las drogas. En las redes sociales no cesan de aparecer sátiras sobre su figura, mientras miles de internautas comparten fotos suyas en las que se lo muestra como un gay reprimido. Feliciano fundó su propia iglesia, llamada Catedral del Avivamiento, en el seno de la Asamblea de Dios. Creó el proyecto de la «cura gay», también muy criticado y polémico. De más está decir que su objetivo es la Presidencia de la República, pero él aún no ha declarado públicamente cuándo será candidato. A pesar de su impopularidad entre parte de la población, Feliciano mantiene su cargo parlamentario y presenta como respaldo la «bancada evangélica», término refutado por algunos especialistas. «No existe una bancada evangélica», dice Abumanssur. «Si hacemos las cuentas, veremos que 63 de los diputados y senadores son evangélicos y constituyen 15% del Congreso Nacional. Considerando que los evangélicos de Brasil representan 22% de la población, no existe toda esa representatividad que aduce la prensa», explica Edin. Y concluye: «Hay evangélicos de izquierda y de derecha; es un conjunto muy diverso».

Pero Feliciano está lejos de quedar fuera de las polémicas. Dos hechos recientes reavivaron la discusión en torno de su figura. En septiembre de este año, el pastor hizo arrestar a dos chicas que se besaron durante una de sus ceremonias en San Sebastián, una localidad del litoral paulista, en protesta por su proyecto de la «cura gay». Joana Palhares, de 18 años, y Yunka Mihura, de 20, fueron detenidas, esposadas por agentes de la Guardia Civil Municipal y trasladadas al 1º Distrito Policial de San Sebastián. Una de ellas denunció agresiones. En agosto, durante un vuelo que iba de Brasilia a San Pablo, un grupo de jóvenes vio al diputado y le cantó el tema «Robocop Gay», de la banda Mamonas Assassinas. Los jóvenes grabaron un video y lo compartieron en las redes sociales. Feliciano no reaccionó en el momento del incidente, pero después escribió en Twitter: «Al despegar de Brasilia, unos diez gays me acorralaron; dos vinieron hasta mi asiento cantando una canción bizarra». Feliciano rebatió la acusación de estar contra los gays: «Estos ciudadanos pusieron en riesgo la seguridad de los pasajeros. Quieren respeto, pero no respetan. [...] Y hacen lo mismo con cualquier persona que disienta con sus prácticas. Que Dios nos guarde. No estoy contra los gays. ¡Soy defensor de la familia natural!». La canción, popularizada en la década de 1990, dice en el estribillo: «Abre tu mente / el gay también es gente / el bahiano dice oxente / y come vatapá (…) y hoy estoy tan eufórico / con mil pedazos biónicos / ayer era católico / ay, hoy yo soy un gay».

Feliciano replica con su eslogan: «Mi nombre es Feliciano; soy candidato al Senado. Usted me conoce. Lucho por la familia, quiero defender a sus hijos y a sus nietos. Si usted está a favor del aborto, no vote por mí, porque yo estoy a favor de la familia».

Por otra parte, el ascenso de los evangélicos hizo «despertar» a la Iglesia católica. Así lo afirmó don Raymundo Damasceno Assis, arzobispo de Aparecida y presidente de la Conferencia Nacional de Obispos de Brasil (CNBB). De acuerdo con él, la Iglesia católica se ha «dejado estar». «Puede ser que el crecimiento del movimiento neopentecostal nos haya hecho despertar, abrir los ojos a nuestra verdadera misión», señaló, destacando el aumento en la calidad de los católicos. «Los practicantes son mucho más coherentes y practican su fe con mayor convicción. Eso es muy positivo».

La discusión no tiene visos de concluir, ya que Brasil pasa por un momento histórico de cuestionamientos institucionales. Las manifestaciones siguen después de cinco meses y no hay indicios de que vayan a cesar. Hay huelgas de bancarios, de profesores, de trabajadores del metro. Hay manifestaciones de diez a miles de personas. La pujanza económica generó ciudadanos cuestionadores y pensantes. El desamparo de la población es grande: en los servicios, en los hospitales, en la educación, en la estructura de transporte. La religión llega para amparar, para brindar refugio ante una realidad que es cada vez más implacable, violenta e insegura. Todas las clases sociales están implicadas, y todos viven en burbujas, ya sea en sus casas, oficinas, autos, shoppings o cines. El espacio público es una pelea por un lugar en el que se bate un récord tras otro de congestión vial. Mucha gente desiste de salir de su casa, incluso para divertirse, a causa del tránsito. El clima previo al Mundial de Fútbol y a las Olimpíadas está tenso. El estribillo «Imagina [cómo será] en la Copa» ya forma parte del habla cotidiana. La burbuja inmobiliaria explotó; aumentaron los precios de los alquileres, la comida y el supermercado. Hay empleos, pero hay mucha insatisfacción. Los gobernantes comenzaron a escuchar la voz de la calle después de años de interlocución inactiva. Todos parecen preguntarse: ¿y ahora?

Pero volvamos a mi sencilla experiencia. Como formo parte del 8,2% de la población que se dice «sin religión», me quedo tratando de entender qué significa todo eso. La mujer que me ayudó a encontrar la parada del colectivo terminó por dar respuesta a algunas de mis preguntas. A ella realmente no le preocupaba qué se hacía con su dinero. Lo que le importaba era que su lista de pedidos fuera atendida. La mujer me llamó una semana más tarde para preguntarme si había llegado bien a casa. También me invitó a una próxima ceremonia. Probablemente sea un gran orgullo llevar a alguien al culto, más aún si se trata de un escéptico que llega cuestionando todo. Pero yo no podría hacer eso. No le daría la menor oportunidad de convertirme, así que mejor ni comenzar. Mi dádiva es pequeña y dura poco. Tengo razones personales para haber cuestionado la fe hasta este punto. Entonces, pido disculpas a la compañera de culto y a cualquier religión, pero no tengo fe para vender. Mi fe vale una vela.


En este artículo
Este artículo es copia fiel del publicado en la revista Nueva Sociedad 248, Noviembre - Diciembre 2013, ISSN: 0251-3552


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