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NUSO Nº 216 / Julio - Agosto 2008

Fotos de Cuba

Fotos de Cuba

I.

Hace unos días me llegó un correo electrónico en el que un remitente para mí desconocido me invitaba, junto con otras decenas de destinatarios, a sumarme a una peculiar votación. A alguien, creo que en un país de Europa, se le había ocurrido la muy peregrina y absurda idea de llevar a «referéndum» electrónico la selección de la bandera nacional más hermosa del mundo. Quien enviaba el mensaje comentaba que, en ese momento, la bandera cubana estaba en el segundo lugar mundial de preferencias (¡!) y que, para llegar al sitio de honor más que merecido por nuestra bandera, resultaba necesario que todos los cubanos radicados en todas las partes del mundo enviaran su voto –claro, por la bandera cubana– a una determinada dirección electrónica.

Sin duda, al entusiasta remitente de aquel mensaje no parecía importarle demasiado que aquella votación no tuviese pies ni cabeza; tampoco que sumados los que viven en la isla y los que andan por la diáspora, los cubanos no seamos más que unos doce, trece millones de personas; y menos aún que de los once millones que viven en el país, solo un pequeño por ciento tiene acceso a correo electrónico y un por ciento ínfimo a internet. Se le olvidaba también (pienso yo) que, en una votación tan desquiciada como la propuesta, nada teníamos que hacer frente a chinos, rusos, norteamericanos, hindúes o brasileños si a estos les daba por emitir su voto: para él lo único importante era dejar bien claro que la bandera más bella del mundo era la cubana, que todos debíamos votar por ella y cerraba su mensaje con una exhortación: «¡Viva Cuba, carajo!». II. No deja de resultar curioso que medio mundo ande muy preocupado con los «cambios» que se están produciendo, se deben producir o se producirán en Cuba. La noticia de que los ciudadanos cubanos al fin pueden alojarse en los hoteles de su país, contratar libremente líneas de teléfonos celulares o cambiarse de sexo por intervenciones quirúrgicas provoca una conmoción capaz de robar atención a guerras, elecciones presidenciales o desastres naturales que afectan a cientos de millones de personas. Y es que todo, o casi todo lo que proviene de Cuba, es noticia. Dentro de la isla, sin embargo, muchas de esas noticias ni siquiera llegan a los periódicos y la gente, cuando las conoce, es por la eficiente e imparable Radio Bemba, el sistema de comunicación alternativa, boca a boca, que los cubanos han debido perfeccionar en estos años gracias a que poseen el sistema de prensa escrita, radial y televisiva más elusivo que alguien pueda imaginar (elusivo es solo uno de los calificativos posibles).

Pero la vida cotidiana de los cubanos es tan compleja en sus entramados, está tan llena de singularidades e incongruencias que pocas veces la prensa internacional que intenta reflejarla puede llegar a rozar sus dramáticas interioridades, entre otras razones porque ni siquiera para los cubanos que vivimos día a día esa realidad cotidiana resulta factible encontrar ciertas respuestas. ¿Un ejemplo? Nadie ha podido explicar, con toda exactitud, cómo es posible que los cubanos no mueran de hambre, anden por lo general dignamente vestidos, y además algunos de ellos inviertan miles de dólares en la celebración de la fiesta de los quince años de la niña de la casa y muchos otros «se hagan el santo» (iniciación religiosa afrocubana) que les cuesta también más de mil dólares, cuando el salario promedio de un ciudadano de la isla anda por los 20, 25 euros mensuales (cuando es alto) y una simple botella de aceite de soya cuesta dos de esos euros en los mercados en divisa.

¿Otro ejemplo? Se dice, oficialmente, que en Cuba no hay desempleo, más aún, que el país puede enorgullecerse de tener lo que se califica como «pleno empleo». Hoy, mientras trataba de darles forma a estas notas, debí ir a la cafetería del barrio, uno de los llamados Rápidos, a comprar un paquete de cigarrillos –ando en una lucha agónica por dejarlo. Son apenas las once de la mañana y en el Rápido había más de diez personas bebiendo cervezas (cuestan un peso convertible cubano, algo así como un dólar veinte centavos) y escuchando el ritmo atronador de un reguetón a cuyos compases se movían los dependientes. Mientras, en la calle parecía haber una manifestación: gentes comprando viandas en los puestos callejeros, una cola en la shoping (tienda que solo vende en divisas) pues se acerca el Día de los Padres, varias personas esperando autos de alquiler que cobran a diez pesos cubanos (medio dólar) el trayecto, gente hablando displicente y sonriente junto al muro de la iglesia o a la sombra de un flamboyán. ¿Dónde trabajan todas esas personas? ¿De dónde sacan el dinero para comprar lo necesario y hasta lo suntuario? ¿Todas viven del invento, el robo y la maraña? ¿Cómo puede un ser humano resistir más de un minuto el volumen del reguetón que se escucha en el Rápido de mi barrio y en todos los Rápidos, tiendas, establecimientos del país?

III. José Martí, el héroe nacional cubano, apóstol de la independencia, escribió a finales del siglo XIX que con la soberanía de Cuba del poder español e impidiendo el pretendido dominio norteamericano de la isla, los cubanos íbamos a «equilibrar» el mundo. Todo el mundo, el planeta entero.

Nunca he estado seguro –y creo que jamás lo estaré– de si se trata de una bendición o de un castigo, pero lo cierto es que Cuba arrastra la característica esencial de su desproporción. Desde los mismos orígenes históricos del país hasta la actualidad, la pequeña isla del Caribe señalada por su privilegiada y peculiar ubicación geográfica, forjada por la singular mezcla de sangres, culturas y religiones que se fundieron en sus campos y villas, y escogida por la historia para estar en el centro de algunos de los más trascendentes debates universales, ha debido afrontar, como nación, el destino de ser un espacio más grande que su territorio, y esa condición extraordinaria ha tenido sus consecuencias.

Que Cuba, entre las vastas, ricas y muy pobladas posesiones del imperio español en América, haya sido considerada la joya más preciada de la corona y que su pérdida definitiva haya significado para la antigua metrópoli uno de los traumas más conmovedores y recordados en la vida e historia española, de alguna manera indica que cierta condición especial destacaba a la isla. El hecho de que La Habana llegase a ser en el siglo XVIII una de las tres ciudades más ricas e influyentes de la América colonial y que, ya en la centuria siguiente, consiguiera el milagro de ser el territorio económicamente más potente de España y quebrara con ello la típica relación de dependencia colonial (según la tesis del historiador Manuel Moreno Fraginals), son elementos a tener muy en cuenta.

Pero si por esos mismos años la entonces llamada Fiel Isla de Cuba poseía en las Cortes españolas un lobby político y económico capaz de destituir gobernadores generales y promover leyes beneficiosas a la isla, también era capaz de dar a la agotada poesía española autores como José María Heredia, padre del romanticismo hispánico, o, a finales de siglo, al mismo José Martí y a Julián del Casal, promotores junto con Rubén Darío de la revolución poética del modernismo. Al mismo tiempo el país comenzaba un sistemático y conocido proceso de exportación de creaciones musicales y de ejecutantes hacia Europa, Norte- y Sudamérica. En pocas palabras: se empieza a hacer evidente que la relación de Cuba con la Historia estaba marcada por una intensidad que únicamente se puede calificar de desproporción.

Las huellas de lo que ha significado Cuba en la historia del siglo XX son demasiado recientes como para que sea necesario recordarlas todas. ¿Una isla del Caribe puede ser la patria de un campeón mundial de ajedrez, como el genial José Raúl Capablanca? ¿O la tierra de una bailarina como Alicia Alonso, un novelista como Alejo Carpentier, y del primer negro y latino en viajar al cosmos? Baste añadir el hecho muy conocido de que siendo uno de los países política, económica, social y geográficamente más cercanos a Estados Unidos, Cuba patentizó, en plena Guerra Fría, el carácter socialista de su revolución, fue la fruta de la discordia que estuvo a punto de desatar la Tercera Guerra Mundial en octubre de 1962 y ha sostenido, desde aquellos años, un diferendo de gran intensidad con el país más poderoso de la Tierra. El castigo por tal desacato cubano ha llegado al extremo de que sobre la isla se ha mantenido por casi medio siglo un embargo político y comercial norteamericano, mientras que, por obra y gracia del lobby cubano-americano de La Florida, EEUU ha debido soportar durante los últimos ocho años al presidente que, para muchos, ha sido el menos popular y atinado de la historia de esa gran nación.

IV.

Los cubanos, como el país, suelen ser gentes de todo o nada. En una discusión ningún cubano dice: «Yo opino de otra manera, yo creo que...». El cubano dice: «Estás completamente equivocado. Yo estoy seguro de que...». La desproporción nacional está tan metida en la sangre de la gente que hace unos días un comentarista de la televisión, al referirse a un convenio firmado entre China y Cuba, trataba de equilibrar las cosas y se refería a los dos países como «el gigante asiático» y «la mayor de las Antillas».

Los cubanos dicen que todos los secretos de la vida del país se resumen con un verbo: «resolver». En Cuba resolver es una filosofía, una actitud ante la vida, una realidad, una religión y una teleología. Todo se puede resolver, que es distinto a comprar, conseguir, obtener, merecer. Resolver es, en realidad, el arte de vivir en Cuba.

Para resolver se necesitan algunos ingredientes como: un amigo, poseer labia, saber comprar a quien se debe comprar, tener empeño y voluntad.

Las carencias entre las que han vivido los cubanos en el medio siglo de socialismo han tocado casi todas las esferas de la vida cotidiana. Pero esa vida no se ha detenido y, para seguirle el ritmo, la gente necesita resolver cualquier cosa: comida, una casa, ropa y hasta una serie infinita de necesidades intangibles que, por carencias o determinadas leyes, no son posibles de obtener del modo directo que establecen el mercado y la lógica en el resto de los países del mundo civilizado.

V.

Tal vez lo que más les ha complicado la vida a los cubanos de las últimas generaciones haya sido el hecho de vivir en la Historia. Durante muchos años cada congreso, reunión, acto, celebración, acontecimiento que se ha producido en la isla ha sido alegremente catalogado de «histórico». Por esa misma condición Cuba se ha proclamado el país más culto, el más solidario, el más internacionalista, etc., del mundo.

Como es fácil imaginar, vivir dentro de la Historia genera una tensión adicional a un país donde se debe «resolver» el día a día con un salario oficial que el mismo gobierno reconoce que no alcanza para vivir.

Uno de los más grandes retos históricos que asumió el país fue la creación del llamado Hombre Nuevo, el hombre del futuro que es el presente de hoy. Sin embargo, el gobierno cubano ha mostrado una gran preocupación por la corrosiva presencia de la corrupción en la sociedad actual: y en un país donde casi todo pertenece al Estado, la corrupción vive y crece en las propias estructuras estatales, entre las personas designadas y escogidas, casi siempre por sus méritos políticos, para dirigir el país en los diversos niveles de decisión y poder.

El renacimiento de la prostitución es una realidad evidente en los circuitos turísticos cubanos; las manifestaciones de violencia o de la llamada «indisciplina social» recorren el país y se manifiestan de los más diversos modos; la falta de educación formal, de respeto al derecho ajeno, la falta de solidaridad y hasta de humanidad con los semejantes, con los animales, con la naturaleza se repiten y se hacen visibles todos los días; la indolencia, el cansancio, la búsqueda del camino más corto para «resolver» son actitudes cotidianas de muchísima gente; el afán de «especular» (ostentar lo que se tiene, aunque sea fruto del robo y del «invento») recorre el espíritu de un por ciento notable de la juventud; día a día decenas, o cientos, de cubanos se lanzan a la aventura del exilio de los más diversos y hasta arriesgados modos. Todo eso ocurre en el mismo país donde la gente puede pelearse por comprar un libro o entrar a un cine, donde las funciones de ballet clásico se dan a teatro lleno y donde las personas pueden hablar en cualquier esquina de los graves problemas del cambio climático en el planeta...

«La vida es más ancha que la historia», escribió Gregorio Marañón. Y aunque en Cuba se pueda exhibir con orgullo una larga lista de logros sociales y humanos, el peso de la vida también ha arrastrado muchos sueños y nos ha enfrentado a una realidad en la cual el Hombre Nuevo no acaba de fraguar: al menos lo que veo con mis ojos, día a día, está bastante lejos de ser demasiado nuevo o mejor, al menos éticamente.

VI.

Luego de medio siglo de socialismo y después de haber atravesado la durísima crisis económica de los 90 (oficialmente presentada bajo el eufemismo de «Periodo Especial en Tiempos de Paz») Cuba parece salir de la Historia para entrar en la Normalidad: un estadio de coherencia en el que, antes de cocinar el pollo, se enciende el fuego, y no la histórica resolución de pretender cocinar el pollo sin fuego o, simplemente, la de comernos el pollo crudo porque se ha decidido comer pollo, con o sin fuego.

Las muy disímiles estrategias de supervivencia practicadas por la gente le han permitido salir viva, aunque marcada, de la dura experiencia que significó una crisis como la de los 90, en la que todo faltó, durante años, y se pusieron a flote las más conmovedoras manifestaciones de solidaridad junto a las más mezquinas actitudes y comportamientos ciudadanos.

Con la cercanía a la realidad que se entrevé en los cambios recientemente introducidos y los que se espera lleguen y normalicen un poco más la vida cubana, la gente siente que la presión de la Historia y de la ancestral desproporción cubana va bajando sus niveles y, a la vez, va coloreando ciertas esperanzas de que la vida cotidiana, esa única vida que tiene cada persona, sea un poco menos ardua.

Un camino largo y lleno de sacrificios, la sostenida tensión creada por tanta historia y desproporción nacional ha provocado un cansancio y un desgaste que la gente trata de mitigar buscando la normalidad: una cerveza, un reguetón y un poco de evasión puede ser la exigencia de muchas personas, quizás demasiadas personas, a las cuales ni les interesa ni les pasa por la mente la posibilidad de cambios políticos. VII.

Los periodistas que me entrevistan por mi trabajo literario siempre me hacen una misma pregunta (una interrogación que nadie le haría a un escritor mexicano, costarricense o argentino): ¿cómo ve usted el futuro de Cuba? Como aún no tengo ni nunca tendré la bola de cristal para predecir el futuro, mi respuesta, más sentimental que racional, es un deseo: tiene que ser mejor, les digo, porque los cubanos nos merecemos un futuro mejor.


En este artículo
Este artículo es copia fiel del publicado en la revista Nueva Sociedad 216, Julio - Agosto 2008, ISSN: 0251-3552


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