Opinión
noviembre 2017

Elecciones municipales en Nicaragua: la apuesta por la estabilidad

El Frente Sandinista se impuso en las elecciones municipales nicaragüenses. Mientras tanto, el gobierno de Daniel Ortega mantiene su eclecticismo financiero, comercial y diplomático como forma de garantizar la estabilidad. El país, sin embargo, manifiesta puntos críticos en áreas sensibles.

<p>Elecciones municipales en Nicaragua: la apuesta por la estabilidad</p>

La página web del Consejo Supremo Electoral (CSE) de Nicaragua exhibe el gráfico de pastel que muestra la abrumadora victoria del Frente Sandinista de Liberación Nacional (FSLN en las elecciones municipales del pasado 5 de noviembre: 68% del total de votos. En Managua, tradicional plaza fuerte, el FSLN figura haciendo acopio del 84% de los votos. Pero en áreas donde el voto es más disputado porque la política partidista se cruza con reivindicaciones étnicas, como en las regiones autónomas del atlántico norte y sur donde habitan los grupos indígenas más numerosos y más autoidentificados como tales, el CSE reconoce al FSLN cifras más mesuradas: 46% y 42% de los votos respectivamente. En todo caso, un volumen de votos más que suficiente para ganar en zonas de baja población y notable riqueza de materia prima, donde el control de los gobiernos locales permite negociar con las empresas extractivistas acuerdos para la explotación de los recursos mineros, madereros y pesqueros.

El FSLN entró a la contienda electoral con el control de 127 de las 153 alcaldías que tiene Nicaragua. Salió de los comicios con 135 municipalidades bajo su dominio, en unas elecciones que tuvieron el lustre legitimador de los observadores de la Organización de los Estados Americanos (OEA), fruto de un acuerdo que este año suscribió el Secretario General de dicha entidad con el gobierno de Ortega para establecer un proceso de saneamiento por etapas del sistema electoral nicaragüense que tiene como punto culminante las elecciones presidenciales del año 2021. Este año inició la cuenta regresiva hacia la meta de un sistema electoral imparcial, capaz de satisfacer a la oposición que ha impugnado los resultados de todos los comicios desde 2006.

La meta sigue titilando en el horizonte pero no parece más próxima. La oposición impugnó nuevamente los resultados. En esta ocasión no reclamó por votos robados sino por votos inventados, aduciendo el abstencionismo masivo que fue ampliamente documentado por los medios de comunicación independientes. Su versión de los hechos contrasta con los datos oficiales. Según el Registro Nacional de Nicaragua, en 2016 había un padrón electoral de 4,1 millones de potenciales votantes. Ese total de empadronados, una vez sometido a una imprescindible depuración para excluir a quienes migraron o fallecieron, debería arrojar una cifra cercana a los 3,6 millones de personas. Si estas estimaciones son correctas, la votación contó con la afluencia de casi el 55% de las personas en edad de votar y el FSLN obtuvo el 37% del padrón, con un escrutinio del 99,83% de las juntas electorales.

Wilfredo Penco, quien presidió la misión de observación de la OEA, al ser interrogado por los medios sobre la escasa afluencia a las mesas de votación, dijo que «la participación es un tema de percepción» y que los datos reales eran las cifras que el CSE daría a conocer. Pero precisamente la flagrante inexactitud de esas cifras es lo que la oposición cuestiona. Desde la visita de Secretario General de la OEA Luis Almagro, que socarronamente algunos miembros de la oposición bautizaron como un «trago almagro», la OEA ha tratado con guantes de seda al gobierno de Ortega y sus presiones hacia una refundación del sistema electoral las ha conducido con notable cautela. Roberto Curtney, director ejecutivo del Grupo Cívico de Ética y Transparencia y uno de quienes más insisten en la tesis del abstencionismo masivo, sostiene que la prudencia de la OEA obedece a una estrategia que busca fortalecer su brazo negociador en Nicaragua para que llegar a las elecciones de 2021 con un CSE más imparcial e incluso unas reformas electorales que reviertan las del pacto de 1999 entre Arnoldo Alemán (Partido Liberal Constitucionalista) y Daniel Ortega (FSLN) que, entre otros cambios, redujeron a 35% el mínimo requerido para ganar en primera vuelta.

Puede añadirse otra hipótesis que no es incompatible con la de Curtney: la OEA no quiere protagonizar una intervención que desentone con la actitud del gobierno estadounidense, que ha sido una actitud de amenazas suaves, si excluimos a los congresistas que impulsan la NICA Act que vetaría los préstamos multilaterales a Nicaragua. Tanto la OEA como los Estados Unidos no quieren apostar por desestabilizar al único régimen del istmo centroamericano que, entre los afectados por la guerra de los años 80, no presenta una situación de alarmante violencia y, por ello, no emite migrantes en grandes cantidades de migrantes hacia los Estados Unidos.

Es probable que, a juicio de la OEA, el gobierno del FSLN no esté tan deslegitimado. Supo hacer acopio de un grupo de partidos políticos para celebrar la contienda electoral. Es cierto que algunos partidos, como Ciudadanos por la Libertad (CxL), están llenos de figuras políticas sin base social. Son partidos cascarón. Pero con ayuda de los medios se colocaron en tercer lugar en votos.

En otros terrenos el FSLN también ha logrado más estabilidad. El conflictivo tema del canal interoceánico apenas se menciona. Y aunque los directivos del proyecto sigan recibiendo una partida presupuestaria, su salida de escena privó a la oposición de un gancho para atraer simpatizantes. Por otra parte, el control que el FSLN impuso a los fondos de la cooperación internacional no ha incrementado mucho las arcas el Estado, pero sí tuvo el efecto de cortar alas a la oposición atrincherada en las ONGs.

Los empresarios nacionales y extranjeros siguen haciendo la corte a Ortega. Las alianzas del sector empresarial interno con el externo siguen boyantes en los terrenos más lucrativos. Las exportaciones de oro han crecido a ritmo vertiginoso desde las 10.800 onzas troy y 4,2 millones de dólares de 1994 hasta las 285.900 onzas troy y 357 millones de dólares de 2016. Ese año los ingresos por exportación de oro representaron el 20% del valor de los principales productos de exportación, colocándose en tercer lugar, sólo superado por la carne vacuna y el café. Hasta ese nivel se ha elevado la producción y venta de oro durante el gobierno del FSLN, que las recibió en 2006 en 99,400 onzas troy y 55,3 millones de dólares.

El gobierno corteja a evangélicos y católicos. No lo hace con equidad, pero ambos obtienen su porción nada desdeñable del pastel. Por ejemplo, el gobierno de Ortega designó a un pastor evangélico para recibir el 29 de octubre al diplomático enviado por Israel con motivo del restablecimiento de relaciones diplomáticas que Nicaragua había suspendido hace siete años. Las denominaciones evangélicas aplaudieron el gesto por doble motivo: haberlos honrado eligiendo a uno de sus líderes para tan encomiable labor y haber librado al país de una maldición divina por romper relaciones con el pueblo elegido por Dios.

La iglesia católica no obtiene menos. Sólo en 2017 recibió 842.367 dólares en donaciones del Estado. Es una constante que se repite año tras año desde que Daniel Ortega está en el poder. Su predecesor Enrique Bolaños no fue tan generoso con las dádivas como se podría haber esperado de un católico de abolengo. Por su parte, el movimiento católico Pro-vida (anti-aborto) y otros sectores del catolicismo ortodoxo recibieron la presea más cotizada: la ley que prohíbe el aborto. Por eso, fuera de un par de obispos, no ha habido un significativo repudio eclesial a las elecciones, que cuentan con el aval de los dos únicos nicaragüenses que visten el capelo cardenalicio.

No sólo estos sectores tienen motivos para entonar aleluyas al régimen. Gremios con fuertes intereses propios y alta capacidad de desestabilizar el país en pocas horas, como el sindicato de transportistas, se ha beneficiado por varios lustros del subsidio al combustible. Entre limosnas y palmaditas, el gobierno de Ortega ha ido succionando a potenciales levantiscos y contestatarios. Esta succión no opera por convencimiento y absorción de aliados estratégicos. Tiene más bien el siguiente cariz. La especie de biografía novelada que Norberto Fuentes publicó con el atrayente título «La autobiografía de Fidel Castro», explica el mecanismo de esa succión, que un Fidel Castro ficticio llama «sistema de las alianzas cautivas» y que consiste en absorber al amigo que es tu potencial enemigo en el territorio bajo tu dominio: «Es tu aliado pero cautivo. Deben saber que esa clase de alianzas es de más fácil manipulación e infinitamente más confiables que las alianzas voluntarias o de buena fe»1

Manteniendo esta succión interna, el gobierno se mantiene fiel a su eclecticismo financiero, comercial y diplomático en el ámbito de la política exterior: Taiwán le financia 30 de los 50 millones de dólares que costó la construcción del nuevo estadio nacional de beisbol y de la élite de la China continental provenían el principal inversionista y los técnicos para la construcción del canal interoceánico. Recibe de Estados Unidos una abultada arca para la lucha contra las drogas e inaugura en octubre el Centro de Capacitación Antinarcóticos Rusia-Nicaragua –estructura inmensa de varios pisos- que tiene estatus de filial del Ministerio del Interior de Rusia. Reestablece relaciones con Israel, aunque hasta no hace mucho intentaba estrechar los lazos con el gobierno iraní.

Estas condiciones explican que, fuera de algunos disturbios violentos en la región atlántica, el FSLN no hiciera frente a protestas significativas de quienes impugnan los resultados electorales. No sabemos si el cálculo de la OEA tendrá resultados. Por el momento, ganador o no en las urnas, el FSLN sigue asentado en el poder y la Vice-presidente y esposa de Ortega, Rosario Murillo, se prepara para sumarse a las mujeres que en América han montado su carrera política sobre las de sus maridos ex presidentes: Cristina Fernández de Kirchner, Marta Sahagún de Fox, Sandra Torres de Colom y también Hilary Clinton. De todas, sólo la primera alcanzó su meta.


  • 1.

    Fuentes, Norberto, La autobiografía de Fidel Castro. I. El paraíso de los otros, Ediciones Destino, México, 2004, p.783.


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