Opinión
septiembre 2018

El Trump brasileño

En el día de ayer, Jair Bolsonaro fue apuñalado en un acto de campaña. El candidato derechista a la presidencia de Brasil, sobrevivió al atentado. Bolsonaro es un extremista confeso. Con el apoyo de sectores del empresariado, de los evangélicos y de los militares, pretende convertirse en el Trump brasileño. Para muchos es un hombre que se rebela contra el sistema, que rompe las reglas de la corrección política y que muestra signos de autenticidad. Sin embargo, Bolsonaro es un candidato agresivo e intolerante que pretende gobernar con mano de hierro.

<p>El Trump brasileño</p>

El 7 de octubre de 2018, 147 millones de brasileños serán convocados a votar para elegir presidente, parlamentarios y gobernadores. La votación se llevará a cabo en tiempos turbulentos: el país recién se está apenas recuperando con lentitud de una severa crisis económica, al tiempo que enfrenta una creciente crisis de seguridad. En lugar de la presidenta Dilma Rousseff, elegida en 2014 y desplazada del poder hace dos años con un pretexto espurio, su ex-vicepresidente Michel Temer ha gobernado con un porcentaje de aprobación de solo 3%, el más bajo de la historia brasileña. El ex-presidente Luiz Inácio Lula da Silva, enormemente popular, fue condenado recientemente por corrupción en un juicio controvertido y está detenido desde abril.

La confianza del público en la democracia se ha visto seriamente impactada por esta sacudida radical de la política brasileña. Solo 43% de la población prefiere todavía la democracia como forma de gobierno. Apenas 7% tiene confianza en los partidos políticos, comparado con 50% que confía en las Fuerzas Armadas. Los resultados de una encuesta de mayo de este año son igualmente alarmantes, ya que muestran que la mayoría de los brasileños considera que un golpe militar es justificable como respuesta a la corrupción o el delito.

En consecuencia, el resultado de las elecciones es más incierto que nunca. El creciente desencanto con la política ha creado un fuerte sentimiento «antisistema». Muchos ansían una renovación política, en especial con un nuevo conjunto de jugadores. «Para cambiar el sistema, tenemos que cambiar a la gente»: ese es el lema más difundido. Hoy en día, solo aquellos que se presentan como «nuevos» y son percibidos de ese modo tienen alguna posibilidad de éxito electoral, de acuerdo con el politólogo Sergio Abranches.

Un populismo anti-establishment

Sin embargo, este sentimiento «antisistema» le resulta perfectamente útil al ex-integrante del cuerpo de paracaidistas Jair Messias Bolsonaro, un diputado raso al que durante mucho tiempo se le restó importancia. Hasta ahora, no atrajo la atención por su labor parlamentaria sino por sus declaraciones ofensivas, en especial al glorificar la última dictadura militar brasileña. Su voto durante el impeachment de Dilma Rousseff causó un escándalo cuando se lo dedicó a uno de los más famosos torturadores de ese periodo. Casi dos años antes, Bolsonaro había generado indignación al declarar que no violaría a la diputada Maria do Rosário Nunes porque no valía la pena hacerlo.

Al mismo tiempo, Bolsonaro despotrica contra los políticos corruptos e incompetentes y, siguiendo a Donald Trump, a quien considera su modelo, se presenta a sí mismo como la negación de la política tradicional «corrupta» que, según él, requiere de una «purga general». También ve amenazados los valores de la nación brasileña y sus cimientos cristianos por lo que llama un «marxismo cultural». Bolsonaro considera que este último es el responsable de infiltrar ideológicamente las escuelas, de subsidiar la improductividad y la inmadurez mediante el financiamiento público de programas sociales y de una política de derechos humanos que solo protege los derechos de los delincuentes. Fiel a su segundo nombre, «Messias», cree ser el salvador de la nación brasileña. Y en esta misión, confía en el apoyo de los militares.

Si Bolsonaro gana las elecciones, planea armar un gabinete con muchos funcionarios salidos del Ejército. Su lógica: si otros presidentes nombraron como ministros a «guerrilleros y terroristas», entonces él quiere convertir a los generales en ministros. Un gobierno militar como ese, elegido libremente, es, de acuerdo con Bolsonaro, «el deseo de Dios». No sorprende entonces que haya nombrado como candidato a vicepresidente a otro oficial retirado, el general Hamilton Mourão, que también es un defensor de la dictadura militar.

Mientras tanto, este autoproclamado outsider de la política se las ha arreglado para ocultar el hecho de que no es tan nuevo en ella. En la actualidad, Bolsonaro ejerce su séptimo mandato y ya lleva 27 años en el Parlamento. Ha cambiado repetidamente de partido y por momentos fue parte de algunos que estuvieron particularmente hundidos en escándalos de corrupción. El periódico ISTOÉ lo llama con ironía un «candidato antisistema que proviene del sistema».

A pesar de esto, Bolsonaro ha manejado bien la transición de ser un simple diputado sin cartera a convertirse en poco tiempo en uno de los políticos más conocidos de Brasil, principalmente gracias al uso de las redes sociales y a su discurso «antisistema». Por varios meses lideró las encuestas –al menos, mientras el ex-presidente Lula, condenado por corrupción y ahora en prisión, se encuentra excluido de las encuestas–. Pero aun si no se descarta la candidatura de Lula, a Bolsonaro le va sorprendentemente bien: obtendría alrededor de un quinto de los votos, y esta cifra ha permanecido relativamente constante en los últimos meses.

La decadencia del «establishment»

En contraste, los candidatos del establishment, como Geraldo Alckmin, del Partido de la Social Democracia Brasileña (PSDB), y el ex-ministro de Finanzas Henrique Meirelles, se están quedando muy atrás. En consecuencia, hay grandes posibilidades de que Bolsonaro pueda atravesar la polarización tradicional entre el partido «socialdemócrata» conservador (PSDB) y el progresista Partido de los Trabajadores (PT), para al menos llegar a la segunda vuelta. «Brasil, tenenos un problema», proclama The Economist, y al hacerlo habla sin duda en nombre del establishment político y económico de Brasil. Venía insistiendo desde hace tiempo con que el atractivo de Bolsonaro disminuiría a medida que la economía se recuperara. Pero hasta ahora no ha habido una recuperación económica apreciable, la economía está estancada y el índice de desempleo está clavado en 13%.

Por un lado, Bolsonaro se presenta como un rebelde; por el otro, al elegir al economista liberal Paulo Guedes como consejero, intentó dar una señal al establishment de que –al menos políticamente– no es tan antisistema. Las elites financieras también se sintieron aliviadas y complacidas por la nominación de un experto reconocido con una visión liberal. Al mismo tiempo, la agrupación de Bolsonaro, el Partido Social Liberal (PSL), es una de las defensoras más leales de la agenda económica liberal del presidente Temer en el Congreso.

Bolsonaro trata abiertamente de seducir a una comunidad empresaria crítica de la regulación y está considerando al empresario Flavio Rocha como posible ministro de Asuntos Económicos. Está claro que no solo quiere a los militares en su gobierno, sino también a los empresarios. Al ponerlos en la mira, Bolsonaro anuncia que es tiempo de que los empresarios brasileños pongan manos en el asunto. Por lo tanto, la autoimagen de rebelde contra el sistema también oculta el hecho de que en las encuestas disfruta de más apoyo del segmento de los más ricos y los más educados que sus competidores. 30% de la población cuyo ingreso es diez veces el salario mínimo coquetea con la idea de elegir a esta supuesta bête noire del sistema.

El apoyo religioso

Sin embargo, con este discurso Bolsonaro intenta deliberadamente seducir a otro segmento de los votantes: los seguidores de las iglesias evangélicas, quienes en la actualidad constituyen 30% del electorado en lo que fue alguna vez un país puramente católico. A la luz de esta tendencia, algunos observadores hablan de un voto evangélico, dado que los actos de campaña de Bolsonaro se parecen a menudo a las ceremonias de una iglesia evangélica. El discurso moralizante cultivado se ve especialmente atrapado en el sistema de creencias evangélico en el que el Dios único se involucra en la lucha contra el mal en nombre de la buena ciudadanía.

Entre los que apoyan su candidatura están entonces el senador y pastor evangélico Magno Malta y el influyente líder de la iglesia Vitoria em Cristo, Silas Malafaia. Malafaia espera que de 70% a 80% de los evangélicos voten a Bolsonaro. Sin embargo, las encuestas de opinión ven su participación en los votos en este segmento en solo 17%. Aunque la «defensa de la familia de marido y esposa», el rechazo al aborto y la crítica de la «ideología de género» que proclama Bolsonaro encontró una respuesta positiva entre los evangélicos, también enfrenta rechazo por sus declaraciones a menudo agresivas y radicales. Su compromiso con el derecho a la posesión de armas tampoco es compartido por muchos evangélicos pacifistas.

Por otro lado, en sus discursos Bolsonaro se refiere al valor de la meritocracia, un punto de vista ampliamente aceptado en los círculos evangélicos. El esfuerzo personal y la labor individual, y no los programas sociales públicos, son el camino para salir de la pobreza y la miseria social. Y mientras muchos de los evangélicos apoyan cuestiones específicas relacionadas con las mujeres, tales como la legalización del aborto, también rechazan el feminismo por considerarlo una retórica agresiva. Por lo tanto, los ataques de Bolsonaro al feminismo y la ideología de género resuenan en su audiencia, aunque esto no necesariamente implica el rechazo de políticas diseñadas en función de las necesidades de las mujeres.

El atractivo de Bolsonaro entre los votantes jóvenes

Lo que además hace interesante a Bolsonaro es que, a diferencia de casi todos los demás políticos, ataca el estado precario de la seguridad pública. En años recientes, buena parte de la población, en especial entre la clase media baja, se ha convertido en un auténtico blanco. Las cifras actuales hablan de más de 60.000 asesinatos en 2017, lo que equivale a 175 incidentes por día. Mucha gente que experimenta esta inseguridad y violencia como una amenaza diaria se siente abandonada por la política tradicional. Sus preocupaciones tienen eco en el discurso «contundente» de Bolsonaro contra el delito, que llama a bajar la edad de imputabilidad, a dar a los oficiales de policía licencia para matar y a un acceso más sencillo a las armas. Hasta ahora, los partidos progresistas se han quedado sin respuestas convincentes.

Finalmente, Bolsonaro también puede confiar en el apoyo de los sectores más jóvenes del electorado. El apoyo que recibe en el grupo que va de los 16 a los 34 años duplica el que obtiene entre aquellos de más de 55, y la población más joven representará un tercio del voto total en las elecciones. En parte, la popularidad de Bolsonaro resulta de su fuerte presencia en las redes sociales. Con cinco millones de seguidores en Facebook, está mucho más presente que el resto de sus contrincantes.

Más aún, como muestra un estudio realizado por la científica social Esther Solano para la Fundación Friedrich Ebert (FES), su autorrepresentación sustentada en un discurso inconformista suena «anticonvencional», en particular entre las generaciones más jóvenes. Lo ven rebelándose contra el sistema. Consideran refrescante la forma en que rompe las reglas de la corrección política y sienten que la intolerancia y la agresividad en sus declaraciones no son un traspié, sino algo «pop» y auténtico.

Con una ayudita de Steve Bannon

Estos factores le dan a Bolsonaro una sólida posición en la carrera presidencial. Pero también hay factores que complican su campaña. Complementando su nivel de aprobación alarmantemente alto, también enfrenta el nivel de rechazo más alto entre todos los candidatos. Además, hasta ahora no ha logrado romper su aislamiento dentro del establishment político como para conformar una alianza electoral más amplia. En última instancia, su alianza electoral se ha limitado a dos partidos pequeños: su propio PSL, con ocho representantes en el Parlamento, y el Partido Renovador Laborista Brasileño (PRTB, por sus siglas en portugués), el partido de su candidato a vicepresidente, sin presencia parlamentaria.

Esta pequeña alianza electoral también implica una significativa desventaja en cuanto a la disponibilidad de fondos públicos para la campaña y el acceso gratuito a tiempo en radio y televisión. Tiene derecho tan solo a alrededor de 1% del tiempo gratuito de publicidad, mientras que Alckmin, el representante del establishment, tiene casi 50%. Bolsonaro trata de compensar su desventaja mediante publicidad intensiva en WhatsApp y Facebook. Pero a diferencia de Donald Trump, tendrá que hacer campaña sin una fuerte financiación.

En última instancia, la pregunta más importante sigue siendo, sin embargo, qué se podría esperar de Bolsonaro si se convirtiera en presidente. Sin una mayoría en el Congreso, el candidato «antisistema» buscaría espacio para maniobrar, mediante alianzas con las fuerzas conservadoras del sistema. Pronto demostraría ser el guardián de los intereses del establishment empresarial.

Ve su rol presidencial conectado con la desregulación y la desburocratización. El resultado serían reformas «que la economía necesita», privatizaciones y continuar el recorte político-social. En el corazón de su estilo de gobierno, sin embargo, no se encuentran políticas económicas y sociales, sino una política de seguridad de mano dura y la lucha contra el «marxismo cultural». Para esta lucha, encontró recientemente un sostén en un famoso estratega de campaña: Steve Bannon, el ex-esbirro de Donald Trump.

Fuente: https://www.ipg-journal.de/regionen/lateinamerika/artikel/detail/der-brasilianische-trump-2924/

Traducción: María Alejandra Cucchi



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