Coyuntura
NUSO Nº 263 / Mayo - Junio 2016

¿El neoliberalismo sin fin? La volátil continuidad electoral en Perú

Las elecciones en Perú lucen desde hace tiempo como una «montaña rusa». Tras meses de subidas y bajadas en la intención de voto que agitaron el país, todo termina volviendo al punto de inicio. Hay, además, dos continuidades: por un lado, un patrón de voto en la dimensión territorial que sorprende por su permanencia en lo que va del siglo XXI; por otro, las políticas económicas denominadas «neoliberales» –iniciadas por Alberto Fujimori hace 25 años–, que los dos candidatos que competirán en la segunda vuelta, Keiko Fujimori y Pedro Pablo Kuczynski, defienden.

¿El neoliberalismo sin fin? La volátil continuidad electoral en Perú

Julio de 2015. Keiko Fujimori lidera la intención de voto presidencial con 33%, según un reporte de la firma Ipsos. Nacida en 1975 y ex-congresista (2006-2011), es la hija del ex-presidente Alberto Fujimori, quien cumple prisión por diversos delitos cometidos durante su mandato, incluyendo crímenes contra los derechos humanos y de corrupción. En segundo lugar, con 15%, aparece Pedro Pablo Kuczynski. Nacido en 1938 y con una larga experiencia como tecnócrata desde la década de 1960 (incluyendo el cargo de presidente del Consejo de Ministros durante el gobierno de Alejandro Toledo), también trae consigo la imagen de un eficiente promotor de negocios en el sector privado.

Abril de 2016. Keiko Fujimori (Fuerza Popular) gana la primera vuelta de las elecciones presidenciales, con 33% de los votos emitidos (39% de los votos válidos). Pedro Pablo Kuczynski (Peruanos por el Kambio, ppk) queda segundo, con 17% de los votos emitidos (21% de los votos válidos) y pasa junto con Fujimori a la segunda vuelta de la elección presidencial. Al mismo tiempo, Fujimori obtuvo 71 congresistas (de 130), es decir, contará con la mayoría absoluta. Kuczynski, por su parte, solo logró 18 congresistas.

¿Nada ocurrió en estos meses? Las elecciones en Perú lucen desde hace tiempo como una «montaña rusa». Tras meses de subidas y bajadas en la intención de voto que agitaron el país, todo terminó volviendo al punto de inicio. Hay, además, dos continuidades: por un lado, un patrón de voto en la dimensión territorial que sorprende por su permanencia en lo que va del siglo xxi; por el otro, las políticas económicas denominadas «neoliberales» –iniciadas por Alberto Fujimori hace 25 años–, que los dos candidatos que competirán en la segunda vuelta, Fujimori y Kuczynski, defienden.

Tras el fin del ciclo de expansión de la economía peruana impulsado en particular por los altos precios de los minerales, durante la segunda mitad del gobierno de Ollanta Humala (del Partido Nacionalista) se experimentó una desaceleración del crecimiento económico. En esto, Perú no estuvo solo: toda la región sufrió la misma tendencia. En términos comparativos, la economía peruana ha tenido incluso un mejor desempeño que sus pares latinoamericanos. Sin embargo, esta situación hizo más evidente el giro dado por el gobierno de Humala, quien, tras prometer en su campaña un cambio del modelo económico, ha defendido abiertamente las políticas económicas que criticó como candidato. Su baja aprobación (menos de 20%) se explica en buena medida por esta causa. Más aún, antes de la votación del 10 de abril, importantes voceros del partido de gobierno (el Partido Nacionalista retiró su candidato presidencial) declararon su preferencia por Kuczynski y descartaron a la candidata de la izquierda, Verónika Mendoza (del Frente Amplio).

Las principales alternativas al inicio de la campaña (Fujimori, Kuczynski y los ex-presidentes Alan García y el mencionado Toledo) se mostraban –con distinto énfasis– comprometidas con la continuidad de las políticas neoliberales. Pero los resultados de los últimos años –sumados al constante descrédito de los políticos peruanos– dejaban un espacio para políticos nuevos y para una opción política crítica del modelo económico. No obstante, esto no lucía fácil de lograr. Un candidato que se presentara como una nueva opción debía, además de aprovechar el desprestigio de los políticos, contar con recursos suficientes para hacer conocida y atractiva su propuesta.

Una elección en tres tiempos

La elección puede dividirse en tres momentos. En octubre de 2015, las encuestas registraron el aumento de la intención de voto por César Acuña, fundador del Partido Alianza para el Progreso. Este partido logró durante los últimos años un crecimiento importante en las elecciones subnacionales, en particular en las ciudades del norte peruano. Acuña, quien amasó una importante fortuna personal gracias al negocio de la educación universitaria, combinó los recursos provenientes de sus inversiones en ese campo con una red de políticos locales, lo que generó un modelo muy exitoso electoralmente. Gracias a ello desplazó al Partido Aprista de un ámbito que este había dominado desde la década de 1930. Incluso ganó en Trujillo, cuna del movimiento fundado por Víctor Raúl Haya de la Torre. Acuña, nacido en el departamento de Cajamarca (frontera con Ecuador) en 1952, no posee grandes cualidades políticas personales, pero fue capaz de animar la campaña y llegar a ocupar el segundo lugar en las encuestas (con 13%, según la firma Ipsos). Congresista, alcalde y gobernador regional, no es un novato en política, pero resultaba una novedad frente a los otros candidatos.

Aunque Acuña fue objeto de serias acusaciones (incluso afronta actualmente juicios por infracciones cometidas en el ejercicio de sus funciones públicas), estas no parecían afectar su crecimiento en las encuestas. Sin embargo, una muy bien sustentada acusación de plagio en su tesis doctoral, defendida en la Universidad Complutense de Madrid, trajo consigo la crítica unánime de la opinión pública, más aún cuando se hizo público que no era la primera vez que cometía una falta de ese tipo. La acusación hería su imagen como promotor de la educación, algo muy valorado por las familias peruanas. Esto llevó a una caída en su intención de voto, que volvió a los niveles previos a su ascenso, hacia el mes de febrero.

Al mismo tiempo que Acuña alcanzaba su nivel más alto, aparecía un segundo candidato en las encuestas: Julio Guzmán (por el partido Todos por el Perú, al cual se integró recién en 2015). Guzmán, nacido en Lima en 1970, es un economista que trabajó en organismos internacionales y que se desempeñó por un breve periodo como viceministro y luego como secretario general de la Presidencia del Consejo de Ministros en la gestión de Humala. Desde un año antes de la elección, Guzmán venía organizando su participación en las elecciones de 2016. Su estrategia buscó aprovechar las redes sociales –algo que ya había probado con cierto éxito Kuczynski– como plataforma para el lanzamiento público. Guzmán se autocalificó como un outsider y buscó presentarse como un político «nuevo» y crítico de la política tradicional hecha por quienes llamó «dinosaurios».

Al comienzo, esta estrategia no parecía funcionar. Sin embargo, a fines de diciembre de 2015 la situación empezó a cambiar y al mes siguiente Guzmán alcanzaba un sorprendente 5% de intención de voto en las encuestas. Entonces ya era «visible». Pero pronto llegarían las críticas –a las que contribuyeron sus propios errores y contradicciones en intervenciones públicas, algo natural en un político nuevo–. A pesar de los ataques, Guzmán siguió creciendo, mucho más que Acuña, y llegó a rondar el 20% de intención de voto, con lo que pasó a ocupar el segundo lugar. Más aún, los sondeos empezaban a mostrar que podría ganarle a Fujimori en una eventual segunda vuelta.

Es entonces cuando aparece un actor inesperado: las autoridades electorales. Perú cuenta con uno de los sistemas menos institucionalizados de partidos políticos en América Latina. A esto se suma una legislación electoral contradictoria y confusa, que se generó con el discurso de corregir la informalidad política pero no ha corregido el problema, y en cierta medida lo ha agravado. Una de las exigencias de esta normativa es el desarrollo de prácticas de «democracia interna». Los estándares exigidos, no obstante, son bastante flexibles y resultan dudosamente democráticos (primarias con candidato único, por ejemplo). Otra norma, que entró en vigencia cuando las elecciones ya estaban en marcha, castiga con la exclusión de los candidatos presidenciales la entrega de dádivas durante la campaña electoral.

Más allá de los problemas técnicos en su diseño, los fines de estas exigencias parecen razonables. Pero lo que resultaba inédito era la exclusión de candidatos por causas tales en la historia reciente de las democracias. Además, en Perú las autoridades electorales no excluían a un candidato presidencial expectable desde 1950, durante el gobierno autoritario de Manuel Odría, quien terminó siendo el único candidato en las elecciones de ese año. Es por ello que resultaron extremadamente polémicas la decisión de impedir la inscripción del candidato Guzmán por faltas en los procedimientos de democracia interna de su partido político y la exclusión de Acuña por dádivas en la campaña. De pronto, cerca de 25% de la intención de voto quedaba sin candidato. Aunque las autoridades electorales tenían normas que sustentaban su posición, también podían acudir a interpretaciones diferentes de ellas. Esto quedó en evidencia en la votación del pleno del Jurado Nacional de Elecciones –de cinco miembros–, que quedó tres a dos en el fallo que dejó fuera de carrera a Guzmán.

Esta decisión resultó muy costosa cuando al poco tiempo se encontraron evidencias que mostraban que otros candidatos (Fujimori, Kuczynski) también habrían estado vinculados a la entrega de dádivas. Pero en este caso las autoridades actuaron con un criterio diferente y buscaron una interpretación que favoreciera su participación política. Esto, de hecho, era lo correcto. El problema era que entonces las decisiones anteriores (respecto a Guzmán y a Acuña) aparecían como injustas. Las autoridades electorales ya no podían dar marcha atrás, y el impacto en la confianza en dichas instituciones –que había mejorado ostensiblemente tras su atroz gestión durante el gobierno de Alberto Fujimori– está aún por verse.

Esta situación lucía favorable –injustificadamente– para Fujimori, quien veía desaparecer a quien era su principal rival político en ese momento (Guzmán) y a un competidor con un perfil de potencial elector muy cercano (Acuña). Ante ello, se reactivó uno de los factores que incide en la actual política peruana: el antifujimorismo. De pronto, el esfuerzo realizado por Fujimori para moderar su discurso (con declaraciones en Perú y en el extranjero que incluyeron una intervención en la Universidad de Harvard y la exclusión de la lista de las elecciones congresales de los líderes más identificados con el gobierno de su padre) se venía abajo. El número de personas que declaraban que no votarían nunca por Fujimori llegó a crecer a 49%: casi dividía al país por la mitad.

¿Quién aprovechó esta nueva situación, con 25% de electores a la búsqueda de una nueva opción y un creciente antifujimorismo? Una parte de los electores que apoyaban a Guzmán se trasladaron hacia Kuczynski, quien recuperó su intención de voto de julio, antes de que empezara una larga caída (llegó a estar por debajo de 10%), y volvió a lucir como un candidato viable.Pero incluso antes de la salida de Guzmán y Acuña, otros dos candidatos con un discurso crítico del modelo –y alejados de Fujimori– habían empezado a crecer, moderadamente, pero lo suficiente como para llamar la atención. El primero fue Alfredo Barnechea (Acción Popular). Iqueño, nacido en 1952, ex-diputado durante el primer gobierno de Alan García (1985-1990) y ex-candidato a la Alcaldía de Lima, había dejado la política activa por dos décadas. Ahora retornaba a través de un viejo partido político peruano, fundado por el dos veces presidente Fernando Belaúnde (1963-1968 y 1980-1985). Barnechea fue elegido en comicios internos muy competitivos. Y aunque inició tarde su campaña, empezó a lanzar mensajes que cuestionaban abiertamente el modelo económico y las políticas en relación con los recursos naturales (en particular, el gas). Esto llamó la atención y las redes sociales empezaban a reproducir sus mensajes.

Casi al mismo tiempo, empezó a subir en las encuestas Verónika Mendoza (Cuzco, 1980). Congresista por el Partido Nacionalista de Ollanta Humala, renunció en 2012 por desacuerdos con el gobierno sobre decisiones vinculadas al manejo de conflictos sociales, en particular en Cajamarca y en el Cuzco. Mendoza logró cierta figuración gracias a una actuación pública crítica en diversas áreas (política ambiental, política indígena, políticas de género, derechos lgtbi, etc.). Participó en una elección abierta contra otros candidatos de izquierda en la plataforma bautizada Frente Amplio, que utilizó la inscripción del partido Tierra y Libertad. El fundador de este partido, Marco Arana –un ex-sacerdote que logró figuración como líder ecologista–, fue derrotado en esas primarias por Mendoza.

Con la salida de Guzmán y Acuña, Barnechea y Mendoza crecieron en la intención de voto y se pusieron casi en un triple empate con Kuczynski. Y aquí fue donde las estrategias de los tres terminaron definiendo la campaña. Kuczynski decidió reforzar su mensaje tecnocrático y defensor del modelo económico. Gracias a ello, logró mantener una votación importante en Lima, pero no pudo alcanzar el mismo desempeño en otros sectores del país. Apenas pudo ganar en tres provincias (Arequipa, Mariscal Nieto y Yauli) de las 196 que tiene Perú.

Barnechea, por su parte, intentó girar hacia una posición de centro, con la finalidad de distinguirse de Kuczynski y Mendoza. Acusó al primero de hacer lobby para las empresas privadas y a la segunda de ser seguidora de las políticas del chavismo en Venezuela. El resultado fue contraproducente. Los electores terminaron decidiendo entre quien percibían que defendía claramente las políticas económicas actuales (Kuczynski) y quien las criticaba con claridad (Mendoza). Barnechea obtuvo una votación de 7%. Aun así, el resultado fue superior a las expectativas iniciales de Acción Popular, que logró cinco congresistas.

Mendoza, por su parte, quedó sola en la posición de dura crítica del modelo. Gracias a ello ganó en casi toda la región sur del Perú, en los mismos lugares donde en 2001 ganó Toledo y donde en 2006 y 2011 venció Humala. Pero, a diferencia de estos, Mendoza no pudo ir más allá. Fujimori logró conquistar el norte del país –ayudada por la salida de Acuña– y el oriente peruano. Es, posiblemente, el costo de la decepción con el gobierno de Humala. Mendoza logró casi 16% de los votos emitidos y 19% de la votación válida. Quedó finalmente a dos puntos porcentuales de Kuczynski.

Hay que relatar una última sorpresa: la de Gregorio Santos, un gobernador regional reelegido, con una larga historia de activismo político en las zonas rurales de Cajamarca y actualmente detenido por acusaciones de corrupción. Santos logró un sorprendente 4% del voto válido y repitió así la votación que había logrado en su departamento de origen, Cajamarca, en las elecciones regionales de 2014. La población lo percibe como un líder que los defendió en el intenso conflicto socioambiental por el proyecto minero de Conga (2011-2012) y juzgan su detención como injusta. Aunque es dudoso que todo el voto de Santos hubiera ido hacia Mendoza, es probable que sin él la distancia entre esta y el segundo habría sido aún más estrecha e incluso podría haber pasado Mendoza al balotaje.

El ex-presidente García obtuvo 5,83% de los votos válidos, lo que constituye el peor desempeño de su carrera política. Esto ha llevado al apra a iniciar un proceso de evaluación interna que podría derivar en un giro de las posiciones políticas que asumió el aprismo en su gobierno (centroderecha) hacia la centroizquierda. Otra vez. Esto también podría implicar el fin del liderazgo electoral indiscutido de García, pero aún es muy temprano para juicios definitivos. El principal socio del apra en esta elección, el Partido Popular Cristiano, de centroderecha, no logró ni un solo congresista, mientras que el apra consiguió cinco.

El otro ex-presidente, Alejandro Toledo, obtuvo solo 1,3% de los votos válidos, también el peor resultado de su carrera. Su partido, Perú Posible, no logró ningún congresista y perderá su inscripción. Además, Toledo enfrenta un proceso judicial por acusaciones de lavado de activos. Los líderes más reconocidos de su partido han venido renunciando y lo siguen haciendo, y este resultado forzará, posiblemente, el retiro del ex-presidente.

Los escenarios poselectorales

La segunda vuelta peruana está marcada por dos sensibilidades. Por un lado, la que pone en primer lugar el temor al retorno, de la mano de Keiko Fujimori, del autoritarismo y de la corrupción galopante del gobierno de su padre, Alberto Fujimori; por el otro, la que acentúa la decepción con la falta de cambios efectivos en la calidad de vida de muchos peruanos. En el primer caso, el voto por Kuczynski, incluso a regañadientes y en silencio, parece la única opción. En el segundo, Fujimori aparece como la vuelta de las políticas asistencialistas que fueron tan importantes para la popularidad del fujimorismo en la década de 1990. Cualquiera sea el resultado, las principales políticas económicas neoliberales no sufrirán mayores cambios.

¿Qué escenarios se abren tras las elecciones y el resultado de la segunda vuelta? Fujimori tendrá –gane o pierda– el control del próximo congreso, 71 congresistas, la mayoría absoluta y a solo 16 votos de la mayoría necesaria para aprobar la reforma de la Constitución, destituir al presidente de la República y designar a los miembros del Tribunal Constitucional y al Defensor del Pueblo. Por su lado, ppk solo tendrá 18 congresistas. Este factor ha causado ya preocupación y muchos se inclinan por evitar la concentración de los poderes Legislativo y Ejecutivo en una sola mano. Tampoco es claro que Fujimori pueda mantener la disciplina dentro de su bancada, en la que muchos congresistas asumen por primera vez esa función y representan principalmente intereses de alcance puramente local. De ganar, la presión por políticas que los favorezcan será muy fuerte. De perder, sus congresistas buscarán presionar al próximo gobierno a fin de conseguir ventajas para sus circunscripciones. Si pierde, Fujimori necesita dar una imagen de liderazgo y responsabilidad con miras a las elecciones de 2021.

El peligro de una concentración excesiva del poder en manos de Fujimori está siendo aprovechado electoralmente por Kuczynski. El recuerdo de los abusos cometidos durante el gobierno de Alberto Fujimori en esas condiciones empata con el antifujimorismo. Si Keiko Fujimori es nuevamente derrotada, podría ver minada su posición dentro del fujimorismo. Su hermano menor, el congresista Kenji Fujimori, reelegido con la mayor votación en esta última elección, anunció su intención de postularse en 2021 si su hermana es derrotada. En ese escenario, podrían ganar poder los sectores más duros del fujimorismo.

Por su parte Kuczynski, en caso de ganar, necesitará de alianzas con otros actores (incluyendo al fujimorismo) para impulsar sus políticas económicas y sociales. El talante conservador del Congreso pondrá muy cuesta arriba hacer reformas liberales en el campo social y cultural. Pero con un Parlamento tan desigual, será necesario construir puentes con aquellas voces que piden cambios –en distinto grado– en las políticas neoliberales. Una alianza –incluso implícita– con el fujimorismo, en lugar de generar calma (o gobernabilidad), podría atraer nuevos conflictos con actores que se verían sin voz ni en el Ejecutivo ni en el Parlamento, salvo la bancada de 20 congresistas del Frente Amplio.

La izquierda anunció que no apoyará a ninguno de los candidatos. Pero alertó sobre el mayor riesgo que representa un gobierno de Fujimori, una forma elegante de anunciar por quién votará ante el dilema de tener enfrente a dos candidatos neoliberales. También ha anunciado el inicio de una «campaña permanente» en favor del cambio del modelo económico y social. En cualquier caso, los resultados obtenidos por la izquierda han sido muy superiores a los que ella misma esperaba. El Frente Amplio ingresó en la campaña esperando pasar la valla electoral y obtener algunos congresistas, pero terminó siendo la segunda bancada del Parlamento y quedó a solo dos puntos de la segunda vuelta. Fue el mejor resultado de un partido de izquierda desde los obtenidos por Izquierda Unida en 1985. Por otro lado, tiene ahora una líder nacional, reconocida, joven y con un buen perfil político. Aún es una política novata, pero ha demostrado cualidades que podrían permitirle aglutinar a la izquierda durante los próximos años e incluso buscar una inscripción independiente respecto del partido Tierra y Libertad, cuyo líder, Marco Arana, logró por unas decenas de votos ingresar en el Congreso. Sin embargo, como los patrones de voto recurrentes han demostrado, no basta el discurso crítico al modelo económico para ganar. La izquierda necesita llegar a los sectores urbanos que se han beneficiado del crecimiento de la economía y que esperan cambios con cierta moderación, es decir, al elector al que llegó finalmente Humala al ganar las elecciones de 2011. Difícil tarea la de Mendoza, pero con mejores posibilidades de éxito que las que se vislumbraban el año pasado.

Otros actores, como Guzmán, Barnechea y Acuña –quien logró una bancada de nueve congresistas, a pesar de no ser ya candidato presidencial–, seguramente continuarán con la construcción de sus opciones políticas durante los próximos años. Y con certeza Guzmán volverá a postularse en 2021, con un partido político propio, como anunció recientemente. Y si saca lecciones de esta campaña, buscará ocupar el lugar de centroizquierda que llevó a Humala al poder. La segunda vuelta se decidirá probablemente por un porcentaje muy pequeño. Lo que es claro es que Perú necesitará otros cinco años para ver si la montaña rusa electoral lo lleva finalmente a un lugar diferente.

Este artículo es copia fiel del publicado en la revista Nueva Sociedad 263, Mayo - Junio 2016, ISSN: 0251-3552


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