Opinión
enero 2018

El Foro de Davos o el fracaso del mundo gobernado por empresas

Los ricos y poderosos del Foro de Davos dicen querer curar el «mundo fracturado» que ellos mismos crearon.

<p>El Foro de Davos o el fracaso del mundo gobernado por empresas</p>

El Foro Económico Mundial (FEM) de Davos realizará en 2018 su 48o encuentro anual, en un momento dramático. Se propone discutir un «futuro compartido» en un «mundo fracturado». Pero nosotros preguntamos, ¿quién o qué «fracturó» a nuestro mundo?

En 1971, su fundador, el alemán Klaus Schwab organizó la primera edición en la misma localidad donde el gran novelista germano Thomas Mann situó el enredo de su obra cumbre, La montaña mágica, de 1922, que retrató los dilemas de la civilización en vísperas de grandes y trágicos acontecimientos (está ambientada en los años que anteceden a la Primera Guerra Mundial). Pero los personajes de Schwab eran los CEOs de las grandes corporaciones y sus motivaciones eran aumentar sus negocios en los años 1970.

El Foro se desarrolló y se desarrolla como un ámbito en el que los CEOs se encuentran con los principales políticos del mundo para discutir una agenda de futuro. Su misma creación respondió a la necesidad que «el mundo de los negocios» tenía de discutir con «el mundo de la política» sobre un nuevo orden. En su origen coincidió con el derretimiento del orden mundial negociado a la salida de la Segunda Guerra Mundial, cuando Estados Unidos abandonaba la relación fija dólar-oro y las recetas keynesianas fracasaban para enfrentar la estanflación (estancamiento económico con inflación).

El Foro acompañó paso a paso la proyección del neoliberalismo como nuevo modelo económico y apostó por la liberalización de los flujos de capitales y del comercio como dogmas de la buena gobernanza mundial.

La fórmula de «CEOs + líderes políticos» se fundamentó en la creencia de que en las empresas estaba la llave para el progreso y de que todo se circunscribía a crear un ambiente de confianza para los inversionistas. Salieron de la escena las sociedades y los estados que habían promovido los treinta años gloriosos del capitalismo desarrollado durante la postguerra. Las nuevas dirigencias creían que la economía era algo demasiado importante para dejarla librada a los vaivenes de las democracias. Los políticos incorporaron plenamente la idea de que, en el ámbito económico, solo se trataba de aplicar las buenas reglas que ya están establecidas. Tal como dijo Margareth Thatcher en una famosa frase: No hay alternativa (TINA, por sus siglas en inglés). Las reglas eran establecidas por el humor de los inversionistas.

Un conjunto de instituciones que estaban fuera del control democrático y del voto ciudadano pasarían a tutelar la política económica. Se trataba de los bancos centrales independientes, del Fondo Monetario Internacional, de las agencias calificadoras de riesgo y de la Organización Mundial del Comercio, entre otras.

La gente común que vive de su trabajo y que cada tantos años vota y elige a sus representantes debía empezar a creer que los eventuales problemas económicos se debían a factores que estaban fuera de su esfera de decisión, como lo están los fenómenos naturales. Y la gente de Davos logró ese objetivo. Los CEOs pasaron a gobernar a través del humor de sus inversiones.

Nada les hizo cambiar el rumbo. Ni siquiera cuando en 1998 el gigantesco fondo Long Term Capital Management (LTCM, por sus siglas en inglés) fue a la quiebra. Un detalle importante: el LTCM era administrado por Robert C. Merton (Harvard) y Myron S. Scholes (Stanford) quienes habían ganado, el año antes, el Premio Nóbel de Economía con sus modelos econométricos que comprobaban la «racionalidad» del sistema de derivados financieros. Máxima expresión de un capitalismo sin frenos, su desempeño había provocado la quiebra del LTCM que casi arrastró al mundo a una crisis global. Ni los laureados devolvieron el premio ni la gente de Davos detuvo la fiebre ideológica que le acometía. Las turbulencias, por supuesto, continuaron. Hasta que en 2007 y 2008 ocurrió el gran colapso.

Desde 1999 había gente común que se reunía a las puertas del Foro de Davos para protestar contra lo que significaba ese encuentro. Eran «el otro Davos». Desde 2001, movimientos altermundialistas comenzaron a encontrarse en paralelo, en Porto Alegre, Brasil, en el Foro Social Mundial para debatir alternativas. El Foro de Davos dió señales de reacción. Invitó a representantes de movimientos altermundialistas a sus debates. Políticos democráticos acudieron a sus encuentros. En 2003, el presidente brasileño Lula da Silva asistió al Foro de Davos luego de estar en el Foro de Porto Alegre. ¿Qué hizo la gente de Davos con las propuestas de Lula de limitar la libre circulación de capitales, eliminar los paraísos fiscales y crear un fondo mundial para combatir la pobreza? ¡Nada! «El problema» de Davos continúa siendo el mismo desde 1971: pretende que las empresas organicen la sociedad y dirijan sus decisiones políticas.

El Foro de Davos es corresponsable del «mundo fracturado» que le asusta. Donald Trump y el Brexit, el ascenso de la extrema derecha en Europa y varias partes del mundo, las turbulencias geopolíticas que vienen creciendo, desmienten a gritos el «éxito» de su empeño por hacer un mundo acorde con las falsas «expectativas racionales» de los CEOs y las empresas, con su slogan TINA. Que la política democrática e inclusiva sea abandonada por sectores expresivos y hasta mayoritarios de la población, que adhieren a una política autoritaria que manipula miedos y traumas (contra migrantes, contra pobres marginalizados, contra países extranjeros, a quienes se acusa de ser causa de su desgracia social y económica), es el resultado trágico de una ideología perversa abrazada por empresarios y políticos que ahora se desentienden de su criatura.

La agenda de la globalización, dice el Premio Nobel de Economía, Joseph Stiglitz «fue establecida a puertas cerradas, por las corporaciones. Fue una agenda redactada por y para grandes empresas multinacionales, a expensas de los/as trabajadores y ciudadanos/as comunes en todo el mundo». En un reciente artículo, sugestivamente titulado La globalización de nuestro malestar, afirma también que «uno de los objetivos de la globalización era debilitar el poder de negociación de los trabajadores. Lo que querían las corporaciones era mano de obra barata, a toda costa».

Porque lo hemos sufrido desde el comienzo, los sindicatos tenemos una propuesta simple y cristalina para superar este «mundo fracturado». Se trata de reorganizar la vida política y económica con criterios de inclusión social y convivencia. Para ello será necesario que la democracia recupere su soberanía sobre la economía. Y, también, será preciso que las sociedades decidan democráticamente en los organismos multilaterales que definen las reglas internacionales. La primera tarea será abrir la «caja oscura» de una economía dominada por las finanzas desenfrenadas administradas por la gente de Davos. ¿Puede plantearse eso el Foro Económico Mundial?


Fuente: International Politics and Society (IPS)

http://www.ips-journal.eu/regions/global/article/s...



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