Tema central
NUSO Nº 261 / Enero - Febrero 2016

​El exitoso ocaso del ALBA Réquiem para el último vals tercermundista

El ALBA-TCP es la propuesta de integración que más optimismo suscitó en la izquierda radical latinoamericana y mundial. Sin embargo, como proyecto contrahegemónico, no ha logrado trascender la fase de resistencia y esbozo de redes alternativas. Ello se debe a la lógica rentista de la política exterior venezolana, al giro hacia la «actualización» en Cuba, a las limitadas posibilidades de complementación entre economías primario-exportadoras y, por último, a la ausencia de una perspectiva político-ideológica y económica clara. No obstante, en el corto plazo, la mayoría de los actores involucrados ha logrado los objetivos mínimos que impulsaron su adhesión al esquema.

​El exitoso ocaso del ALBA  Réquiem para el último vals tercermundista

Introducción

De los esquemas paridos por la nueva ola integracionista latinoamericana, la Alianza Bolivariana para los Pueblos de Nuestra América-Tratado de Comercio de los Pueblos (alba-tcp) es sin duda el que más optimismo y expectativas generó en el seno de la izquierda radical. Las razones no son difíciles de entender. Resultado del vínculo personal entre Hugo Chávez y Fidel Castro, la Alternativa Bolivariana se proyectó a finales de 2004 como la encarnación en el plano del regionalismo de todas las demandas y banderas levantadas por el conjunto de actores y movimientos sociales antineoliberales. Abogando por una integración «alternativa» y de «los pueblos», sustentada en principios de cooperación, complementariedad y solidaridad internacional, el líder bolivariano, ungido por el decano de los revolucionarios latinoamericanos, Fidel Castro, desempolvaba una clásica agenda nacional-tercermundista que se fue radicalizando a medida que las torpezas de los sobrevivientes del viejo sistema político venezolano y la arrogancia de la tropa neocon de George W. Bush revelaban la inviabilidad de una «tercera vía» a la venezolana, a la que Chávez parecía aspirar en sus comienzos.

El momento era propicio. El estrepitoso fracaso del golpe de 2002 y la (re)conquista de Petróleos de Venezuela (pdvsa) coincidieron con el alza espectacular del precio del crudo. Estados Unidos estaba debilitado y mundialmente desprestigiado por las descabelladas aventuras en Oriente Medio. El ascenso de los brics (Brasil, Rusia, la India, China, Sudáfrica) no presagiaba solamente un periodo de desorden geopolítico y turbulencias económicas, sino la perspectiva de un orden global más favorable a los países periféricos y semiperiféricos como Venezuela. El florecer de un abigarrado conjunto de gobiernos «progresistas» decantaba el fin de la hegemonía absoluta del neoliberalismo en nuestra región. Finalmente, la derrota del Área de Libre Comercio de las Américas (alca) sancionaba la impasse momentánea del «regionalismo abierto» y marcaba el punto de máxima convergencia entre nuevos gobiernos y movimientos sociales.

Bajo la égida de la «Patria Grande», entre los años 2005 y 2010 el gobierno bolivariano desplegó una intensa actividad internacional paralela a la reformulación de su proyecto de nación hacia la edificación del «socialismo del siglo xxi». El resurgimiento de cierto mesianismo inspirado en la figura del Libertador Simón Bolívar y el peculiar matrimonio con Cuba tuvieron una influencia decisiva en ambas orientaciones. El incremento sin precedentes de la renta petrolera le proporcionó solvencia, capacidad de acción y hasta credibilidad en un primer momento.

En este lapso, a raíz de la ampliación de miembros y actividades, la denominación del alba-tcp cambió de «Alternativa» a «Alianza». En el continente, se asumió la pujanza de un «bloque bolivariano» en el nuevo concierto regional, alabando sus virtudes revolucionarias o bien advirtiendo acerca de los peligros que la opción «neopopulista» comportaría en el ya fragmentado panorama de la integración. Sin embargo, como algunos habían sospechado, la salida de escena de los dos líderes máximos (Castro y Chávez) y la caída del precio del petróleo inmediatamente le restaron dinamismo y quizás algo más. ¿Simple verdad de perogrullo? Probablemente. No obstante, semejante explicación no puede satisfacer a quienes nos tomamos seriamente los propósitos de «otra» integración.

Empezando con una síntesis del debate sobre el alba-tcp en la cual explicito mi posición, en las páginas siguientes propongo un esbozo de lo que debería considerarse la «anatomía de la integración que no fue». Ello, con el objetivo de estimular la discusión sobre las falencias, las omisiones y los errores cometidos, ahora que la viabilidad de la integración «alternativa», quizás por un buen tiempo, se verá drásticamente limitada.

Contrahegemonía, integración «alternativa» y rentismo petrolero

En el ámbito académico se han avanzado distintas hipótesis para caracterizar, explicar o simplemente describir la Alianza Bolivariana. Ha habido acercamientos desde el prisma tradicional de las relaciones internacionales, y particularmente del análisis de la política exterior venezolana; de los estudios sobre integración y nuevo regionalismo, enfatizando su carácter contrahegemónico o disgregador en la arena regional; de la cooperación Sur-Sur, en el marco de los debates sobre los «donantes emergentes» y el resurgimiento de un «nuevo Bandung»1. Se han presentado algunos estudios de caso sobre proyectos específicos o sobre las relaciones entre sus miembros. Por último, se ha explorado la incidencia del rentismo petrolero en el alba como expresión de la política exterior bolivariana. Más recientemente, en coincidencia con su décimo aniversario, algunos autores se han concentrado en evaluar el desempeño del esquema y diagnosticar sus perspectivas.

Inscribiéndose en este último tipo de ejercicio, el argumento aquí propuesto sugiere que es posible interpretar la trayectoria del alba-tcp en estos diez años como un proyecto contrahegemónico, que ha apuntado sin lograrlo a una integración «alternativa», afectado negativamente por el rentismo petrolero. Considero que alrededor de estos tres conceptos, empleando otras denominaciones y privilegiando o enlazando distintas aproximaciones teóricas y metodológicas, se han desarrollado los principales ensayos para caracterizar un supuesto «modelo» alba-tcp. Creo, además, que con las mismas herramientas se puede esbozar un balance crítico de los cinco ejes –político-ideológico, energético, social, económico-comercial y financiero– que, en mi opinión, han ido articulando este esquema2.

Más que en otras cuestiones de la integración latinoamericana, la inclinación política de cada analista ha jugado un papel relevante en la interpretación y el acercamiento propuestos. Huelga decir que mi análisis no representa una excepción. Es una aproximación que trata de integrar algunos elementos teóricos y sociopolíticos a partir de una perspectiva histórica, explorando la alianza desde un prisma que vincula los procesos en acto en los principales países miembros con las tendencias observables en el contexto regional y mundial. Con estas coordenadas, paso rápidamente a reseñar los ejes mencionados.

Entre el soft balancing y la contrahegemonía

El alba-tcp surgió como un expediente discursivo de cara a la política estadounidense y a los intentos desestabilizadores que sufrió el gobierno venezolano entre 2001 y 2004. Sobre la base de las declaraciones del propio Chávez, algunos autores han resaltado precisamente la naturaleza contingente y defensiva de su nacimiento3. Este móvil originario es insoslayable para pensar política e ideológicamente un proyecto de integración «antiimperialista» y de «orientación anticapitalista» y, de manera específica, a Venezuela y Cuba como principales impulsores. De ahí la activa campaña contra el alca y, sucesivamente, la elaboración de una propuesta dirigida a los gobiernos y movimientos de izquierda que revive el legado bolivariano y martiano y la tradición nacional-tercermundista.

Alfredo Toro ha propuesto este acercamiento interpretando el alba «como una estrategia de soft balancing basada en herramientas –no militares– para retardar, frustrar y debilitar los ámbitos de dominio de los Estados Unidos, entorpeciendo y alzando los costos de las políticas estadounidenses en la región»4. En la misma línea, Javier Corrales y Michael Peinfold agregaron el concepto de «diplomacia social», es decir, «el despliegue de importantes inversiones en el extranjero, supuestamente para promover el desarrollo y reducir la pobreza, pero en realidad para impulsar una agenda diferente», defensiva y ofensiva5. Algunos elementos problemáticos de esta estrategia estilo «Guerra Fría» fueron destacados tempranamente también en la postura afín al proyecto de Claudio Katz6.

Ambos enfoques captan una dimensión crucial del alba-tcp ya que, gracias al boom petrolero, además de las estrategias mediática y diplomática, varias formas de «aportes solidarios» fluyeron copiosamente desde Caracas hacia las naciones «hermanas» para divulgar una imagen positiva del proceso bolivariano y, de paso, comprar apoyos. Eso ayuda a explicar también un desarrollo institucional débil y la adhesión de países que presentan porcentajes elevados de pobreza y dependencia de la asistencia internacional. Pero al considerar irrelevantes o secundarios a los actores no estatales y las metas de integración, la visión de estos autores dificulta una comprensión más abarcadora.

En sintonía con el discurso enarbolado por el gobierno venezolano, Thomas Muhr ha buscado en la articulación de diferentes teorías críticas el carácter contrahegemónico del alba7. La contrahegemonía asume así los contornos de una guerra de posición gramsciana, mientras experimentos como las Misiones Sociales, los Consejos Comunales, las Mesas Técnicas de Agua, las Comunas Socialistas, etc., sirven, en el interior de Venezuela, de insumos para desarrollar el concepto de «democracia revolucionaria» y enlazarlo con la proyección internacional del proceso bolivariano y de la cooperación cubana.

Esta lectura abre espacios fecundos para apreciar dimensiones y actores descuidados en los enfoques realistas y politológicos. Sin embargo, la mirada de Muhr pierde mucho de su capacidad explicativa cuando se analiza la evolución de la relación entre «Estados en revolución» y «sociedad organizada». El carácter centralizador y burocrático de los gobiernos del alba ha vaciado de sentido los dictados constitucionales y los ensayos de democracia participativa, y ha primado el impulso a reforzar el poder de partidos/máquinas electorales bajo una lógica de control y cooptación de las organizaciones sociales. La «democracia revolucionaria», como expresión de un «poder popular» articulador de instancias gubernamentales y movimientos en la perspectiva de una «diplomacia de los pueblos», se ha revelado por diferentes razones muy problemática y ha quedado básicamente incumplida. La trayectoria del Consejo de Movimientos Sociales del alba y sus capítulos nacionales, así como de otras experiencias afines como la Articulación de Movimientos Sociales hacia el alba, arroja alguna luz. En verdad, los movimientos no han logrado delimitar horizontes y contenidos de una integración «desde abajo» después de la cumbre de Mar del Plata de 2005.

Ahora bien, la estrategia política del alba ante el desafío al bloqueo contra Cuba y como creadora de diques de contención alrededor del proceso venezolano ha sido exitosa. Otros miembros han utilizado esta plataforma para avanzar con ciertas demandas o buscar respaldo. Sus reflejos se manifestaron en la Unión de Naciones Suramericanas (Unasur), la Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños (Celac) y, sobre todo, en la Organización de Estados Americanos (oea). Pero frente a situaciones como el golpe en Honduras, su papel evidenció límites significativos.

Cabe preguntarse si, en el cuadro regional que se está cocinando –de reconfiguración de la estrategia estadounidense y gravitación de potencias extrarregionales, ascenso de «nuevas derechas», fragmentación de las izquierdas y crisis profunda de los gobiernos «progresistas», especialmente del venezolano y brasileño; y de apertura controlada de la economía cubana y normalización de las relaciones con el enemigo histórico–, la «misión» contrahegemónica del alba-tcp pronto se habrá agotado, antes de que la aspiración a una integración «alternativa» haya logrado consolidarse.

Petroamérica y la integración energética

Steve Ellner ha destacado un factor que condiciona, cuando no determina, todos los proyectos regionales impulsados por la República Bolivariana. Aun con la mayor reserva de crudo pesado del planeta, que alienta las fantasías de una «potencia energética mundial», se trata de la dependencia absoluta de un único recurso y de la ausencia de ventajas en otros sectores de la economía8. Aunque no menciona el rentismo petrolero como tal, esta mirada revela la otra cara de un elemento que, cuestionado a lo sumo por su impacto ambiental o uso «políticamente no correcto», por lo general ha sido asumido positivamente en la izquierda en razón de las capacidades poseídas por Venezuela en el sector del petróleo y derivados.

El mismo autor ha subrayado que el gobierno bolivariano perseguiría simultáneamente objetivos de tipo económico y humanitario. En cuanto a los primeros, buscaría promover la diversificación de la economía y de su industria petrolera. En relación con los segundos, justificaría los generosos acuerdos de cooperación sobre la base de principios de solidaridad internacional de matriz tercermundista. Estas consideraciones permiten acercarse a las propuestas del alba-tcp en materia energética.

Hay razones para suponer que, tras la derrota del alca, en un principio la Alternativa Bolivariana fuera concebida como el paraguas ideológico, el instrumento político y, eventualmente, la plataforma institucional para la concreción de Petroamérica, instancia diseñada para poner en marcha y coordinar tres diferentes iniciativas: Petrosur, Petroandina y Petrocaribe. Bajo un esquema operado por empresas estatales, desde la izquierda se saludó «[e]l objetivo [de] ampliar la autonomía energética para garantizar la independencia económica de la región. Mediante el autoabastecimiento se podría (...) sustituir el modelo exportador de combustible (hacia el mercado norteamericano o internacional) por un esquema de utilización regional concertada»9.

Sin embargo, de las tres iniciativas, solo Petrocaribe se convirtió en una realidad de altísimo impacto. Petrosur y Petroandina se han perfilado como un conjunto de acuerdos de cooperación bilateral y constitución de empresas mixtas más o menos efectivas entre Venezuela y los cuatro miembros del Mercosur; Bolivia y Ecuador, integrantes de la Comunidad Andina (can) y del alba-tcp; y Colombia. La propuesta de una gran alianza entre compañías nacionales, en lugar de la competencia por el acceso a la inversión extranjera y a los mercados regionales y extrarregionales, se ha revelado una quimera, debido no solo a las multinacionales que operan en el sector, sino también a los gigantes estatales o semiestatales como Petrobras o Pemex. Esta estrategia ha chocado inmediatamente con la acelerada carrera de todos los países de la región en busca de nuevas reservas de gas, petróleo y otros minerales. Mientras tanto, el proyecto de un Gran Gasoducto del Sur, principal fundamento de la propuesta venezolana, se ha pospuesto sine die por razones económicas, políticas, técnicas, jurídicas y ambientales.

Pese al número de proyectos emprendidos y a los beneficios de corto plazo básicamente en términos de descuento sobre la factura petrolera, es dudoso que estas iniciativas puedan inscribirse en una propuesta de integración propiamente dicha. El estudio de las relaciones energéticas entre los miembros muestra un estancamiento significativo en la región andina y, al revés, aun con enormes problemas, una concentración de esfuerzos del gobierno venezolano en el Gran Caribe10. Las dificultades de pdvsa y la prioridad asignada a los mercados asiáticos, sin mencionar la caída del precio del crudo, forman parte de este escenario, cuyo análisis excede los objetivos de este artículo.

Entre la ayuda y la institucionalización de las Misiones

El eje social del alba-tcp se organizó alrededor de la ayuda brindada por Venezuela a los demás integrantes y a terceros, y en la internacionalización de las Misiones, los programas inspirados en la experiencia llevada a cabo en territorio venezolano con la colaboración cubana en los sectores médico y educativo.

Tras la incorporación de Bolivia en 2006, comienzan a visualizarse ciertos instrumentos de la ayuda internacional empleados con regularidad por los gobiernos venezolanos desde los años 70. Se trata de donaciones financieras y en especie, cooperación técnica, becas, apoyo presupuestario, ayuda humanitaria y de emergencia, cancelaciones de deudas y préstamos otorgados por diferentes instituciones del país11. Al igual que en la cooperación al desarrollo Norte-Sur y, aún más, en la Sur-Sur, es difícil, si no imposible, tener una idea clara del volumen real, la trayectoria seguida y el destino final de esos flujos. Todas las estimaciones disponibles sugieren su relevancia tanto para dar cuenta de un modus operandi distintivo de la acción exterior bolivariana, como en las dinámicas económicas y sociopolíticas internas de algunos países beneficiarios. A pesar de las diferentes condiciones y motivaciones, no sorprende la presencia de rasgos característicos de la ayuda internacional, tales como fenómenos de dependencia, fomento de redes clientelares y bolsas más o menos amplias de corrupción ligadas a los efectos del rentismo petrolero12.

En línea con el concepto de «diplomacia social» mencionado, se trata de «aportes solidarios» a disposición de los Ejecutivos, canalizados sin controles o auditorías parlamentarias, administrativas o de la sociedad civil, que se prestan a denuncias por la escasa transparencia en su manejo. Aún falta una investigación comparativa sobre su recepción y gestión en los integrantes del alba. No obstante, numerosos indicios sugieren que en Bolivia, Nicaragua y Honduras (antes del golpe) han servido como un asunto cuasi privado de los mandatarios y sus entornos para financiar programas de transferencias directas y obras de infraestructura con un claro sesgo partidista. El caso de Cuba es muy peculiar13. En otros países, incluyendo eeuu y Reino Unido, se ha brindado apoyo a sectores marginales y a organizaciones afines o solo sensibles al mensaje chavista.

La internacionalización de las Misiones, en cambio, gracias a los recursos materiales y financieros de Venezuela, viabilizó la ampliación de los programas de cooperación cubanos14. La alfabetización primaria y las cirugías oftalmológicas con la Operación Milagro fueron aquellos de mayor visibilidad e impacto. Otras propuestas en el área de la educación media y superior no superaron la fase de planeación. La colaboración médica ha consistido en la extensión a otros miembros de programas como Barrio Adentro en escala reducida. Posteriormente, bajo los nombres evocativos de algunos héroes nacionales, se desplegaron sendas campañas de censo y atención a personas con discapacidad.

El impacto político y social fue inicialmente muy apreciable, como complemento a las políticas de transferencias condicionadas de los gobiernos nacionales. Sin embargo, al igual que en los programas aplicados en Venezuela, la falta de continuidad y seguimiento, así como la transparencia y el rigor exiguos en la presentación de costos y resultados, menoscabó el potencial y la legitimidad de la cooperación. Su institucionalización ha sido débil, en todo caso. En 2009 se constituyó una instancia interministerial, el Consejo Social del alba-tcp, para fortalecer la cooperación en las áreas de salud, educación, cultura, deporte, trabajo y vivienda. Apuntaba a la superación del asistencialismo cortoplacista con claros tintes político-electorales de las Misiones, hacia su conversión en políticas públicas de alcance regional. Pero no hay evidencias de profundización. Más bien, desde 2010 la propia internacionalización parece haberse estancado.

El personal médico y educativo cubano ha resaltado la originalidad de un proyecto orientado a satisfacer necesidades básicas en una lógica distinta de la asistencia tradicional. Pero por diferentes razones este personal no es fácilmente reemplazable con trabajadores formados con las becas otorgadas en el marco del alba. Se ha intentado promover la prestación de servicios sin perder la esencia de valores humanistas, pero no se ha generado una dinámica sostenible. En ningún momento abrigó propósitos radicales. Si bien en algunos sectores de la izquierda persiste cierta nostalgia generacional-ideológico-existencial, manipulada hábilmente por La Habana, del «ethos revolucionario» cubano, desde hace algún tiempo la «diplomacia médica» se ha desplazado de una lógica política y humanitaria predominante, orientándose en todos sus niveles hacia los beneficios económicos que la exportación de servicios profesionales puede implicar para la isla.

Empresas grannacionales y tcp

Por eje productivo y comercial del alba-tcp, entiendo aquellas iniciativas que pretenden crear espacios económicos de «nuevo tipo», según consta en los documentos oficiales, y establecer formas alternativas de intercambio. Las «empresas grannacionales» y el tcp constituyen las principales.

Las nociones de proyecto y empresa «grannacionales» respondieron a las inquietudes expresadas por la academia militante para dotar a la alianza de una base económica no dependiente del petróleo15. En ambos casos, los documentos sugieren que se trata de una extensión de las modalidades que regulan la colaboración económica entre Cuba y Venezuela. A lo largo de 2009, se realizaron varios esfuerzos para concretar en tiempos breves algunos proyectos y empresas. Sin embargo, con la salvedad de que cualquier emprendimiento estatal entre dos o más miembros puede asumir tal denominación, con la excepción del Fondo Cultural del alba y alguna otra experiencia, no queda claro desde entonces el estado y avance real de la mayoría de las iniciativas mencionadas en los acuerdos16.

En términos programáticos, su propósito central sería la constitución de un circuito de producción y comercialización para un mercado intra-alba. Esta idea rompe con los actuales esquemas de integración que, más allá del discurso regionalista, están proyectados hacia mercados extrarregionales. Tanto los escépticos como los partidarios han subrayado su filiación con las teorías que marcaron los debates de la izquierda tercermundista en los años 60 y 70, del estructuralismo cepalino a la «desconexión» de Samir Amin. Igualmente, se asume que el único modelo parecido conocido históricamente sería el Consejo Económico de Ayuda Mutua (Comecon) del bloque soviético, si bien en el alba la planificación está totalmente ausente y el rol del Estado no sería absoluto17. No obstante, es claro el carácter estatista y desarrollista del eje económico de la alianza.

Ahora bien, a pesar de algunos esfuerzos para desarrollar conceptualmente el «modelo» desde la izquierda18, el discurso oficial ha sido muy vago y ambiguo. Los conceptos de «complementariedad», «desarrollo endógeno» o «ventajas cooperativas» empleados en algún momento para resaltar su especificidad nunca han sido aclarados, sino evocados muy genéricamente, tanto por parte de los gobiernos como de sus intelectuales orgánicos, lo que abre un interrogante sobre su consistencia más allá del giro lingüístico y discursivo. Pero a diferencia de los críticos que se conforman con resaltar el carácter contradictorio e inconsistente de muchos postulados, creo que, con diferentes matices, existió la intención de tejer relaciones en una óptica que, con términos de antaño, podríamos calificar de desarrollo «hacia adentro» o «autocentrado», «desde adentro» o «endógeno». Sin embargo, las limitadas experiencias ensayadas chocaron de inmediato no solo con la distancia geográfica, la cuasi total ausencia de relaciones previas, la falta de técnicos competentes y las situaciones internas conflictivas, sino sobre todo con la realidad de economías completamente depedientes del mercado mundial, una base industrial raquítica y un insignificante desarrollo tecnológico.

Apoyándose en un modelo de acumulación extractivo de captación de rentas con el fin de emprender un proyecto de industrialización dirigido por el Estado, ha surgido un verdadero rompecabezas para la teoría y la práctica de la integración «alternativa», fiel reflejo de las impasses en la dialéctica entre izquierdas y gobiernos «progresistas». No solo librar la vieja lucha nacional-popular por la soberanía sobre los recursos de cara a transnacionales y centros imperialistas, o negociar con «lumpenburguesías» y lidiar con burocracias partidistas sensibles a las sirenas de la corrupción, sino enfrentar también el novedoso dilema de oponerse a quienes, en sus territorios y entre los sectores urbanos, defienden la no extracción de los recursos, un mejor reparto de la renta y diferentes formas de democracia y autogobierno frente al dirigismo estatal-gubernamental.

La propuesta de un tcp como instrumento de «comercio justo», firmado a petición del país más pobre de América del Sur, Bolivia, da la idea de cómo el alba ha replanteado los temas del tratamiento especial y diferenciado y la no reciprocidad y ha buscado incentivar mecanismos reales de compensación. No obstante, a la hora de reflexionar sobre la génesis del tcp, conviene no olvidar su relación con la negativa, tras la asunción de Evo Morales, de seguir negociando un tratado de libre comercio (tlc) con eeuu y luego con la Unión Europea, es decir, su relación con la necesidad de encontrar mercados alternativos para las exportaciones no tradicionales bolivianas.

La definición e implementación del tcp no ha tenido una vida fácil. Si bien la postura de sus promotores frente a los tlc es relativamente clara, no se logró trascender la identificación de algunos «principios rectores». Todos los gobiernos han respetado los compromisos con otros esquemas y avanzado en nuevas negociaciones, pero buscando ampliar el comercio intra-alba, fundamentalmente con Venezuela. Aunque de manera limitada, los intercambios han crecido, estimulados por la apertura de créditos a la exportación, ruedas de negocios y comercio compensado. Sin embargo, con la excepción de Cuba y Nicaragua, ningún país de la alianza cuenta con Venezuela como destino importante de sus exportaciones, mientras que el porcentaje del comercio venezolano dentro del esquema es mínimo. La estructura primario-exportadora de sus miembros limita los intercambios. Quizás solo una política concertada de industrialización, orientada a la creación de cadenas de valor, podría abrir alguna posibilidad para que el eje económico del alba tenga un horizonte menos improvisado y coyuntural. A esto apuntaría la constitución de un Espacio Económico de la Alianza, cuyo avance lamentablemente ha sido muy errático.

Banco del alba y Sucre

El Banco del alba (balba) y el Sistema Unitario de Compensación Regional de Pagos (Sucre) fueron pensados en el marco de los debates acerca de una «nueva arquitectura financiera regional» para apoyar las iniciativas grannacionales, el tcp y las Misiones19. Es muy probable que su surgimiento esté vinculado a las dificultades para poner en marcha el Banco del Sur, considerado exclusivamente como un banco de fomento; así se deja caer la propuesta inicial de instituir conjuntamente una unión monetaria y un fondo de estabilización.

El balba es un organismo con capacidades financieras extraordinariamente limitadas. En su conformación y posterior desarrollo se hizo evidente una dosis elevada de voluntarismo político, al cual no han correspondido una estructuración y planificación apropiadas para dotarlo de visión estratégica y sostenibilidad económica. La falta elemental de información impide conocer avances y resultados de la mayoría de los proyectos financiados, y esto hace pensar en el organismo simplemente como uno de los canales de trasmisión de la renta petrolera venezolana hacia los países de la alianza.

Si bien el Sucre fue presentado en la retórica oficial como un paso previo a la adopción de una moneda única, la creación de un sistema de compensación no representa per se una revolución. Anclado en la voluntad de transformar ciertos patrones de nuestras economías, su funcionamiento ha demostrado en estos años una potencial utilidad para facilitar y estimular el comercio ahorrando divisas. No obstante, se han comprobado dificultades de diversa índole que reducen o hasta anulan el sentido de este mecanismo. Al igual que el balba, su trayectoria dependerá de la eventual consolidación, bastante improbable de momento, de un Espacio Económico de la Alianza. El elemento que amenaza mayormente su desarrollo es la estructura rentista de la economía venezolana, que además de inhibir cualquier intento de diversificación productiva, alienta toda clase de corrupción no solo dentro el país, sino en las relaciones económicas internacionales, como ha quedado patente en las operaciones comerciales a través del Sucre con Ecuador, país dolarizado y sin dudas el principal usuario del mecanismo.

Conclusiones

El alba-tcp nació como una propuesta de los gobiernos venezolano y cubano en el vacío desatado por la crisis del «regionalismo abierto», paralelamente a la conformación de Unasur y Celac. Desde su inicio se expresó en una estrategia contrahegemónica político-ideológica en clave antiestadounidense y en el esbozo de un programa de integración «alternativo» alrededor de las esferas energética, social, económico-comercial y financiera. El personalismo hiperactivo de Chávez y la abundancia de hidrocarburos y petrodólares durante el boom de 2003 a 2008 fueron puntales esenciales de su trayectoria.

En las páginas anteriores he intentado mostrar que el alba dista mucho de haberse consolidado y que, probablemente, como propuesta radical, la alianza está destinada a un ocaso prematuro pero exitoso, ya que en el corto plazo casi todos los actores han conseguido los objetivos mínimos que impulsaron su adhesión. Su futuro se encuentra enteramente subordinado a la incierta evolución del proceso bolivariano, porque en estos años no se ha logrado, ni intentado quizás, superar las trabas que lo convirtieron, si no exclusivamente, de manera preponderante, en un mecanismo de distribución regional de la renta venezolana. Esto, en mi opinión, tiene un papel extraordinariamente importante por haber menoscabado la carga contrahegemónica y desactivado los tímidos intentos de integración «alternativa».

En retrospectiva, se puede avanzar la hipótesis contrafactual de que la consolidación del alba estaría ligada, según una lógica circular y de retroalimentación, al fortalecimiento de Venezuela y, además de otros gobiernos cercanos, a su matrimonio con Cuba, que encontraría así los incentivos para renovar una revolución anquilosada y asfixiada. Desde 2008, sin embargo, se multiplicaron las señales de dificultades que están lejos de ser transitorias en la primera, y la voluntad sutil pero firme de emprender un nuevo rumbo en la segunda. Seguramente, la caída del precio del crudo de ese año y el golpe en Honduras en el siguiente revelaron a los aliados y al propio gobierno bolivariano las fragilidades políticas y económicas de su proyecto revolucionario.

En la misma óptica, la relación entre gobiernos «progresistas» y movimientos sociales tendría que haber trascendido la alianza coyuntural culminada con la derrota del alca. En cambio, desde entonces ha primado un lento desgaste recíproco, manifiesto hoy en día en la contraproducente fragmentación de las izquierdas latinoamericanas. Lo anterior, en vez del efímero rescate del último vals tercermundista, habría implicado el desarrollo contingente pero continuo de una teoría plausible y una estrategia mínimamente eficaz de integración «alternativa», que en este momento brilla por su ausencia.

  • 1.

    En referencia a la conferencia de 1955 en la que se acordó una serie de principios que debían guiar las relaciones internacionales de los integrantes del Movimiento de Países No Alineados [N. del E.].

  • 2.

    Aclaro desde el principio que esta subdivisión no responde a la organización institucional u operativa del alba-tcp. Tampoco se trata de un intento de avanzar la conceptualización de un modelo. Es más bien un criterio funcional que corresponde en lo fundamental al propio desarrollo cronológico del esquema, para sistematizar alrededor de algunos ejes la multiplicidad de discursos, acciones y proyectos que recaen bajo el difuso paraguas de la alianza.

  • 3.

    José Briceño Ruiz: «El alba como propuesta de integración regional» en Josette Altmann Borbón (ed.): América Latina y el Caribe: alba: ¿Una nueva forma de integración regional?, Teseo / Flacso / Fundación Carolina / oirla, Buenos Aires, 2011, pp. 19-83; Claudio Katz: El rediseño de América Latina: Alca, Mercosur y Alba, Editorial de Ciencias Sociales, La Habana, 2008.

  • 4.

    A. Toro: «El alba como instrumento de ‘soft balancing’» en Pensamiento Propio año 16 No 33, 2011, p. 160.

  • 5.

    J. Corrales y M. Penfold: Dragon in the Tropics: Hugo Chávez and the Political Economy of Revolution in Venezuela, Brookings Institution Press, Washington, dc, 2011, p. 104 (traducción del autor).

  • 6.

    C. Katz: ob. cit., pp. 71-74.

  • 7.

    T. Muhr: Counter-Globalization and Socialism in the 21st Century. The Bolivarian Alliance for the Peoples of Our America, Routledge, Londres, 2012.

  • 8.

    S. Ellner: «La política exterior del gobierno de Chávez: la retórica chavista y los asuntos sustanciales» en Revista Venezolana de Economía y Ciencias Sociales No 15, 2009, pp. 115-132. Este apartado se basa en D. Benzi y Ximena Zapata: «Geopolítica, economía y solidaridad internacional en la nueva cooperación Sur-Sur: el caso de la Venezuela bolivariana y Petrocaribe» en América Latina Hoy vol. 63, 2013, pp. 65-89.

  • 9.

    C. Katz: ob. cit., p. 77.

  • 10.

    D. Benzi et al.: «La cooperación brasileña y venezolana en Bolivia y Ecuador en el marco del nuevo regionalismo latinoamericano: un análisis comparativo» en Revista Sul-Americana de Ciência Política No 3, 2013, pp. 22-42; D. Benzi et al.: «Petrocaribe en la mira. La política estadounidense hacia Venezuela tras la muerte de Hugo Chávez» en Huellas de Estados Unidos No 9, 2015, pp. 163-203.

  • 11.

    V. una panorámica en los trabajos de Tahina Ojeda.

  • 12.

    Carlos Romero y Claudia Curiel: «Venezuela: política exterior y rentismo» en Cadernos Prolam/USP año 8 No 9, 2009, pp. 39-61; D. Benzi y Ximena Zapata: «Petróleo y rentismo en la política internacional de Venezuela. Breve reseña histórica (1958-2012)» en Taller segunda época No 3, 2014, pp. 16-31.

  • 13.

    D. Benzi y Giuseppe Lo Brutto: «¿Más allá de la cooperación Sur-Sur? Contexto, luces y sombras de las relaciones Cuba-Venezuela» en De la diversidad a la consonancia: la CSS latinoamericana, Instituto Mora / Cedes-buap, México, df, 2014, pp. 405-443.

  • 14.

    Julie M. Feinsilver: «Médicos por petróleo: La diplomacia médica cubana recibe una pequeña ayuda de sus amigos» en Nueva Sociedad No 216, 7-8/2008, pp. 107-122, disponible en www.nuso.org.

  • 15.

    Osvaldo Martínez (comp.): La integración en América Latina: de la retórica a la realidad, Editorial de Ciencias Sociales, La Habana, 2008; aavv: Desafíos para una integración alternativa, CEA, La Habana, 2007.

  • 16.

    A pesar de la notoria falta de información, quizás solo una pormenorizada investigación de campo de las relaciones económicas entre Venezuela y cada uno de los miembros del alba podría despejar alguna duda.

  • 17.

    J. Briceño: ob. cit.; Maribel Aponte García: El nuevo regionalismo estratégico: Los primeros diez años del Alba-TCP, Clacso, Buenos Aires, 2014.

  • 18.

    Me refiero especialmente a los trabajos de Aponte García y Muhr que, sin embargo, a menudo parecen encerrarse en un sofisticado eclecticismo teórico cuya adherencia a las situaciones vividas en los miembros del alba resulta difícil de ver.

  • 19.

    Este apartado se basa en D. Benzi et al.: «¿Hacia una nueva arquitectura financiera regional? Problemas y perspectivas de la cooperación monetaria en el alba-tcp» en Revista Iberoamericana de Estudios de Desarrollo vol. 5 No 1, en prensa.

Este artículo es copia fiel del publicado en la revista Nueva Sociedad 261, Enero - Febrero 2016, ISSN: 0251-3552


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