Coyuntura
NUSO Nº 212 / Noviembre - Diciembre 2007

Cambio de mando en Jamaica

Las elecciones generales realizadas en Jamaica el 3 de septiembre de 2007 terminaron con una ajustada derrota del Partido Nacional del Pueblo, en el poder desde hace 18 años. Su líder, Portia Simpson-Miller, no logró unificar detrás de su liderazgo a los diferentes sectores partidarios, cometió una serie de errores durante la campaña y fue blanco de los prejuicios debido a su origen popular, su color de piel y su condición de mujer. Pero esto no significa un cheque en blanco para Bruce Golding, quien pese a contar con enormes recursos financieros y una campaña cuidadosamente planeada, obtuvo una victoria estrecha que lo obligará a buscar consensos con la oposición.

Cambio de mando en Jamaica

«No vamos a cambiar el rumbo.» El opositor Partido Laborista de Jamaica (JLP, por sus siglas en inglés) tomó esta frase de un discurso de la entonces primera ministra, Portia Simpson-Miller, y la repitió en avisos de televisión y radio y en la prensa gráfica, prácticamente a diario y, en el momento culminante de la campaña electoral, varias veces por día. Simpson-Miller había utilizado esta frase para destacar los diversos logros del gobierno del Partido Nacional del Pueblo (PNP) que, de acuerdo con su posición, tenía que seguir haciendo más de lo mismo, con solo algunas mejoras allí donde fuera necesario. El JLP, en la oposición desde hace 18 años, utilizó la voz y la imagen de Simpson-Miller en publicidades impactantes que buscaban demostrar por qué el país debía cambiar de rumbo: crecimiento económico escaso o nulo, altas tasas de criminalidad, elevado desempleo, corrupción, falta de expectativas para la juventud. Estos avisos parecen haber tenido un doble efecto: por un lado, activaron al núcleo de simpatizantes del PNP (la frase se transformó para ellos en un llamado a la unión); por el otro, les dio a los miembros del JLP y a los independientes que dudaban acerca de la necesidad de cambiar de rumbo una excusa para la reflexión y, en algunos casos, para la acción.

Los resultados finales de las elecciones del 3 de septiembre de 2003 sugieren que, aunque prevaleció el sentimiento generalizado de que era necesario un cambio luego de 18 años de monopolio del PNP, ese partido no sufrió un rechazo total, ni el JLP logró un apoyo abrumador. Para muchos, no fue el JLP quien ganó las elecciones, sino el PNP quien las perdió. La campaña electoral fue difícil, extremadamente competitiva y llena de tensión; ambos partidos llegaron al día de los comicios casi con el mismo nivel de apoyo popular, pero las encuestas más confiables anticipaban que el JLP obtendría más bancas en el Parlamento. El resultado final fue: 33 bancas para el JLP y 27 para el PNP. En cuanto a los votos, terminaron prácticamente empatados, con solo 2.940 sufragios de diferencia a favor del JLP sobre un total de 1,3 millones de votantes. La participación fue relativamente baja: 60,4%. Esto significa que, si se cuenta el padrón total, ningún partido obtuvo siquiera un tercio del electorado. Con respecto a la composición por género de las candidaturas, se presentaron 21 mujeres (14,4%): diez por el PNP, siete por el JLP y cuatro por otros partidos pequeños o independientes. Ocho mujeres fueron elegidas: cinco por el PNP y tres por el JLP.

La transparencia electoral

La transparencia de los procesos electorales ha mejorado mucho en un país acostumbrado a las irregularidades, las denuncias de fraude y la violencia política asociada a las elecciones. Los observadores internacionales, entre ellos equipos de la Organización de Estados Americanos (OEA) y la Comunidad del Caribe (Caricom), han informado que las elecciones fueron justas y limpias. Solo hubo algunos problemas técnicos de organización en ciertos distritos. Apoyada por la Comisión Electoral de Jamaica, un organismo independiente que responde al Parlamento, la Oficina Electoral ha limpiado el sistema y reducido las posibilidades de fraude e intimidación, pese a lo cual se registraron algunos episodios de violencia en las calles.

Dos factores contribuyeron sustancialmente a esta gran mejora. En primer lugar, en 670 centros electorales de 19 de los 60 distritos se utilizó un sistema electrónico de identificación de votantes a través de la huella digital. Esto contribuyó a evitar la suplantación de identidades, el voto múltiple y el uso de boletas falsas. En segundo lugar, comenzó a regir una ley, aprobada por el Parlamento saliente en uno de sus últimos actos, por la cual se penaliza al votante que muestra públicamente a qué candidato eligió. El objetivo de esta ley es permitir a los electores votar según su deseo, libres de temor, especialmente en aquellos lugares donde es posible obtener dinero a cambio del voto.

Fueron las elecciones más caras en la historia del país. La Oficina Electoral gastó 180 millones de dólares jamaiquinos (unos 2,6 millones de dólares estadounidenses) en la organización y la capacitación para las elecciones, y los dos grandes partidos políticos gastaron la misma cantidad en sus campañas publicitarias.

Una campaña dolorosa pero insustancial

De acuerdo con la Constitución, las elecciones nacionales debían realizarse antes de octubre de 2007. Con mucho retraso, los comicios se programaron para el 27 de agosto. El anuncio marcó el inicio de la campaña electoral oficial, pero el JLP ya había iniciado su propia campaña desde fines de 2006, cuando comenzó a presionar al gobierno para que llamara a elecciones. Es de destacar que Portia Simpson-Miller había sido elegida presidenta del PNP y primera ministra unos meses antes, en febrero de 2006, en una elección interna que derivó en una profunda división del partido, no solo entre sus líderes sino también entre sus afiliados. En este contexto, el primer desafío de Simpson-Miller fue conducir una gestión apoyada en un partido (y un gobierno) que no controlaba completamente, dominado por ministros y funcionarios que no le respondían. En su breve gestión, de apenas 18 meses, la oposición abierta que enfrentó Simpson-Miller afectó su liderazgo y su capacidad de gobernar. Sus principales objetivos, anunciados en su ceremonia de asunción como primera ministra, eran el combate a la pobreza, el fortalecimiento de las comunidades, la mejora de la transparencia administrativa y la disminución del crimen. Estas metas no fueron aprobadas públicamente o en comentarios a la prensa por prácticamente ningún dirigente de su partido o de su gobierno. Así, la demostración de unidad llevada a cabo en la conferencia anual del PNP, en septiembre de 2006, resultó poco convincente, a pesar de las fotografías en que algunos líderes abrazaban a la primera ministra.

En lugar de las discusiones bien fundadas sobre los principios rectores o los desafíos específicos que enfrenta el país, la campaña electoral estuvo dominada por las personalidades de los dos candidatos: su estilo de liderazgo, sus diversas fortalezas y debilidades, sus competencias técnicas, el nivel de confianza del que gozaban (o no), su carisma o su falta de carisma. La campaña resultó cualitativamente diferente de cualquiera de las anteriores, por el ambiente y el momento de la historia política de Jamaica.

Por primera vez, los dos partidos políticos mayoritarios presentaron a los votantes candidatos nuevos, cada uno de los cuales necesitaba desesperadamente un triunfo para impedir el fin de su carrera política. Simpson-Miller se había impuesto en elecciones internas asegurándose el liderazgo del gobierno y del PNP, mientras que Bruce Golding «heredó» el mando del JLP de Edward Seaga sin tener que competir.

También fue la primera vez que una mujer tuvo que enfrentar una elección nacional como jefa de un partido con divisiones internas de una profundidad tal que finalmente afectaron su unidad organizativa y su potencia electoral. Se llegó a especular con que algunos miembros del PNP preferían perder la elección antes que darle a Simpson-Miller la posibilidad de continuar en el gobierno.

Las elecciones, además, demostraron hasta qué punto las cuestiones raciales, de clase y de género afectan las relaciones sociales en Jamaica. Estas cuestiones fueron en buena medida las que le dieron el tono general a la campaña y revelaron el desprecio y la hostilidad (cuando no el odio) de la elite social, política y de negocios, junto con algunos sectores de las clases medias, hacia los sectores más pobres de la población. Simpson-Miller no intentó ocultar su origen humilde ni tomó distancia de él. Para muchos jamaiquinos pobres, representó una esperanza, la idea de que también ellos, miembros de la mayoría negra de bajos recursos, podían alcanzar los más altos cargos públicos. Esto la convirtió en el blanco de las expresiones de hostilidad y sexismo, rechazo que quedó claro en la posición de los medios de comunicación, que demostraron una abierta parcialidad y oposición a Simpson-Miller. En contraste, en general se describía al candidato del JLP, Bruce Golding, como la «nueva estrella» de la política nacional, como «el salvador del país, de buena presencia, impecable, despierto, inteligente».

Pero no todo fue responsabilidad de los medios de comunicación y de la oposición. Simpson-Miller, producto de una cultura política profundamente tribal, cometió algunos desaciertos que pueden haberle costado las elecciones. En los momentos críticos no logró distanciarse eficazmente, como líder, de las acusaciones de corrupción que enfrentaron algunos de los integrantes de su gobierno. No fue capaz de encolumnar a los principales referentes de su partido ni a los distintos grupos de afiliados alrededor de su liderazgo y utilizó en su plataforma política algunas expresiones populares que se consideraron inadecuadas e impropias de un primer ministro. Por otro lado, su pertenencia reconocida a un credo religioso particular habría sido bien recibida en Jamaica, pero en cambio generó algún malestar su conocida proximidad a una serie de profetas religiosos que, supuestamente, también guiaban sus decisiones políticas, incluidas ciertas referencias al significado de los números bíblicos y la fecha que originalmente se anunció para las elecciones. Frente a las señales de la incapacidad de Simpson-Miller para manejar cuestiones técnicas complejas, también fue un error de estrategia poner el foco en su carisma y su encanto para ganar el corazón del pueblo jamaiquino. La clase obrera organizada, los pequeños y medianos agricultores, los docentes, enfermeros, policías y empleados de los servicios públicos podían ser comprensivos con un dirigente surgido de las entrañas de la sociedad, pero se avergonzaron por las que se revelaron como serias debilidades de su liderazgo.

Otro error fue que Simpson-Miller, junto con la dirigencia de su partido, cayó en la trampa de promover un estereotipo de género en demasiados avisos de campaña: «Mamá sabe, mamá te lo da, mamá solucionará todos tus problemas». Esto, finalmente, le jugó en contra. En palabras de un votante: «Ya tengo una madre, no necesito otra. Lo que necesito es un líder político que pueda gobernar este país con eficacia».Pero hubo otro problema de fondo: Simpson-Miller había sido elegida como presidenta del PNP en base a un programa de cambio: en contra de la corrupción y el tribalismo y a favor de la transparencia, el fortalecimiento de las comunidades y la participación popular mediante la inclusión y el respeto. En ese sentido, muchos pueden haber visto su estrategia de no cambiar de rumbo como una traición a su propia visión y a las ideas por las que había sido elegida al frente del partido. Esto le restó el apoyo de importantes sectores de las clases medias que habitualmente votan por el PNP.

La fecha de los comicios tampoco ayudó. Los primeros ministros anteriores evitaban cuidadosamente llamar a elecciones durante el punto más alto de la temporada de huracanes, en los meses de agosto y septiembre. El huracán Dean llegó a Jamaica una semana antes de la fecha prevista para los comicios y tuvo un impacto devastador en algunas áreas rurales y costeras importantes. Debido a ello, las elecciones tuvieron que postergarse dos semanas. Las expectativas de un pronto alivio a los más afectados no fueron satisfechas. En ese contexto, las confusas decisiones respecto a la nueva fecha de los comicios y al estado de excepción, declarado para contener los saqueos durante el huracán, fortalecieron la percepción de que Simpson-Miller no controlaba la situación.Finalmente, el JLP elaboró una estrategia acertada. En contraste con los problemas de liderazgo de Simpson-Miller y las divisiones de su partido, Bruce Golding logró transformar a su fuerza política en un partido mucho más unido de lo que era. Ha conseguido imprimirle el sello de su liderazgo, en reemplazo del estilo e «imprimátur» de su líder anterior, Edward Seaga. Con el apoyo abierto de algunos sectores de los medios de comunicación y recursos aparentemente inagotables, condujo una campaña bien organizada, con mensajes claros y consistentes, con avisos de radio y televisión técnicamente más atractivos. Sus presentaciones y declaraciones públicas demostraron una comprensión razonable de los desafíos que enfrenta Jamaica y su programa de campaña incluyó propuestas en áreas tales como la reforma constitucional y de la justicia, el crecimiento económico y el impulso a los negocios, con el foco en la creación de riqueza antes que en la reducción de la pobreza, además de un mayor compromiso con los problemas de los jóvenes. Muchas promesas de campaña, incluidas la gratuidad de la enseñanza hasta la escuela secundaria y la atención médica gratuita, resultaron muy convincentes.

Comentarios finales

En toda elección hay ganadores y perdedores. En este caso, el principal ganador fue Jamaica: su pueblo, su sistema electoral y, fundamentalmente, su proceso democrático. A pesar de unos pocos momentos de incertidumbre por la posibilidad de un empate, y pese a la estrechez de los márgenes en muchos distritos, el proceso democrático, que sigue los lineamientos del modelo parlamentario de Westminster, resultó claro y confiable.

Lamentablemente, se reportaron cinco muertes asociadas a las elecciones debido a enfrentamientos violentos entre miembros de ambos partidos. En general, sin embargo, puede afirmarse que los comicios estuvieron libres de temores y que la mayor parte de la población aceptó el resultado con madurez, lo que permitió una transmisión del mando sin incidentes. El 11 de septiembre, Golding prestó juramento como el octavo primer ministro de Jamaica.

El JLP no obtuvo el triunfo aplastante que tanto deseaba. Su victoria fue estrecha, pese a una campaña electoral que superó a la de su adversario en todas las áreas: publicidad, conducción, programa, debates políticos y financiamiento. Por otra parte, la campaña del PNP no fue del todo ineficaz. La popularidad de Portia Simpson-Miller, sobre todo entre los sectores más pobres, generó esperanzas y le permitió obtener un fuerte apoyo electoral, aunque insuficiente para contrarrestar las debilidades y errores mencionados anteriormente. En algún sentido, ella estuvo sola en la campaña. El sexismo y la hostilidad de clase debilitaron su candidatura, en tanto que su pobre actuación en un debate nacional y otras decisiones confusas crearon la sensación de que no era ella quien mandaba.

Los simpatizantes tradicionales de clase media del PNP sintieron que la imagen de Simpson-Miller era contradictoria con el perfil de los anteriores líderes partidarios, lo que creó la idea de que su origen social era inadecuado para ganar las elecciones. Sin embargo, fue justamente ese origen social el que evitó que Simpson-Miller sufriera una derrota más amplia. En otras palabras, el «factor Portia» jugó a favor y también en contra del PNP.

Luego de conocer los resultados, el nuevo primer ministro, Bruce Golding, en un discurso sobrio y conciliador, agradeció con gran humildad que el pueblo hubiera enviado un mensaje claro, que se evidenciaba en el estrecho margen de la victoria de su partido. Destacó que esa mínima diferencia obligaría a ambos partidos a cooperar en un «compromiso constructivo» y a buscar consensos en cuestiones críticas, algo que el país necesita imperiosamente. Esto supone que ambos líderes tendrán que controlar a los «militantes profesionales» y a los sectores más intransigentes y trabajar para involucrar a los no comprometidos. Golding enfrentará el desafío de cumplir lo mucho que prometió, no solo a sus partidarios, sino al país en general. Simpson-Miller y el PNP tienen por delante el desafío de reconstruir su base de apoyo tradicional, sobre todo en la clase media, y a la vez reforzar y expandir su base natural en las comunidades pobres y marginadas.

Es necesario que Golding y el JLP reflexionen. El PNP, tras 18 años en el poder, perdió mucho apoyo, sobre todo entre los más jóvenes, y quedó golpeado por las sospechas de corrupción. Sin embargo, el JLP, aun con enormes recursos a su disposición, una maquinaria organizativa superior, una campaña publicitaria audiovisual impactante y el claro favor de los medios de comunicación, sólo pudo ganar por un margen muy pequeño. Esto debería ser una causa de preocupación para el nuevo gobierno.


En este artículo
Este artículo es copia fiel del publicado en la revista Nueva Sociedad 212, Noviembre - Diciembre 2007, ISSN: 0251-3552


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